Las dimensiones del tiempo: tiempos opacos
Fuimos a ver “Las dimensiones del tiempo”, obra escrita y dirigida por Cristián Ruiz, que se presentó en la versión 2016 del Festival Santiago OFF.
En plena revolución pingüina de 2006, Daniela, una madre primeriza operadora de una fotocopiadora, recibe una buena noticia: luego de diez años trabajando en el mismo lugar, ha sido seleccionada para recibir una capacitación en España con todos los costes cubiertos, excepto… los pasajes.
Luego de buscar formas de financiamiento -y ante la negativa del sistema bancario de extenderle un préstamo-, Magdalena, su madre, debe usar sus ahorros y decidir si financiar el viaje de Daniela, quien –no sin cierta irresponsabilidad- busca extender cada vez más su estadía en Europa, o si utilizar el dinero para cambiar de colegio a su nieto Benjamín, -un niño brillante con síndrome de Alicia-, quien a causa de las continuas tomas de colegios, podría perder el año escolar.
Para desarrollar el conflicto central Las dimensiones del tiempo construye dos universos: por una parte, el de los personajes que desarrollan la acción dramática, mostrándonos los avatares de una familia de clase media dividida por los últimos acontecimientos sociales pero, subyugada por igual al particular régimen neoliberal chileno.
Frente a la decisión que deben tomar, cada familiar actúa según como aprendió a vivir en su momento histórico. Así, la abuela, a quien le tocó vivir y soportar la dictadura, ha desarrollado una actitud más bien temerosa de cualquier cambio, sosteniendo una opinión pragmática –y despolitizada- respecto a qué se debe hacer para mejorar las cosas: simplemente, estudiar y trabajar. Daniela, quien se hizo madre durante la transición, tiene una actitud intermedia. Está de acuerdo con las exigencias del movimiento estudiantil, pero solo hasta que las decisiones de su hijo Benjamín, quien a los diez años mira con optimismo lo que pueda pasar con las protestas de los estudiantes, inciden en su propio futuro.
El universo que corre en paralelo lo inauguran los actores. Ellos opinan desde una especie de omnisciencia temporal sobre el devenir de sus personajes en la actualidad con frases como “Daniela no sabía que años después la crisis estallaría en España”. La suma de estos dos universos establecen, a su vez, tres espacios de comunicación con el público. El primero, ya lo sabemos, se da a través de la historia familiar. El segundo tiene lugar con las acotaciones que realizan los actores. El tercer espacio no es otro que el intersticio entre ambos mundos. Y precisamente, allí sucede lo más interesante de la obra puesto que la ficción tanto como las intervenciones -más bien didácticas e informativas- de los actores, no logran mantener por si mismas una relación equitativa entre ritmo, atención y humor.
En efecto, entre la ruptura de la ficción propuesta y el espacio de toma de consciencia de los actores, ocurren los momentos más entretenidos de la obra, como por ejemplo, las discusiones metateatrales de los actores: “reconoce que tu personaje no tiene instinto maternal” le dice Andrea Ubal a Daniela Olmos. Ella le enrostra, con una risa socarrona, la antigua data de su formación actoral.
Pero también hay algo más de fondo: entre la ficción en 2006 y las acotaciones de los actores podemos visibilizar el tiempo perdido: han pasado diez años desde la primera vez que los estudiantes salieron a la calle a protestar para mejorar el sistema educacional chileno. Una década más tarde la pregunta abierta al espectador es, ¿qué ha cambiado? ¿En qué se ha avanzado? ¿Qué sigue igual?
Estos dos universos están delimitados físicamente por los contornos de la estructura metálica donde tiene lugar la ficción dramática. Fuera de ella aparece el actor, dentro, la narración familiar. Dicha estructura es parte de una decisión estética que parece privilegiar la funcionalidad del diseño para componer diferentes espacios (la fotocopiadora, el interior de un taxi, la casa, el aeropuerto, etc.), por sobre la belleza, dando como resultado cierta tosquedad y opacidad que también es rastreable en otros elementos de la puesta, como el universo sonoro y las actuaciones. Sea intencional o no, el resultado es una puesta en escena sin lucimientos, pero con sus objetivos claros y cumplidos.
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Ficha Artística
Dirección y dramaturgia: Cristián Ruiz Gutiérrez
Elenco: Andrea Ubal, Daniela Olmos, Daniel Recabarren
Diseño: Gabriela Massa, Isis Troncoso
Sonido: Johanna Oviedo
Música: Alfredo Rossel, Leslie Osorio