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Acompañantes artificiales: ¿y el teatro?

Fuimos a ver «Acompañantes artificiales» al Teatro de Bolsillo. Sebastián Pérez escribe esta crítica donde se cuestiona por la singularidad del teatro… ¿dónde está?

 

Hace aproximadamente diez meses que no me sentaba a escribir una crítica. A la base de este silencio escritural, ha estado la sensación de repetir cuestionamientos sobre el fenómeno de lo teatral que ya han sido abordados en críticas escritas por mí durante los últimos cuatro años.

Sin embargo, estos días me he replanteado el sentido de este silencio pues si bien veo que se repiten aquellos patrones que de algún modo me alejaron de la escritura, creo que la función de la crítica es insistir, volver sobre lo mismo a fin de que el espectador tenga puntos de referencia que pueda tomar o no, y también, que los nuevos colectivos, compañías y directores (recién egresados, en asociaciones nuevas, etc.) tengan una devolución que implique una valoración crítica de su trabajo.

Pues bien, hace unos días vi Acompañantes artificiales, obra del colectivo Teatro Burgués, dirigida por Cristóbal Julio que se presentó en Teatro de Bolsillo durante enero de este año. La obra nos cuenta la historia de Dolores y Milagros, dos ciborg creados por una corporación tecnológica cuyo negocio consiste en entregar al usuario que así lo requiera un “acompañante artificial”, una suerte de “réplica” destinada a ser la pareja del contratante.

El conflicto dramático que moviliza a Acompañantes artificiales comienza cuando la inteligencia artificial (IA) de las réplicas alcanza niveles de autonomía y autoconsciencia que ponen en peligro el proyecto, y por lo tanto, el futuro de la corporación. Se trata de un giro argumental hoy reconocible, usado con fuerza por el cine, sobre todo en la última década con entregas como Her, Ex machina, Black Mirror o West World, pero también films anteriores como El hombre bicentenario, Matrix, Blade Runner o la mismísima 2001: odisea en el espacio de Kubrick.

Esta suerte de sobrexplotación de los dilemas éticos de la IA, supone una dificultad mayor para quien quiera abordar desde algún ángulo distinto o medianamente original este asunto. Y aquí asoman los primeros problemas de Acompañantes artificiales pues la trama argumental ofrece un tratamiento de sentido común sobre el asunto, reiterando sin más aquella mirada sobre un desarrollo tecnológico que termina por desbordar la capacidad de control humano. Podría haber aportado a complejizar la trama, los enredos pasionales de los propios programadores del laboratorio, -seres solitarios, dañados-, que entablan una relación posesiva y obsesiva con estos androides, pero nuevamente los niveles de obviedad impiden cualquier tipo de progresión.

Una aclaración: para mí el problema de la obviedad no es, como se suele equiparar, con simplemente ser evidente o literal. Mi problema es que cuando algo es representado de manera obvia, es porque algo no pudo ser pensado en esa representación.

Valga también una mención a cuando me refiero a la ausencia de originalidad, cuestión que no refiere necesariamente a ser novedoso, a presentar algo inédito o ser único en su tipo. La originalidad la entiendo aquí como la capacidad de un proceso artístico de no solo “decir algo nuevo” sino preocuparse fundamentalmente de cómo dice lo que dice, es decir, cómo se construye una puesta en escena que aproveche la singularidad que ofrece el teatro.

Nada de esto está resuelto en Acompañantes artificiales. Todo aquello que refiere a cómo digo lo que digo, queda al debe. Partamos por la escenografía, compuesta por una mesita de madera, una silla de escritorio, dos sillas más y una tarima, todos elementos que no guardan ningún tipo de relación estética entre sí, y mucho menos, con la construcción de este imaginario corporativo/capitalista-tecnológico. En cambio, para lograr entrar en la adelgazada ficción, hay que hacer sendos perdonazos a lo que parecen ser decisiones arbitrarias sin proyecto escenográfico, arquitectura elemental cuando se trata de hacer teatro. Sin ese ejercicio, uno ve simplemente el Teatro de Bolsillo con su parqué antiguo y sus murallas percudidas.

No lo hace mejor la planta de iluminación, escasa y mal aprovechada, que va dejando verdaderos lunares de sombra en el escenario. La luz en el teatro juega un rol central, pero aquí su uso es complementario, o incluso, subordinado a las demandas de una dramaturgia de texto. Así, lo estrictamente teatral no leva, sino que más bien parece un contenedor de ideas atadas a un texto dramático.

En realidad, no hay sistema significante que se salve: los mismos problemas del diseño escenográfico y lumínico aplican a los vestuarios que despliegan un imaginario que nuevamente resulta evidente en los signos que despliega. Por eso a las réplicas se les viste de overol mientras los programadores andan de bata blanca (ambos signos que remiten a un status socio-laboral).

¿Lo destacable de la obra? Las actuaciones que salvan una puesta en escena estéticamente débil. No obstante, queda la sensación de no haberle sacado trote a actores y actrices, todos profesionales. En realidad, Acompañantes artificiales aborda un tema interesante de ver desplegado en la singularidad del teatro, cuenta con actores profesionales y especialistas en diseño. Y sin embargo, el resultado es opaco, incluso mediocre. Precisamente por esto es que uno se pregunta, ¿dónde está el director en esta obra?

Por los años viendo y haciendo teatro, conozco las trayectorias individuales de los integrantes de Teatro Burgués, y la verdad, me cuesta creer que no hayan reparado en estas cuestiones tan elementales a lo largo del proceso. Tiendo a pensar entonces que hubo aquí malas decisiones a la hora de tener que zanjar la propuesta estética. Pero más aún, juega un rol determinante el modo en que entiendo el teatro: si como espacio para decir cosas o para hacer cosas. Desde mi perspectiva, solo una de las dos opciones atiende al teatro como espacio singular de creación y no solo como altoparlante de una idea impresa en un texto.

Conocida en el teatro es la frase “menos es más” que hace referencia a hacer con poco, mucho. Pero creo que ha habido un malentendido: materialmente puedo trazar estrategias que me permitan vaciar la escena y mantener su eficacia, pero lo que nunca puede ser menos y lo que nunca puede faltar, son puntos de referencia. Esos puntos han de aparecer en TODA la puesta en escena: desde el diseño escénico hasta el sonido. Desde las actuaciones hasta los detalles de utilería. Olvidarse de esto precipitó a mi entender la falla estructural de Acompañantes artificiales. Tal como una casa sin vigas maestras, con las puertas en el techo y las ventanas en los closets, en definitiva, una casa mal hecha.

¿Qué significa mal hecha aquí en el teatro? Significa que quien ve la obra puede reconocer que ciertos códigos estéticos no se cumplen y que tampoco hay una propuesta clara de ruptura con los mismos que justifique su incumplimiento. Eso pasa con la obra de Teatro Burgués.

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.