La fábrica: de cartón
Sebastián Pérez fue a ver «La fábrica» del colectivo Cuerpo Indisciplinado, obra que se presentó en el Ciclo Teatro Hoy 2017 con funciones en una abandonada fábrica del centro de Santiago.
Cuando los tratamientos estéticos y discursivos de las obras de teatro -incluso en su aparente voluntad investigativa y experimental-, no hacen sino repetir una tradición, la tesis de que el circuito teatral es predominantemente conservador parece cobrar sentido. No obstante, siempre hay autorías que logran desmarcarse, proponiendo una mirada que no pretende simplemente actualizar -al modo en que un antivirus lo hace- la escena local, sino mostrar una nueva posibilidad que expanda el límite de lo disciplinar.
Por desgracia, no es esto lo que sucede en La fábrica, obra que se presenta al público como una instalación y una performance desarrollada por el colectivo Cuerpo Indisciplinado luego de una estadía en el Watermill Center de Robert Wilson. La obra, seleccionada para ser parte del Ciclo Teatro Hoy 2017 de FITAM, comienza abriendo el espacio -una fábrica en desuso en el barrio Matta sur- a los espectadores para que la recorran. Luego, la ficción dramática tiene lugar: cuatro empresarios han desarrollado unos revolucionarios guantes de trabajo pesado con tecnología digital que promete una conectividad sin precedentes en la línea de producción.
Como el tiempo apremia, los cuatro dueños de la empresa se han embarcado en la misión de producir sin descanso, aunque ello implique un trabajo reiterativo que termine por poner en crisis el sentido mismo del vivir, todo para poder cumplir con sus compromisos.
Es por esta razón que recurren a más manos para poder terminar sus pedidos. Esas manos las provee el público que llega a la antigua fábrica. En efecto, diversos espectadores son seleccionados para trabajar en cadena, dividiéndose por sectores: guardado, embolsado, empaquetado, etc.
Si asumimos que el rendimiento de lo performativo reside en la capacidad de abrir un espacio entre lo representado y su recepción, es decir, en la posibilidad de sostener otro tipo de relación entre espectador y espectáculo más allá de las convenciones, entonces, por las características formales de La fábrica, dicha posibilidad se juega fundamentalmente aquí. Por el contrario, si lo performativo se entiende desde ese esencialismo donde finalmente todo lo vivo e irrepetible califica como tal (y entonces todo es performativo), estamos no frente a un espacio umbral, sino frente a un modo de reetiquetar el canon.
Precisamente esto último es lo que sucede en La fábrica en la medida que dicha relación -como si de un paseo por el MIM se tratase-, se da desde la mera interactividad. Así, el espectador nunca abandona su rol convencional. Incluso cuando se pretende afectarlo al reconvertirlo en obrero de la línea de producción, estamos frente a un sobreseguro “hago como si”.
Y es este mismo principio de interactividad lo que marca la relación con el espacio. La fábrica abandonada provee un contexto temático que en términos fácticos opera como un galpón. De tal modo que La fábrica bien podría operar en cualquier espacio abandonado cuyas huellas den cuenta de un pasado (una estética de lo industrial) sin nunca problematizar y/o poner en valor lo que esas ruinas significan (y precisamente son estas ruinas las que contienen en su desaparición, la posibilidad de pensar el sentido de aquellas vidas entregadas a la producción que la obra pretende relevar).
De este modo, el espacio de la fábrica es reapropiado para y por una experiencia artística (una instalación) que no logra dar con el sentido que la funda, una vez más: visibilizar el modo en que la producción serializada subordina al cuerpo a un régimen de explotación que termina por vaciar de sentido la existencia misma del sujeto.
Pero poco después de la mitad de la obra, lo «performativo» se desvanece dando lugar a un curioso retorno a lo dramático (en el mal sentido): los espectadores vemos un sabroso culebrón de traiciones y desconfianzas que implica a los cuatro empresarios-de-si-mismos a través de un diálogo informativo y superficial, que nos hace ingresar al espacio de intimidad propio de lo televisivo donde lo que importa es ver el padecer momentáneo de un individuo enfrentado a otro.
Este lato episodio concluye con el remate final de la obra, una fábula -ahora literal- respecto a la pérdida de sentido de una vida entregada al trabajo, a la fábrica como espacio de explotación del cuerpo, al capitalismo como empresa de precarización y muerte, etc.
En definitiva, La fábrica presenta serios problemas vinculados a la formulación y resolución de la idea que da vida a la puesta en escena, tanto en forma como en contenido. Sobre esto último, abundan las preguntas: ¿cómo y por qué es que cuatro exitosos empresarios son, al mismo tiempo, los obreros de la línea de producción? ¿No se supone que sean antagonistas o nos perdimos un pedazo de la historia? ¿Qué entiende el colectivo por empresario y qué por emprendedor?
La reflexión apresurada de Cuerpo Indisciplinado hace de La fábrica una obra renovada en su forma, pero fundamentalmente clásica y convencional en sus propósitos discursivos y estéticos. El abordaje de un tema del todo relevante sobre la evolución del trabajo reiterativo y maquínico resulta incoherente, torpe e ingenuo, cuestión altamente preocupante en varios sentidos pues a) se trata de una obra con suficiente tiempo de proceso (comenzó en 2015) b) forma parte de la selección de Teatro Hoy y c) la obra contó con el apoyo de suficientes instituciones, incluida el Watermill Center de Robert Wilson, donde desarrollaron parte de la obra.
—
Obra vista durante mayo de 2017.
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
Ficha Artística
Dirección: Camila Karl Dumont
Idea Original/Investigación: Ébana Garín Coronel, Camila Karl Dumont
Dramaturgia: Camila Karl Dumont
Dramaturgismo: Daniela Contreras López
Elenco: Ébana Garín Coronel, Daniela Contreras López, Matías Alarcón García, Nicolás Venegas
Diseño Teatral: Cristián Mayorga
Diseño Sonoro: Daniel Navarro
Registro audiovisual: Cristián Montero
Periodista: Noa Michelow
Diseño Gráfico: Antonia Salas
Producción: Daniela Contreras López
Fotografías: The Watermill Center, Caterina Verde