Antonio Altamirano, Director de Cielos del Infinito: “La decisión de no hacer el festival no tiene que ver con si nos dieron los fondos o no”
Conversamos con el Director del Festival de Artes Cielo del Infinito sobre la no realización este próximo verano de uno de los festivales regionales más importantes de Chile.
El aviso de suspensión de la octava versión del festival Cielos del Infinito, tomó por sorpresa a muchos. A pocas semanas de la inauguración 2015, su director Antonio Altamirano, afirma: “el festival en enero no se hace, eso es una realidad”. Acusa además el agotamiento de una lógica cultural desigualitaria y centralista. Aquí su visión del panorama actual de la políticas culturales en chile.
Durante el último tiempo han sucedido una serie de eventos que tienden a visibilizar la precariedad en que viven ciertas instituciones culturales. En poco más de un año fueron cuatro los anuncios de cierre de teatros y ahora se suma el aviso de que el Cielos del Infinito se suspende indefinidamente ¿cuál es tu lectura de todos estos sucesos?
Salas y festivales tienen lógicas de funcionamiento distintas, pero creo que básicamente responde a algo sistémico. Por ejemplo, el festival nace con fondos públicos. Si no fuera por Fondart, no existiría. Pero lo que sucede hoy obedece a una proyectitis o fondartitis, porque estos fondos hasta cierto punto permiten llegar a un estado, pero luego generan crisis. Y un proyecto cultural como este no se puede sostener sólo con fondos concursables. En la medida que se posiciona y crece, requiere otras formas de financiamiento. Esto genera ciertos resquemores en el sector artístico, porque la lógica imperante requiere pensar un proyecto artístico como funciona una empresa.
Que no es lo mismo que reproducir la lógica empresarial…
Exacto. Trabajar así ha sido una consecuencia.
¿Y cómo ves el financiamiento privado?
En un primer momento más adolescente estábamos con el espíritu rebelde de no aceptar financiamiento privado. Pero no soy partidario de que el Estado te financie todo. El sector privado también tiene un rol. Hay que ser cuidadoso con la idea de que la empresa es el enemigo. No todas las empresas son iguales. Hay algunas que desean trabajar como socios. Y en la experiencia de los festivales que hemos visitado, ninguno se financia solo por el Estado.
Por otra parte, hay empresas que tienen mucho dinero. Mucho más de lo que hay disponible por Ley de Presupuesto. Hay empresas que no saben qué hacer con su plata. Ahí es necesario hacer un trabajo para que la empresa entienda que también puede ser beneficiada aportando a proyectos culturales. Nos interesa un financiamiento que involucre compromiso e identificación con el proyecto, que sea consciente de que si explota los recursos naturales de tu región, tiene que tener una responsabilidad social que no sea solo la figura y que se comprometa con beneficios para la región.
Antonio, hay quienes creen en la idea de que asistimos a una crisis en el campo del arte, otros consideran que dicha crisis es una condición de producción y que en realidad el arte es impermeable al mercado simplemente porque no hay mercado para el arte, pero ambas tesis no tienen mucho sentido cuando pensamos en instituciones culturales que pagan sueldos millonarios a sus trabajadores ¿qué pasa ahí?
Hay una desigualdad cultural gigante. Es cosa de ver la Ley de Presupuestos y comparar las instituciones. Es para caerse de espaldas.
¿Desigualdad entre el centro y los márgenes?
Entre todo. Si haces el ejercicio de mirar esa ley, te sorprenderías de la cantidad de recursos que reciben ciertas instituciones. Pero la solución ya no es simplemente quitarles la plata, porque ese espacio hoy cumple una función.
Y si a uno le interesó meterse en esto, tiene que estar dispuesto a hacerse una autocrítica. Porque pasa que cuando uno conversa sobre todos estos temas, se apunta al Fondart y al Consejo Nacional como único foco, pero el problema de la desigualdad abarca estas otras áreas. Entonces, hay que informarse y accionar propositivamente, porque es uno quien tiene que generar ese despertar en el sector también. Y en ese sentido, nosotros apuntamos a algo prehistórico, que es que la autoridad regional o nacional incluya un porcentaje de financiamiento permanente. Porque los recursos están, pero hay concentración de poder en algunos proyectos culturales y eso obedece a una lógica histórica.
¿Un poco como el Santiago a Mil, no, que con su crecimiento tiende a invisibilizar el resto de lo existente?
El FITAM ha levantado un proyecto gigantesco por el que uno se tiene que sacar el sombrero. Han hecho un gran trabajo de internacionalización, pero estamos en diferentes paradigmas. El Cielos del Infinito es un proyecto hecho por artistas, no por productores. Por ejemplo, a nosotros nos interesa pagar honorarios a los artistas, no por el borderó (venta de entradas). Insisto en que son diferentes modelos y que está bien.
Ahora, tenemos que poder ser lo suficientemente directos para decir las cosas: una obra del Santiago a Mil puede costar todo nuestro presupuesto. Nosotros con los recursos que tenemos hemos hecho maravillas. Levantamos una alternativa de estándar internacional desde la región. El artista internacional no tenía pensado en llegar a Puerto Natales o Porvenir. Y lo que tenemos que hacer ahora es que el artista nacional pueda viajar y conocer otros modelos, ése es nuestro norte.
Nuestro sur…
Nuestro norte-sur, que tiene que ver con el desarrollo de la comunidad.
¿En eso radica su diferencia, no?
Sí, como proyecto nos interesa hacer un emplazamiento al territorio, a la descentralización que es una de las caras de la desigualdad. Y es un tema que tocamos constantemente con el festival, por ejemplo, a través del rescate de pueblos originarios. El mismo nombre del Festival Cielos del Infinito resulta del traspaso de un ritual que se llamaba Hain.
Entonces, un festival que quiera instalarse en la capital, muy bien. Pero a nosotros no nos interesa eso. Es más, cuando hacemos la versión en Santiago, nos mantenemos en Estación Mapocho.
Por el tipo de comunas como Recoleta o Independencia.
Sí, y hay resultados impactantes, porque hay gente que vive en Santiago que, según las encuestas que hemos hecho, no ha ido nunca al teatro, estando en la comuna con mayor cantidad de centros culturales.
Pero el FITAM empezó en la Estación Mapocho… y por otra parte, ahora se hace ahí la Feria del Libro.
Claro, pero en un futuro, si continúa el festival, queremos llevar obras internacionales a San Joaquín, a San Antonio, no a las capitales.
Seamos concretos, ¿cómo no volverse una especie de FITAM regional para la gente en el sentido de la hegemonía que hoy significa?
Es que la descentralización no significa solo hacer una actividad en Punta Arenas. A nivel regional también hay centralismo. Por eso nosotros buscamos abrir el proyecto a todas las ciudades. Pero sí, ocurre actualmente que los artistas locales lo piensan y con toda validez, porque creían que éramos una gran productora. Y nuestro trabajo apunta a transparentar ese espacio. La misma acción de no hacer el festival no tiene que ver con que si nos dieron o no los fondos.
¿Y a qué responde?
Obedece a algo sistémico donde la concursabilidad, en este aspecto, toca fondo. Nosotros sabíamos 5 días antes si se aprobaba un fondo regional. Un fondo nacional se liberaba 4 meses después del festival. Por eso tuvimos que recurrir a créditos. O sea, siempre pedimos créditos, pero este año fue sobre los 50 millones y tú entenderás que es difícil que en este rubro te den créditos.
A uno no le dan ni cuenta corriente…
Claro, entonces, el festival en enero no se hace, eso es una realidad. Tiene sus costos y tiene sus riesgos, como matar el proyecto en vida. Pero nos parece importante hacerlo porque ha puesto sobre la mesa un tema que sucede a todo nivel: hay compañías que llevan 30 o 40 años de trayectoria o artistas que tienen que estar postulando a fondos cada año, cuando lo que se debe fomentar es que pasado cierto tiempo puedan tener proyección permanente. Entonces, nosotros seguiremos postulando a fondos, pero tiene que haber un cambio en la lógica.
Para nosotros ha sido un trabajo duro, pero creo que estamos formando el público del futuro. Durante siete años hemos trabajado en la formación de audiencias, que la gente aprendiera a ir a retirar sus entradas, a llegar a la hora, etc. Por ejemplo, una persona que a los 13 años vio el festival y que ahora a los 18 quiere aportar con una obra o algo, eso es algo valioso.
Aunque también tiene sus costos: no tengo tanto tiempo para escribir, dirigir y no puedo actuar en muchas cosas, pero hay un despertar social que me atrae mucho más que lo artístico porque instancias como ésta despiertan la curiosidad en alguien que no tenía en su imaginario estudiar una carrera artística, lo que puede ser un daño tremendo en las condiciones actuales, pero es importante dar esa oportunidad.