Teatro por streaming y el derecho a la opacidad
Manuela Infante escribe en Hiedra para abrir un derrotero de reflexión necesaria en el absurdo escenario de la discusión actual sobre si es o no teatro la transmisión vía streaming.
Manuela Infante
Dramaturga y directora teatral
El debate sobre los posibles efectos del teatro por streaming está en desarrollo y resulta muy interesante. No importa aquí la pregunta ¿Qué es teatro? y sus ribetes esencialistas. El teatro por streaming ES, de eso no hay duda. La pregunta que importa es ¿Qué hace? Hay aristas operativas importantes en debate, orientadas a la preocupación por la correcta remuneración de lxs artistas, en un medio de tremenda precarización laboral. Yo misma tengo varias obras en estas plataformas, porque para como están las cosas, cualquier entrada de dinero es, para lxs trabajadorxs de las artes escénicas, algo imprescindible. Surgen otras reflexiones acerca de si ganamos o perdemos público, o si una experiencia online trae más o menos “beneficios” a la sociedad o a las espectadoras. Estas últimas reflexiones, a mi parecer, surgen desde una perspectiva de industria, donde el arte debe producir algún tipo de bien o servicio para justificar su existencia, ya sea un bien simbólico, un servicio afectivo, político o cultural. Personalmente, no creo que el arte tenga que justificar su existencia, ni ser útil, ni mucho menos reportar utilidades de ningún tipo. En esa potencial falta de utilidad residen las, cada vez más escuetas, posibilidades que tiene el arte para resistir al paradigma de desarrollo extractivista en que nos toca vivir.
Desde esa perspectiva, quiero plantear otra arista al debate sobre el teatro por streaming. No me refiero aquí a la “innovación” de obras originales hechas para ser vistas en streaming que han surgido en los últimos días -creo que leí por ahí Teatro Zoom– sino más bien al gesto de ofrecer obras ya estrenadas en teatros por medio de plataformas de streaming on line. Sobre el Teatro Zoom, quedará mucho que pensar y debatir en otro momento. Pero sólo un breve desvío: ¿Nos vamos a dar con tanta facilidad y felicidad a las breves ventanas virtuales que ha determinado el mercado, el estado y el capital -en su, ahora más que fortalecida, alianza- para que nos desenvolvamos en tiempos de coronavirus? Nos dijeron: a la casa y a trabajar por Zoom ¿y nosotros en un dos por tres adaptamos nuestro quehacer a los medios a los que se nos confina? ¿Sin pensarlo ni un sólo momento? ¿Es adaptación, es creatividad, es sobrevivencia, o son estas “innovaciones” más bien los cauces mediante los cuales el capitalismo hace lo que mejor hace: no desperdiciar nada, ni esta tragedia?
Pero volvamos al evento del teatro puesto-on-line. Como ha ido pasando con muchas otras áreas de nuestras vidas colectivas, la pandemia ha venido a definir los contornos de prácticas antes no tan claramente visibles. Tantas cosas que antes sólo intuíamos, se han cristalizado mostrando su verdadera figura. Hace tiempo observo con preocupación una tendencia a valorar el acontecimiento teatral sólo en tanto pueda ofrecernos algo, servirnos para algo. Acudimos a la sala cual extractivistas de sentido, a minar contenidos, entender mejor el mundo y tomar partido ante ese mundo ya comprendido. A esto me gusta llamarle el humanismo del teatro crítico. La idea de que “revelar” el mundo en una mirada crítica es la labor teatral por antonomasia. Si no ilumina, la obra no vale mucho. Como diría Jane Bennet, la crítica como práctica de desmitificación “siempre viene a destapar, a revelar algo, pero el problema es que ese algo es siempre algo humano”. El crítico cree poder sacudirse del mito, des-mitificar, vive en un mundo potencialmente transparentable, que nos viene a “revelar”.
Mi inclinación a explorar un teatro in-humano, o no antropocéntrico, surge en parte de una incomodidad con esta tendencia, y se sostiene en todo lo contrario: ¿Cómo reestablecer un teatro que mistifique, que oscurezca; que tenga en alto aquello que no sabe, que no ha visto y que no comprenderá jamás? ¿Y cómo recuperar, al hacerlo, una dimensión no consumible, no metabolizable de la obra teatral? (metabolizar es lo que hacen los organismos vivos cuando reducen una sustancia para obtener de ella algo, en este caso energía).
Después de mucho ajetreo, mi definición de no-humano ha terminado por ser simple: todo aquello que no puede ser del todo asimilado en -ni por- el conocimiento humano es no-humanidad. Alguien dirá: ¿pero eso podría ser todo, eso es cualquier cosa? Pues sí… ¿Quién dijo que la humanidad ha existido? ¿Quién dijo que Humanidad, no ha sido más que una construcción europea para barbarizar a todxs lxs demás?
Un teatro no-humano o inhumano es para mí entonces un evento que atesora y conjura momentos de no-humanidad, pasajes de des-conocimiento, escenas de opacidad. Esas escenas suelen resultar de la inmanejable interacción de múltiples fuerzas que se tejen en el teatro (espacio, tiempo, sonido, poesía, cosa, cuerpo…etc. Sí, el cuerpo y la poesía están llenos de no-humanidad, ¿o alguien tendría la osadía de decir que conoce el cuerpo o el lenguaje del todo?).
Mi interés aquí no es si una obra por streaming traerá más o menos público al teatro, ni si destruye o no una idea nostálgica de presencia que podamos tener. Me interesa mirar cómo es que su normalización pudiera terminar por olear y sacramentar un teatro terriblemente humanista que se viene dando, hijo de los fondos concursables y los centros culturales que necesitan llenar salas. Un teatro orientado de lleno a la producción y consumo de contenidos útiles, semántica, política o socialmente. Orientado por ende a la producción de sentidos. ¿No se alinea demasiado bien eso con el capitalismo cognitivo en una sociedad de la información?
Si nos parece que una obra por streaming sigue siendo la misma obra que en la sala, es porque creemos que la obra son sólo sus contenidos, su información. Porque no nos importa dejar afuera a toda la no-humanidad. Todo lo inconcebible, todo el entramado de fuerzas no-humanas que nos aseguran que la obra nunca podrá ser del todo comprendida, asimilada y consumida.
No digo que el sentarse a ver una obra en el computador no sea un acontecimiento, y que no haya en ese acontecimiento vibrando otras fuerzas no-humanas, nuevas e inesperadas. Digo que esas fuerzas no han sido conjuradas en función de su misterio, como sí lo han sido las que pulsan en la obra en la sala. La obra por streaming toma su no-humanidad como un medio para transmitir contenidos. Las no humanidades de la sala, de la calle, de la sala de ensayo, no son medios sino actantes convocadas a un conjuro.
Yo entiendo el trabajo del teatro, como un trabajo con esas fuerzas. Una artesanía, también, de lo que se nos escapa. Hacer teatro es la práctica de ceder control, más que ganarlo. Eso lo sabe cualquiera que ha intentado hacerlo. Cuando escribimos textos en realidad dibujamos páginas llenas de hoyos que quedan entre las palabras para que se cuele eso… eso in-humano. Sabemos que cuando algo se despliega otra cosa se repliega, que ese baile es lo que llamamos ritmo, y que es tejiendo ritmos que devenimos directoras. Aunque no lo parezca, el arte del escenario es el arte de la escucha, no el arte de la declamación. Es el arte de dejarnos contener por lo desconocido, no de producir contenidos. ¡Ay, pero a qué buen precio se venden hoy los contenidos!
Para mí la principal ética de un teatro feminista y post-humano es el derecho a la opacidad de lx otrx: La privacidad del personaje, la ininteligibilidad de la frase, el hermetismo de la mesa, la autonomía de la voz, el reverso desconocido del asunto, el límite del discurso, la falla de la tesis, de la expectativa y de la comprensión. Ya es hora de devolver a su lugar a los tan vanagloriados contenidos. La obra no solo tiene derecho a decir algo sobre el mundo, también tiene derecho a figurarse que un mundo es algo sobre lo cual nada puede ser dicho.
He escuchado decir: ¡Qué post-humano un teatro por streaming! Mal que mal es casi un teatro sin humanos. ¿No?… Pues no. Un teatro post-humano no es un teatro sin humanos, sino un teatro que pone en crisis el antropocentrismo. Quiero ser clara, no digo que el teatro por streaming o el Teatro Zoom no sean teatro. Sino que intento responder a la pregunta ¿Qué hacen? Esta es mi sospecha: que un teatro por streaming consolida la hegemonía de un teatro antropocéntrico en tanto experiencia orientada principalmente a los contenidos, que se satisface con dar a consumir historia, critica, sentido y política, olvidando sin cuidado el derecho a la opacidad de todas las cosas que habitan, transitan y se repliegan en una obra.
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Foto: Decoratel