TOP

Disputa política chilena actual: trece apuntes

Arnaldo Delgado, autor de Abecedario Para Octubre y Prolegómenos sobre el Esteticidio, escribe en Hiedra para reflexionar en torno a la compleja disputa política que se viene dando en Chile desde octubre de 2019 a la fecha.

 

Arnaldo Delgado González
Investigador del Centro de Investigación en Estéticas Latinoamericanas (CIELA)

 

I.

Escribir lo que aquí quiero escribir puede parecer curioso si consideramos el momento específico en que se escribe. La tendencia sería concentrarse en analizar el resultado de la primera vuelta y dar una perspectiva aterrizada en torno a la segunda. Si escribo lo que aquí quiero escribir es a propósito de la necesidad de subvertir, al menos en nuestros modos reflexivos, el orden temporal del acontecer político; es decir, pensar los procesos de acumulación y construcción transformadora más allá de la delimitación temporal que marcan los ciclos electorales. Esto último se hace urgente, sobre todo en el escenario actual, donde el ciclo electoral se traslapa con el ciclo de la Convención Constitucional (ciclos cortos, podríamos llamarle), pero, sobre todo, en el escenario actual donde una seguidilla de ciclos cortos se traslapan con un ciclo largo de transformación social. Por lo tanto, creo en supeditar la perspectiva del ciclo corto al largo alcance de las transformaciones que se viven tras la revuelta de octubre, cuando emerge el pueblo como figura que intensifica la transmutación de nuestras relaciones sociales.

II.

En la última investigación en la que he estado trabajando, sobre filosofía de lo común y lo popular desde la experiencia política latinoamericana, sostengo que el pueblo, antes de ser un grupo social unido por características socio-económicas o étnicas compartidas, debe ser primeramente entendido como una particular forma de relación política entre comunes y corrientes. Sus características, en mayor o menor intensidad según circunstancias históricas —y permítanme circunstancialmente lo abstracto— están dadas por: a) vínculos de solidaridades y cuidados comunes donde el individuo se descentra por completo como primacía de relación; b) afín a lo anterior, maneras existenciales donde el mero estar en el espacio compartido se sobrepone a la temporalidad del ser alguien; c) formas de hacer, cuyas características reproductivas de lo social están dadas por la forma natural del valor de uso que prima por sobre el valor de cambio.

La forma de relación pueblo tiene una existencia históricamente lata, de baja intensidad en lo cotidiano del día a día. En dicha forma de relación somos meros comunes y corrientes que encarnamos la indistinción de un estar en común, a diferencia de cuando encarnamos activamente nuestras identidades individuales, donde es la distinción con respecto a los otros lo que prima. He aquí lo interesante de esto: somos ambivalentemente ambos, lo que redunda en vivir en una tensión imperceptible pero polarizada al fin: identidad individual por una parte y común y corriente por otra; distinto por una parte e indistinto por otra.

III.

Ambas formas relacionales tienen su correspondiente dimensión política. Por una parte, la política de la identidad personal, en la modernidad capitalista, es la ciudadanía, que parte del contrato que resguarda mediante la regulación propietaria mi distinción respecto a individuos otros. Por otra parte, la política de las y los comunes y corrientes es la política popular, que parte desde la indistinción de lo común a la hora de afirmar un buen vivir compartido. Históricamente, la modernidad capitalista precisa que la forma ciudadana se sobreponga en términos políticos a la popular como forma de organizar lo social. Sin embargo, hay ciertos momentos de fisura hegemónica en que la forma de relación popular se sobrepone a la forma de relación ciudadana. Es decir, hay ciertos momentos en que la baja intensidad mundanal de lo común y corriente se altera, politizándose, haciendo de las y los comunes y corrientes la actoría transformadora que busca intervenir en los términos en los cuales acontece lo ciudadano. La revuelta popular en Chile es ejemplo de ello.

Tras la aparición fenoménica del pueblo en octubre de 2019 en Chile (“nos volvemos a llamar pueblo”, decía un lienzo en avenida Grecia en Santiago; se grita “El pueblo unido jamás será vencido” en las calles) ¿Qué ha pasado con esa masividad que a priori parecía desbalancear cristalinamente la balanza política a favor de las históricas demandas anti-neoliberales? ¿Qué ha pasado con esa colectividad que tras décadas se llama a sí misma nuevamente pueblo? ¿Cómo es posible la composición derechista del parlamento y que Kast haya liderado la primera vuelta presidencial?

IV.

Permitiéndoseme lo sucinto de la descripción anterior, en evidente desmedro de la profundización teórico-filosófica que amerita sostener una tesis como esta (que profundizo en un librito de pronta publicación), con esta concepción del pueblo podemos entender que su encarnación trasciende en un primer orden a la identidad personal de quienes lo componen. Si es forma de relación antes que cualidad química o económica adherida al cuerpo de sus miembros, a veces el pueblo se encarna y otras veces se desencarna. Es decir, las mismas personas que una vez encarnan la forma de relación pueblo pueden, por distintas circunstancias, desafectarse políticamente de dicha coligación. Tal como aparece políticamente, puede fácilmente desaparecer, sobre todo sectores sociales que han tenido una profunda y larga vida de despolitización.

Pensar en aquellos amplios sectores sociales despolitizados es pensar en emotividades que siguen revueltas tras la potencia sublevada de octubre de 2019; que siguen retumbando como sin dirección. Las ondas rebotan, reverberan en su inestabilidad. La trayectoria de las certezas e incertezas estalladas son múltiples, y sin estabilización es posible el reflujo que devuelva las sensibilidades, pero esta vez trastocadas; es decir, como esquirlas que mareadas pueden hallar quietud en lo impensado.

V.

La desafección de aquella política de alta intensidad propia de la forma de relación pueblo, por parte de sectores despolitizados, no implica necesariamente volver a acoplarse tranquilamente a las viejas estructuras relacionales del orden que cae. Helo aquí el peligro: las trayectorias, en búsqueda de una nueva estabilización relacional que dé sentido al porvenir, pueden incluso tornarse radicalmente contrarias a las expectativas liberacionistas que llevaron a botar la constitución pinochetista.

Al respecto, iluso es pensar que el proceso constituyente iniciado tras el pacto del 14 y 15 de noviembre de 2019 sería capaz de encausar univialmente las pulsiones disparadas de las y los movilizados tras el 18 de octubre. La potencia destituyente no es necesariamente proporcional a la energía instituyente, lo históricamente expulsado no termina por encajar con lo circunstancialmente impulsado, el cauce institucionalmente abordado es inevitablemente angosto frente a lo desbordado. En este escenario de emotividades estalladas y contradictorias, donde lo viejo no termina por morir y lo nuevo no termina por nacer, se precisa de una política que estabilice el tenor liberacionista de los tiempos en disputa. Eso Mario Desbordes, ex Ministro de Defensa de Piñera y ex presidente de Renovación Nacional, lo leyó muy bien desde la derecha.

VI.

Sabemos que la revuelta popular no fue una revuelta de izquierda, aunque la impugnación al poder vista desde octubre coincida con sus banderas de justicia social. Si en términos de hitos su avance pareció verse en el plebiscito del 25 de octubre del 2020, las elecciones constituyentes del 15 y 16 de mayo de 2021 o por el mismo funcionamiento de la convención constitucional desde el 4 de julio hasta hoy, la ilusión del avance se expone como ilusión tras la primera vuelta presidencial. Pero asumir tanto el desborde como la ilusión no niega la fertilidad para la construcción izquierdista. Por lo mismo, cabe decir que una arquitectura de victorias articulada desde la profundización de lo hasta ahora instituyente-abordado-impulsado es insuficiente (¡y quedó demostrado tras las elecciones del domingo 21 de noviembre!).

Una arquitectura de victorias sólida precisa de la capacidad de dar perspectiva a lo que los procesos abiertos tras el 18 de octubre no son capaces de abarcar, incluso, lo que por el proceso se ve expulsado. Para ello se precisa de una política que estructure una arquitectura de victorias que haga vivible, armonizable, pero sobre todo políticamente administrable el resto que queda entre lo ya instituido, lo destituido y lo instituyente; el resto que queda entre lo abordado y lo desbordado; el resto que queda entre lo impulsado y lo expulsado. De este modo es necesaria la clara conciencia tanto del alcance de lo instituyente-abordado-impulsado desde el 18 de octubre hasta ahora como también de la envergadura de lo destituido-desbordado-expulsado. Para ello la imaginación política debe estar extremadamente calibrada; la lectura de la posibilidad política liberacionista debe estar agudamente afinada.

VII.

Una política de izquierda, con clara conciencia respecto al resto entre lo impulsado-expulsado, abordado-desbordado, lo instituyente-instituido-destituido, debe ensebar la trayectoria de las emotividades estalladas por medio de certezas, para que el futuro de las y los comunes y corrientes se vislumbre estable.

En este sentido, no es necesariamente irracional que a falta de una propuesta clara de certidumbres por parte de la izquierda las emotividades estalladas tiendan a un clinamen impensado. No es irracional, como insinúa José Maza el 2019 cuando dice que seríamos los faraones de los estúpidos si José Antonio Kast es elegido presidente. Lo mismo aplica para Franco Parisi. Esto me hace pensar en un error habitual de lectura que una parte importante de la izquierda comparte con José Maza: sobredimensionar la racionalidad como garantía de sentido (por ejemplo, responder desde la racionalidad la política comunicacional insidiosa de la derecha, al estilo fact checking) en tanto que la mayoría de las veces el sentido de las y los comunes y corrientes se mueve por derroteros sinuosos, incalificables desde el binomio racional-irracional (por eso, los lamentos al estilo “el 28% es fascista” no corresponden al estado actual de cosas).

Si lo políticamente razonable no termina de cuadrar con el sentido del tiempo actual, es que es imaginable, por ejemplo, que una o un votante apruebista despolitzado, desligado de la relacionalidad popular de octubre, pueda votar por un candidato del rechazo justamente en búsqueda de estabilizar las certezas que le permitan afirmar individualmente su vivir. Por eso es que la racionalidad, como respuesta a los embates insidiosos de la derecha, no tiene la potencia de neutralizar a figuras como Kast.

VIII.

En los últimos meses, la izquierda ha apostado a estabilizar una propuesta de certezas en el proceso constitucional (lo instituyente, lo impulsado, lo abordado) mientras que la derecha apuesta a volver a una estabilidad de certidumbres anteriores. La primera, lidia con lo desconocido; la segunda, lidia con lo ya experimentado (“más vale diablo conocido que por conocer”, es el subtexto de la política derechista hoy).

En este escenario en disputa, las temporalidades a las que apela tanto la izquierda como la derecha son distintas. Por una parte, la certidumbre transformadora izquierdista es mediata, tanto por la lentitud propia de un proceso instituyente en tiempos de rápida destitución (e inestabilidad de lo instituido) como por la incapacidad y torpeza de la propia izquierda. Ejemplo de torpeza es el titular que Sebastián Depolo, candidato a Senador de Revolución Democrática que perdió por la Región Metropolitana, le regala a El Mercurio: “Vamos a meterle inestabilidad al país porque vamos a hacer transformaciones importantes”. Por otra parte, la propuesta de certidumbre reaccionaria derechista hoy es inmediata: atacando desde la plataforma de una candidatura presidencial a lo constituido-impulsado-abordado desde octubre de 2019 a la fecha, se dirige a todos quienes hoy —insisto, más allá del binomio racional-irracional— hallan algún tipo de “resguardo de certezas” en la vereda de lo destituido-expulsado-desbordado. Es decir, apela desde a un talante emocional que se moviliza urgentemente en búsqueda de resguardo y estabilización: el miedo.

IX.

Sobre los resultados del domingo 21 de diciembre no pretendo profundizar, pero cabe decir que nos hace patente una realidad que no debimos haber desestimado por el triunfalismo electoral del plebiscito del 25 de octubre de 2020 y de las elecciones de constituyentes del 15 y 16 de mayo de 2021. El 80% del Apruebo no fue ni izquierdista ni consolidadamente anti-neoliberal, aunque haya coincidido con el trazado de avance de las fuerzas izquierdistas y anti-neoliberales. Tampoco el voto por la Lista del Pueblo en las elecciones constituyentes fue un voto ni izquierdista ni consolidadamente anti-neolibral, aunque haya coincidido con el trazado de avance de las fuerzas izquierdista y anti-neoliberales. Con el desarme de esta última, se diluye la votación de un sector del electorado impugnador que, despolitizado y desanclado del eje izquierda-derecha, halla impugnación amorfa en fenómenos como los de Parisi e incluso Kast.

El escenario sigue revuelto, y si bien la presidencial define un escenario intenso de disputa, éste debe enmarcarse en un escenario de más largo alcance; es decir, aún con Boric ganando la segunda vuelta, sigue vigente la necesidad de estabilizar certezas para las y los comunes y corrientes más allá de lo instituido-abordado-impulsado. La “racionalidad neoliberal” es profunda en Chile, también la ciudadanía que enfrenta lo político desde el consumo, por lo que no es descartable que el voto por la derecha sea un voto castigo por la sensación de inoperancia de la Convención Constitucional, al estilo de “han tenido cuatro meses de trabajo y no han solucionado mis problemas”. La derecha puede capitalizar la necesidad de inmediatez propia de un consumista, sin embargo no está cerrado el escenario. Si pensamos en lo instituyente post 18 de octubre, cabe mencionar que al avance reaccionario de la derecha, impulsado por Kast, bien se le disputa desde la Convención. Es decir, Kast no gana por completo ganando el gobierno. Kast gana defenestrando a la Convención.

X.

Desde el 4 de julio, día inaugural de la Convención Constitucional, hasta principios de octubre de 2021, la izquierda expuso debilidades comunicacionales visiblemente aprovechables por los sectores reaccionarios de la derecha, los que han impulsado una política de deslegitimización del proceso que bien les sirvió para impulsar la candidatura presidencial republicana. Por lo mismo, la política en el momento actual de la Convención Constitucional, tras la elaboración reglamentaria, es fundamental, y no sólo para ganar hacia adentro (lo instituido, abordado e impulsado, que por el quorum de quienes participan en la Convención se augura beneficioso), sino principalmente para ganar en la estabilización de certezas que afirmen en las y los comunes y corrientes la convicción de incompatibilidad entre el orden neoliberal que cae y el buen vivir compartido. Así las cosas, la discusión del articulado tiene que ser acompañada de una efectiva política comunicacional que estabilice certezas y consolide confianzas. Basta un artículo ruidoso, comunicacionalmente mal defendido, para asegurar el rechazo en el plebiscito de salida por parte de quienes hallan refugio en el reverso destituyente-desbordado-expulsado.

Pero no sólo una política comunicacional, sino de una política constructiva. Al respecto, cabe decir que la relación entre el interior y el exterior de la Convención, por parte de la derecha, no es sólo antípoda en términos de contenidos con la izquierda, sino que es también formalmente opuesto. Es decir, el resto entre lo impulsado-abordado-instituyente y lo expulsado-desbordado-destituido no se mueve sólo en términos horizontales, sino también verticales.

XI.

En lo impulsado-abordado-instituyente desde octubre hasta hoy, la acumulación de legitimidad electoral, desde arriba, no fue coincidente con la construcción desde abajo, y se notó el domingo 21 de noviembre. Pero esto no es definitivo (pese al desgano que produce la votación de Kast y Parisi). Por lo mismo, incentivar desde la Convención la articulación de asambleas territoriales como espacios delegativos para los contenidos de la nueva constitución puede ser ensayo, a una pequeña escala experimental, del necesario reordenamiento democrático del país y de la necesaria acumulación de legitimidad. Se daría perspectiva a un espacio de entramaje para las certezas; se hace imaginable una estructura que tenga por fin nutrir las dinámicas relacionales propias de lo popular, ya no en controversia con las políticas de lo ciudadano elevadas por las élites locales, sino en concordancia con el buen vivir que las y los comunes y corrientes precisamos en lo mundano del diario vivir: lo popular determinando los lindes de lo ciudadano antes que lo ciudadano encubriendo las dinámicas de lo popular.

Una vez conformados dichos cabildos, aunque sean en un primer momento pocos, sin musculación suficiente, se precisa de proyección, sostenimiento y afirmación para dar perspectiva a la nutrición de la forma de relación pueblo como horizonte estratégico, más acá y más allá de los tiempos de funcionamiento de la Convención; más allá y más acá tanto del Estado como de la normatividad pública que resultará del proceso constituyente. Repetirse como mantra: acumulación, construcción y consolidación; acumulación, construcción y consolidación; acumulación, construcción y consolidación.

XII.

Tras la derrota de Daniel Jadue frente a Gabriel Boric en las primarias de Apruebo Dignidad, muchas y muchos votantes jaduistas redefinieron su voto por fuera del pacto: nulo o Eduardo Artés. La definición, cuando está trazada desde la identidad de izquierda (el ego izquierdista como fuente de adscripción), rehúye a una de las preguntas fundamentales del periodo: ¿para qué sirve el próximo gobierno en momentos de desempalme entre lo instituido, lo instituyente y lo destituido, y qué función concreta, en este tránsito histórico, tiene la izquierda en él?

Quedará más abierta que cerrada la pregunta en tanto amerita un nivel de desarrollo que trasciende con crecer a los límites de este texto, sin embargo una respuesta se puede comenzar a ensayar a partir de lo que he estado sosteniendo en los apartados anteriores: primero, un gobierno instituyente que opere políticamente como contención a lo que se expulsa tras lo impulsado, que opere políticamente como contención a lo que se desborda tras lo abordado; segundo, un gobierno instituyente que, teniendo conciencia del resto que separa lo desde octubre hasta hoy impulsado-abordado, se ensanche, desde la contención política y económica, hacia lo desbordado-expulsado; tercero, un gobierno instituyente que aquilate e interprete el tempo de separación entre lo instituyente y lo destituyente, maniobrando desde dicha interpretación, de forma controlada, para la transformación anti-neoliberal. Pero es cierto, primero hay que ganar el gobierno, y en ese sentido durante este mes todo es cancha.

XIII.

Dar perspectiva en los términos que he desarrollado en este texto es dar perspectiva a la desligazón de la forma de relación pueblo de sectores sociales mayoritariamente despolitizados; pero no sólo es dar perspectiva, sino que es aquilatar su potencialidad política con tal de quitarle a los sectores reaccionarios de la ultra derecha la posibilidad de capitalizar lo que la izquierda no ha podido estabilizar post 18 de octubre.

En esa dirección debería ir la apuesta estratégica de la izquierda para el periodo largo; es decir, romper las demarcaciones temporales heredadas por lo instituido (en rápida destitución) con tal de supeditar el ciclo corto a una perspectiva transformadora de largo alcance. En ese sentido, valga el recordatorio: ni Chile se izquierdizó desde el 18 de octubre ni Chile se derechizó el domingo 21 de noviembre. La disputa está más abierta que cerrada, aunque contumazmente hallamos pensado el asunto más definido que indefinido, aunque hayamos pensado el asunto más consolidado que debilitado. Se nos hace patente lo real: el avance es lento, y eso evidentemente nos reconfigura los desafíos para el periodo.

__

Imagen: Agencia Uno, obtenida de The Clinic