La revuelta: leer la performatividad para pensar el horizonte político
Seguimos en la senda de pensar y aportar materiales en torno al estallido social que vivimos hoy en Chile. Hoy, Iván Insunza escribe para proponer la lectura performativa de esta revuelta y desplegar algunos elementos que aporten su análisis.
«…el pueblo ya está ahí, real antes de ser actual, ideal sin ser abstracto…»
Gilles Deleuze
Hace un tiempo realizamos una entrevista al filósofo Rodrigo Karmy, ésta resultó ser una rica fuente de conceptos que nos han servido para seguir desarrollando reflexión en torno a las movilizaciones sociales que vive nuestro país desde el 18 de octubre de 2019.
Si una revuelta da lugar al no-lugar, a la suspensión del tiempo histórico y la irrupción de un poder destituyente, la revolución sería algo así como el estadio siguiente donde ese poder deviene constituyente en la medida que es guiado por un horizonte político claro.
Es que ya no es posible pensar que la potencia revolucionaria esté necesariamente guiada por una vanguardia y que contenga un programa político claro, esto no es la revolución francesa, ni mexicana, ni cubana, mucho menos la soviética. Pero tampoco se trata de un berrinche infantil como torpemente afirmó Carlos Peña en una desafortunada entrevista en televisión.
Karmy nos habla desde la lucidez que le da su cercanía con los estudios árabes y, por lo tanto, la lectura que ya han hecho teóricos respecto de la llamada Primavera Árabe. Nuestros intentos entonces se centran en encontrar los diálogos de aquello con lo que se podría pensar como la primavera latinoamericana y chilena.
Propongo acá que un modo posible para intentar pensar la potencia política y, por lo tanto, revolucionaria y constituyente de la situación actual, es abordar la performatividad de la calle. Hacer una lectura estética y política de esa repartición de cuerpos, cruces de movimientos, sonidos, gritos, cantos, bailes, etc., podrían alumbrar ese horizonte político que los conservadores acusan de inexistente.
Judith Butler propone en un texto titulado Nosotros, el pueblo que este enunciado emergería de la propia congregación de cuerpos en el espacio público. Un pueblo que levanta un “nosotros” antes de la consigna, antes del grito o el coro, la presencia colectiva en sí, levanta el “nosotros, el pueblo”.
Gefühlsansteckung es la palabra que permite nombrar en alemán algo así como un contagio, ya no de la voluntad, sino de la emoción. En un contexto donde la idea de una política de los afectos venía entrando con fuerza, este tipo de conceptos que apelan a un afecto colectivo, resultan centrales también para comprender que ese pueblo que emerge para decir en su propia emergencia ese “nosotros” no recibió indicaciones desde Moscú, ni sueldo desde Venezuela, ni fuegos artificiales de los narcos, ni láser del anarquismo internacional desde una máquina del tiempo.
Lo que sí viajó en el tiempo son todas las revueltas, los rostros, las imágenes de la historia, una historia que se repite y copa esa especie de inconsciente afectivo de los pueblos. Lo popular se abre paso en esa performatividad haciendo dialogar los más diversos signos, pero sobre todo abriendo paso a la idea de la multiplicidad en sí, no hay identidad cultural en esa performatividad y de haberla, es absolutamente heterogénea y si algo la convoca es el amplio concepto de dignidad.
Resultan, entonces, de suma relevancia proyectos que intentan registrar y analizar rayados, cantos, consignas, desplazamientos, vestuarios, simbologías y modos de estar de esos cuerpos reunidos y arrojados a la violencia orgánica del Estado a través de sus agentes.
Dicho de otro modo, no es que no haya programa popular, lo que no hay es capacidad para poder leerlo, y claro, es que no es fácil intentar descifrar las demandas que en otro momento de la historia tomaron forma de manifiesto, declaración o petitorio.
Pienso que la clave performativa es la que permite leer en la superficie algo que está instalado en esa suspensión del tiempo histórico y que ya ha calado hondo en el pueblo chileno que reclama para sí esa vieja nominación. La propia noción de pueblo es la que estamos disputándole al poder. Esa profunda herida ya está sumida en un proceso de contagio que las estrategias gubernamentales no han podido detener. A riesgo de sonar aquí algo voluntarista diré: esto no para.
Es la calle donde se debe intentar leer la voluntad popular, en un entretejido complejo que debemos entender también impregnado de un imaginario neoliberal, los signos que emergen no son necesariamente, como sí lo son los signos del Estado/Nación, unívocos o higiénicos, al contrario, son multiformes y llenos de contaminaciones. La radical diferencia sería una que es, sin duda, central: estos signos vienen “desde abajo”, sin reunión de comité central.
Sergio Rojas, en una columna publicada al inicio de la revuelta, señaló que circula por todos lados esta idea de no saber qué pensar, estábamos y seguimos estando atónitos ante un escenario que incluso a nivel emocional nos desestabiliza profundamente. Ese momento en que no sabemos qué pensar, es precisamente el momento en que realmente comenzamos a pensar, afirma Rojas.
Compréndase, entonces, que mi intención al introducir la idea de performatividad como óptica de lectura para este pueblo ocupando la calle, no pretende resolver ninguna discusión, se trata más bien de alentar ese momento en que comenzamos a pensar fuera del tiempo histórico e ir abriendo derroteros teóricos de largo aliento.
Aprender a leer de nuevo a la luz de los nuevos signos y sus diversas formulaciones, seguir aprendiendo de química, primeros auxilios, estrategia de guerra y que nuestro oscuro y quiltro santo patrono nos proteja.
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Imagen: gentileza Nora Fuentealba