La dictadura de lo cool: pisarse la cola
Fuimos a ver «La dictadura de lo cool», obra de Teatro La Re-sentida que se presenta por pocos días en la sala principal de Matucana 100 en el contexto del Ciclo Teatro Hoy.
Es la noche de un primero de mayo y la crème de la crème del jet set cultural chileno se encuentra reunido celebrando el nombramiento del nuevo ministro de cultura. Lo que no saben los convocados, es que esa misma noche, Benito, el recientemente designado ministro, decidirá cortar con su actual forma de vida, y por consiguiente, con el modelo clientelista, clasista y desigualitario con que la élite, el mercado, los gobiernos y los propios artistas han entendido el arte y la cultura.
Esta es la historia que nos presenta La dictadura de lo cool, último estreno de Teatro La Re-sentida que tendrá solo 5 funciones en el marco del Ciclo Teatro Hoy en Matucana 100. Se trata de una puesta en escena que, como en sus anteriores trabajos (Simulacro, Tratando de hacer una obra que cambie el mundo, La imaginación del futuro), busca en el exceso, la frontalidad, el sarcasmo y el descaro, cierta incorrección política que confronte -o al menos incomode- al espectador y su marco ideológico.
Y eso es lo que vemos cuando con la parodia a la gestora cultural y ex miembro del directorio del CNCA, Drina Rendic, se le hace una encuesta a mano alzada al público asistente con preguntas como «levante la mano el que vive en el barrio alto/ el que es de derecha/ el que está vestido con más de 100 mil pesos/ el que es homofóbico».
Luego, viene el turno de burlarse de los propios artistas. Entonces se enciende una gran pantalla en donde podemos ver vivo y en directo lo que sucede en el camarín donde se preparan los actores de La dictadura de lo cool. Sucede aquí algo interesante: en realidad el camarín está sobre el escenario y es visible a simple vista, de modo tal que la función que desempeña el equipo audiovisual encargado de la transmisión (cámara, audio y eléctrico) es hacer foco sobre elementos específicos: objetos, gestos, etc.
Se trata de un recurso técnico que emula la lógica de montaje audiovisual que se empleará durante toda la obra y que en este caso, busca exhibir los objetos fetichizados con los que se construiría materialmente el marco ideológico del artista hoy, plagado de lugares comunes. Así, el foco está sobre fotos de Allende, Frida Khalo, aceites de relajación, polerones y zapatillas de marca, audífonos de lujo, ropa exclusiva, etc.
Cuando esta imagen –que va acompañada de una voz en off que se burla constantemente de la vida pequeñoburguesa de los artistas- ya ha visibilizado suficientemente la aparente inconsecuencia entre la aspiración arribista y el discurso crítico que la obra supone debe mantener un artista, pasamos a la escena principal: la fiesta de celebración de Benito, el nuevo ministro.
En dicha fiesta se encuentra su círculo más cercano: una talentosa performer y referencia del arte contemporáneo local, el director de una ONG cultural, un coreógrafo, una reconocida actriz y un curador de arte cuyo padre fue torturado en dictadura. Todos representan la elite de la elite que esa noche espera tomar un pedazo en la pronta repartición ministerial.
Ya sea implicando al público, refiriéndose a las lógicas del medio cultural o hablando de ellos mismos, lo que abunda en La dictadura de lo cool es el humor sarcástico y corrosivo de una obra que busca destituir las imágenes y referencias del poder. Podría decirse que este afán iconoclasta ha estado presente en todos los montajes de La Re-sentida, visibilizándose con especial fuerza en La imaginación del futuro, aquella controversial obra donde destruían el principal símbolo de la izquierda chilena: Salvador Allende.
En La imaginación del futuro tanto como en La dictadura de lo cool aquella voluntad iconoclasta puede leerse como la respuesta, el exacto opuesto a cierta idolatría irreflexiva de y por el poder. Pero habría que notar algo: aquella irreverencia parece más dispuesta a hacer rodar cabezas y símbolos (como esperando que con ellos mueran las ideas detrás) que insistir y persistir en el problema que han decidido visibilizar.
Veamos: en La imaginación del futuro se mostraba a un Allende cuyo lenguaje político había sido borrado del mapa, quedando la figura de un hombre divagando por las oficinas presidenciales a merced de sus asesores. El ejercicio crítico propuesto, implicaría entender todo como una gran metáfora respecto al modo en que los gobiernos de posdictadura han despolitizado la política tecnificando su lenguaje y distanciándolo de una sociedad que ya no sabe hablarlo.
El problema es que para evidenciar esta lógica política transicional, fue necesario hacer una reescritura histórica que terminó mostrando a un Allende insustancial, sin peso político. Dicha reescritura es en el mejor de los casos, inconsistente, y en el peor, irresponsable, pues su mejor justificación es la simple necesidad de degradar una imagen fetichizada por cierta izquierda neoliberal que desde los 90’ hasta hoy, busca en ella reafirmar una identidad que consuele su extravío político y/o su reconversión ideológica. Pero la duda que queda es si acaso hoy tiene sentido pensar que destituyendo imágenes se acaba el régimen que las produce.
En el caso de La dictadura de lo cool, el supuesto es que, al burlarse de la élite cultural, se cuestionaría el lugar desde donde esta clase privilegiada entiende la cultura y las artes. Sin embargo, la concatenación al infinito de sarcasmos, ironías y burlas, entregan nuevamente la idea de que en realidad lo prioritario es siempre confrontar al poder, pero paradójicamente, haciéndole el quite al cuestionamiento de fondo que nos permitiría entender algo capital: ¿qué le pasó al ministro que decidió dar este radical giro ideológico y ahora se dispone a eliminar los privilegios de la élite para hacer ingresar al pueblo ausente?
Y donde todo es burla e irreverencia, abunda la confusión: ¿se ha tratado de defender la perspectiva de un ministro dispuesto a eliminar los privilegios de la élite o la puesta en escena es en realidad una risa infinita de todo y todos? Si lo primero es cierto, habría que notar la candidez de pensar que haciendo retornar comunitarismos romanticoides y consignas ya diezmadas por el capital, se solucionaría el problema.
Si, en cambio, el propósito de la obra está más en la segunda respuesta, habría más chances de pensar que el colectivo teatral ha igualado -en un chispazo de lucidez- el giro ideológico del ministro, con las pretensiones de la élite, todo a un mismo valor (igual a cero). Así, ninguno de los dos caminos, sería el camino, sino que habría que buscarlo en otra parte o construirlo.
Pero como solo se rodean los problemas abiertos por la propia obra, -que dice relación con la lógica económico-política del capitalismo en la cultura (o capitalismo cultural)-, lo que queda es una desmesura inofensiva que parece fundarse antes que nada en la desazón política, en la sensación de desamparo ante la ausencia de respuestas y referencias concretas sobre el futuro.
Otra paradoja: en hacerse las preguntas (como saber de dónde viene el súbito giro del ministro) que aquí se evaden, radicaría la posibilidad de dar las soluciones concretas ausentes a las que el propio colectivo teatral se ha referido. Así además, se eliminaría esa arrogante concepción del arte que se entiende a si mismo como la distancia privilegiada para cuestionar al espectador. Entonces no serían necesarios los lienzos con citas a Mao Tse-Tung diciéndonos desde el pasado cómo debemos hacer la revolución o qué es y no es arte, ni tampoco ver apocalípticos alzamientos ciudadanos, etc.
Raya para la suma, La dictadura de lo cool es un buen ejemplo de cuando la incorrección política, la irreverencia y la voluntad iconoclasta fundadas en la pura desazón política, dan como resultado discursos vacíos a los que solo les queda, -tal como ese compañero de curso que siempre reía porque en realidad sabía que al hablar, no diría nada-, burlarse de todo y todos.
En ese contexto, ya no es posible pensar que de lo que se trataba todo el asunto era hacer una autocrítica llena de valentía. El sarcasmo en La dictadura de lo cool no es más que una estrategia de la autocomplacencia que nos conduce, una vez más, al problema del cinismo, esa falsa conciencia que critica la realidad despolitizándola, es decir, haciéndola –pese a todo- más llevadera.
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Ficha Artística
Dirección: Marco Layera
Elenco: Carolina Palacios, Benjamín Westfall, Carolina de la Maza, Diego Acuña, Pedro Muñoz y Benjamín Cortés
Dramaturgia: La Re –sentida
Música: Alejandro Miranda
Productor: Nicolás Herrera
Jefe técnico y video: Karl Heinz Sateler
Diseño escenográfico: Pablo de la Fuente
Diseño de vestuario: Daniel Bagnara
Sonido: Alonso Orrego
Cámara: Alejandro Batarce
Asistentes de escena: Martin Houssais y Mariela Espinoza
Producción: La Re-sentida
Coproducción: HAU Hebbel am Ufer, Berlín
¿Cuándo?
Funciones
hasta el 5 de junio 2016
20:00 h
Lugar
Sala principal M100