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Tres Marías y una Rosa: porque es propicio (re)presentarla

Fuimos a ver «Tres Marías y una Rosa» de la compañía Las Gonzalez, que estuvo con funciones en el Ciclo de Teatro Político de Teatro Sidarte en abril.

Tres Marías y una Rosa fue creada originalmente en el año 1979 por David Benavente y Raúl Osorio del Taller de Investigación Teatral (TIT). En aquella creación se representó la realidad de cuatro pobladoras que elaboraban arpilleras para venderlas y subsistir en medio de la ola de cesantía durante el régimen militar chileno.

Treinta y ocho años después, Gonzalo Pinto Guerrero, de la compañía Las González, adaptó la obra, dirigiendo una nueva producción que se presentó en el marco del Ciclo de Teatro Político de Sidarte, realizado entre el 19 y 29 de abril. Previamente, en junio de 2015, otra versión de Tres Marías y una Rosa, fue presentada por los integrantes de Las González como egreso de la Escuela de Actuación del Instituto Arcos en la Sala del Ángel, donde también se estrenó la versión original de 1979.

Al tratarse de un reestreno, cabe preguntarse, ¿qué es lo que hace propicia esta revisión del pasado? ¿Nos ayuda la obra a comprender realidades pasadas y a evaluar nuestro presente? El Chile dictatorial de 1979 era distinto al de hoy y, por tanto, el quehacer artístico que reunió a las estéticas, actores y temáticas de ese momento histórico específico, hoy revelan una unicidad a la que, en términos estructurales, no es posible atribuir una vigencia, pero sí permite una interpretación.

Como espectadores nos hacemos testigos de cómo la cesantía, el hambre, el déficit habitacional, el alcoholismo, la violencia intrafamiliar, la delincuencia, la represión política, el pragmatismo, la organización, la resiliencia y la alegría, se integran en una interpretación del mundo poblacional.

Es así como en la primera escena, se muestra a un hombre que raudamente roba una caja −al parecer con comida− a las arpilleristas, quienes se encontraban reunidas en su taller. Éstas reaccionan reduciendo al sujeto, golpeándolo en el suelo, quitándole la ropa hasta dejarlo desnudo y amarrándolo a un asta.

Con esta introducción se nos figura de manera instantánea el imaginario del lanzazo y la violencia como problemas propios de un contexto de carencia generalizada. Aquella visualidad es similar a la de las detenciones ciudadanas actuales, que por cierto, se realizan bajo el convencimiento del “hacer justicia por las propias manos” y la desconfianza del poder policial y judicial. En este sentido, Tres Marías y una Rosa, establece una conexión temporal interesante, que nos lleva a comprender semejanzas entre las conductas ciudadanas de antes y las de ahora.

En las reuniones del taller eran cruciales las discusiones que tenían Maruja, la directora, María Ester, María Luisa y Rosa. Eran constantes las disputas sobre las temáticas que tejerían en sus telas, mientras María Luisa optaba por tejer motivos artísticos clásicos, como El Juicio Final de Miguel Ángel, María Ester y Maruja, preferían tejer temáticas relacionadas con la realidad de los pobladores, como la cesantía.

En la puesta en escena, estas controversias se entremezclan con un trasfondo político. Y es que El Juicio Final de María Luisa estaba dirigido a los militares y civiles que participaron de la dictadura. Éstos sujetos eran quienes debían pagar, motivo que se esclarece cuando entre todas llegan al acuerdo de elaborar una gran arpillera para la capilla de la población, tejiendo la escena apocalíptica. Así, en la última escena, cantan una cueca para inaugurar la postura de la arpillera y en ella corean: “¡porque el juicio chileno tiene que darse!”.

Con esto podemos entender que, tras variadas discusiones respecto a los motivos de las arpilleras, El Juicio Final significaba una representación de la justicia social por la que las cuatro luchaban, por tanto, un discurso en el que todas encontraban pertenencia.

Tres María y Una Rosa es una obra que reivindica el rol de la mujer esforzada a ultranza en el contexto de la dictadura, pero que también muestra el rol del hombre, que se percibe por su ausencia. Por ejemplo, Román, marido de María Ester, aparece en pocas escenas y en la mayoría de ellas se lo muestra golpeándola o simplemente llegando a casa por las noches. Otro tipo de ausencia es la del marido de Maruja, que era un dirigente sindical de una fábrica de la que lo despidieron y que nunca aparece en escena. Él, un día “se subió a una carreta y se lo llevaron”, según cuenta María Ester. Tras esto entendemos que a él lo habían detenido los militares.

Es esencial para la puesta en escena la emisión de sonidos y sonoridades, pues estas nos permiten aproximarnos más a la realidad de las arpilleristas, como cuando suenan los ladridos de perros que atacan a María Luisa cada vez que llega a tocar la puerta del taller o los sonidos que acompañan los pasos, gestos y movimientos de los personajes, lo que da un sentido lúdico a la obra.

Esta articulación de sonidos y música aporta a construir y conocer la realidad que se vivía en los campamentos durante la dictadura de Augusto Pinochet: la pobreza, la cesantía, el alcoholismo, la violencia intrafamiliar y su omisión, se retratan como problemas cotidianos en el mundo poblacional. Así, la importancia de esta nueva versión de Tres Marías y una Rosa no está en perseguir una imitación del texto original, sino vislumbrar el pasado. Y porque es necesario repensar el pasado y traerlo al presente, es que resulta propicio (re)presentar Tres María y una Rosa.

*Crítica realizada durante la temporada 2017.

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Ficha Artística

Compañía Las González.
Dirección: Gonzalo Pinto Guerrero.
Dramaturgia: Raúl Osorio, David Benavente y el T.I.T.
Diseño Integral: Laura Gandarillas.
Diseño Iluminación: Nicolás Rojas.
Música: Richard Flores, José Luis Bustamante.
Producción: Deborah Zúñiga.
Elenco: Yariza Clerc, Cristóbal Martínez, Nicole Montory, Francesca Torti, Deborah Zúñiga.
Músicos: Richard Flores, José Luis Bustamante y Carla Luján.