40 mil kms: celebremos las diferencias, abracemos la inclusión
Sebastián Pérez fue a ver 40 mil kms de Teatro Club Social, una obra que se presentó en Teatro del Puente que trata la inmigración en Chile. En esta crítica nos comenta su mirada sobre el tópico de la inmigración y su tratamiento en el teatro local.
“Así, pues, los americanos viven como niños que se limitan a existir,
lejos de todo lo que signifique pensamientos
y fines elevados”.
G. W.H
Definitivamente la inmigración se ha instalado como un tópico recurrente en la cartelera teatral local. Hoy, movilizadas por cierto sentido de urgencia, aparecen puestas en escena que abordan el devenir del extranjero en Chile mostrando lo que significa ser el otro en un país desconocido, vivir la exclusión social, la discriminación, etc.
Así, sin importar el género desde donde se trabaje, el mensaje tiende a lo mismo: a partir de una crítica a las formas de exclusión, se busca instalar el sentido contrario, abrazando las formas de inclusión, defendiendo retóricas de la tolerancia, etc. De este modo, el resultado es unívoco, dando lugar a representaciones infantilizadas del inmigrante como sujeto que encarna los ideales de un héroe o un mártir que padecerá el presente, pero que gracias a su estatura moral sabrá resistir.
Esta construcción plana y sin contradicciones está presente una vez más en 40 mil kms de Teatro Club Social, obra que se posiciona en cartelera con una prometedora frase como una puesta en escena “protagonizada por inmigrantes”. Pero no hay aquí, como se sostiene, diferentes miradas en torno a la inmigración, sino simplemente, diferentes biografías de inmigrantes de países distintos desplegadas bajo un mismo sentido común sobre la inclusión.
A través del biodrama, un haitiano, una boliviana, una española y una chilena (cuyo carácter de inmigrante se daría por sus conexiones judías, argentinas y rumanas), cuentan lo que ha implicado ser extranjero en Chile. Ahora bien, suceden dos fenómenos recurrentes en el trabajo con lo biodramático: el primero es que bajo el supuesto de estar trabajando con nuevos lenguajes escénicos, se dota voluntariosamente al biodrama de discutibles cualidades, como por ejemplo, la de creer que al “posicionar a los ciudadanos como protagonistas”, -que en este caso además son “única y exclusivamente” inmigrantes no-actores-, la puesta en escena resultará relevante, e incluso, más «real».
Pero antes de ver la realidad, lo que vemos es más bien un reality de representaciones arquetípicas, testimoniales, contingentes, mediáticas y obvias donde acontecen la autoexhibición del yo y la espectacularización de la otredad. De hecho, el orden narrativo de 40 mil kms se construye de un modo similar al reality show: en base a una serie de conflictos menores y voluntariosos los no-actores hacen como que.
No encuentro mejor manera de explicar esto que recordando aquel capítulo de El chavo el 8 los niños de la vecindad juegan a «los atropellados» con ketchup. En esto consiste el segundo fenómeno recurrente en el trabajo con lo biodramático: simplificar conflictos, impostarlos y, con ello, adelgazar la densidad de la teatralidad al nivel del informercial.
Nada aquí se transforma realmente en algo conflictivo y nada logra poner en tensión nuestra cómoda posición de espectadores: la demanda marítima boliviana, el racismo, la realidad de la inmigración en Chile son temas, mas no problemas. Por el contrario, cada vez que algún tema se vuelve espinudo –como la diferencia de clase entre los mismos inmigrantes- se evade o resuelve el conflicto de alguna manera lúdica. En 40 mil kms lo que vemos mayormente es a gente hablando de sí misma de sus costumbres, juegos, biografías y procedencias, sin riesgo alguno.
Pero la representación infantilizada del inmigrante de la que hablaba anteriormente adquiere una nueva dimensión -mucho más evidente- hacia el final de la obra, cuando literalmente se compara el ser un inmigrante con ser un recién nacido. Esta mirada fruto de un buenismo del todo liberal, reitera sin darse cuenta, un principio de inferioridad presente en lo que podríamos llamar racismo biológico europeo, presente en todo su discurso “civilizador” (colonizador, diríamos).
Es urgente que el teatro que aborde la inmigración supere cierta tendencia liberal a moralizar en escena. Por la ausencia de profundidad reflexiva es que suceden cosas tan curiosas como que un ex ministro de Piñera -ex presidente que hoy nuevamente se presenta como candidato con un fuerte discurso contra la inmigración-, aplauda complacientemente al terminar la función. No podría ser de otra forma, para él no hay nada aquí que constituya verdadero peligro.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
Ficha Artística
Compañía: Teatro Club Social
Dirección y Dramaturgia: Carlos Aedo Casarino y María Luisa Vergara
Elenco: Mayra Padilla, Aída Escuredo, Eliana Furman, Ralph Jean Baptiste
Diseño Integral: Eduardo Mono Cerón
Colaboradora Diseño Integral: Laura Gandarillas
Diseño Sonoro: Daniel Marabolí
Producción Audiovisual: Víctor Robles
Producción General: Teatro Club Social
Asesora de Investigación: Verónica Correa Pereira