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La revolución rota: parodiar sin transar

Fuimos a ver «La revolución rota» obra de la Compañía de Estudiantes y Egresados de Teatro de la Universidad de Chile (CEETUCH) que se presentó durante abril en la explanada del Centro Cultural Estación Mapocho.

Una joven compañía de teatro se prepara para estrenar una versión de La canción rota, obra del dramaturgo chileno Antonio Acevedo Hernández, hoy considerado el padre del teatro social latinoamericano. El desafío para la compañía es enorme pues el texto en cuestión -a esta altura un clásico- busca ser revisitado estética y políticamente bajo la necesidad de volverlo contingente.

Y precisamente por esto sale todo sale mal: el director no tiene idea de lo que quiere y el resto de la compañía tampoco. La falta de claridad y el exceso de ganas de querer hacer algo, mueve al elenco a improvisar soluciones que terminan haciendo de la puesta en escena un popurrí de decisiones antojadizas.

Esto es La revolución rota, quinta producción de la Compañía de Estudiantes y Egresados de Teatro de la Universidad de Chile (CEETUCH) que se presentó en la explanada del Centro Cultural Estación Mapocho. Se trata de una obra interesada por evidenciar y cuestionar los modos en que diversos procesos creativos y puestas en escena del medio teatral pretenden -sin lograrlo- ser críticas, es decir, establecer y defender un discurso estético-político claro, coherente y agudo.

Para realizar este cuestionamiento metateatral, el CEETUCH recurre esencialmente a la parodia, un recurso que, mediante el recorte y caricaturización, permite evidenciar la ausencia de sentido sobre un asunto en particular, cualquiera sea. Dicha operación se desarrolla durante la obra en varios planos: a través de la exposición de los conflictos internos del colectivo en el estreno, en la caricaturización del texto de Acevedo Hernández (que nos muestra a actores idiotas actuando de campesinos idiotas) y fundamentalmente en la emisión de un falso documental sobre el proceso creativo de la obra donde las actrices y actores implicados en el montaje dan cuenta de su extravío artístico solo rellenado por el resentimiento ácrata u outsider de quienes quieren ver el mundo arder, o bien su opuesto, actores y actrices inmovilizados por su hipersensibilidad al contexto social.

La apuesta de La revolución rota es dibujar una caricatura sobre el medio teatral que evidencie sus formas agotadas, sus métodos sin método, sus lugares comunes y su relativismo moral. En en el fondo, cuestionar los límites del llamado «arte crítico».

El gesto es valorable, sin embargo, presenta un problema: es casi imposible determinar para el espectador cuándo se está hablando en serio y cuándo no. Se trata de una consecuencia indeseable pero previsible de la parodia desde hace un buen tiempo ya: sabemos como funciona, pero desconocemos sus posibles efectos. Hoy parodiar puede ser un buen modo de aparentar agudeza crítica, profundidad reflexiva o responsabilidad social. De ahí que hoy parodiar parezca, fundamentalmente, el acto de burlarse de todo sin comprometerse con nada.

Es como si la obra nos dijera «miren como hay pobre ilusos que intentan hacer una obra que cuestione el mundo… hagámonos una obra para burlarnos de ellos». Así, la posibilidad de poner en tensión, por ejemplo, la propia tradición del teatro crítico representado por Acevedo Hernández, se esfuma. ¿No era este el objetivo?

Ahora bien, hacia el final de la obra ocurre un curioso desdoblamiento. Como si en sus instantes finales La revolución rota hubiera percibido los efectos indeseados de su propia parodia, la puesta en escena cambia de registro y comienza a hablar en serio. Pero sin mayor claridad de cómo salir de allí, la obra solo puede replegarse sobre la misma tradición de la que se acaba de burlar.

Entonces queda echar mano a la victimización con frases de autoayuda (“cuando el ser humano fracasa está más cerca de la verdad”) y definiciones políticas cargadas a la consigna (“la bandera es un calmante”), etc. La sensación final con esta obra es la de haber escuchado un chiste mal contado, y en última instancia, un mal chiste.

Obra vista en Abril de 2017.

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Ficha Artística

Dirección: Matías Inostroza
Asistencia de dirección y adaptación del texto original: Vicente Iribarren
Dramaturgista: Patricio Narváez
Diseño escenografía y vestuario: Nicoletta Fuentealba
Diseño de Iluminación: Javiera Olivares
Asistente de diseño: Fabiola Vargas
Producción ejecutiva: Camila Pérez
Elenco: Daniel Olivares, Marco Briseño, Jasmine Medina, Marion García, Vicente Iribarren, Camila Pérez, Christiane Diaz, Pablo López
Músicos: Leonardo Falcón y Maximiliano Valdés
Audiovisual: Nicolas Berrios/ Gabriel de la Vega

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.