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Fenómenos nocturnos: el deseo de la discordia

Cami León fue a ver «Fenómenos Nocturnos», obra sobre Boy Scouts, la naturaleza, el albor de la sexualidad y la discriminación. 

 

Por Cami León 

Con una escenografía colgante, focos en parrilla, halógenos laterales,  linternas, tubos fluorescentes, suelo de arena y de plástico; sumando sonidos envasados y de canon vocal a cargo de cinco actores en escena, se inaugura en la Sala Sergio Aguirre del DETUCH, la obra escrita por el joven dramaturgo Nino Espinoza, Fenómenos Nocturnos, dirigida por Mario Monge.

En la obra, la noche es la encargada de manifestar los secretos de un grupo de líderes scout, en especial el del Beto, quien ha decidido autoexiliarse. Este es el conflicto central donde los demás integrantes, al no entender la situación, se movilizan para buscar respuestas a un enigma que se mantendrá a lo largo de la obra (y de esta crítica también).

El dramaturgo presenta a la naturaleza que rodea al grupo como una inmensidad, la de la existencia y conexión con uno mismo, en un encuentro sincero y abierto que influye en la espiritualidad de estos jóvenes. Este recurso a ratos enlentece el conflicto dado al exceso de introspección de los personajes que levantan imágenes poéticas y reflexivas del paisaje, compartiendo su mundo interior, siendo el final el clímax de esta sensibilidad retórica.

La moral juega un rol principal en la obra puesto que los roles asumen el código de conducta grupal que sugiere ser scout. Esto nos expone el sentido de pertenencia y el desarraigo, discutiendo acerca de sus deberes, deseos y desviaciones.

Los diálogos apuntan a la confrontación de estrategias para encontrar al compañero y en el autoconocimiento de sí mismos por medio de monólogos y confesiones directas, exceptuando al Beto, que juega un rol disonante desde el silencio. Sin embargo, los actores adoptan una actitud que reposa en una emoción específica mermando los matices de su viaje emocional y debilitando las acciones físicas que son concretas y más variadas, siendo estas el punto fuerte de la interpretación.

El vestuario es cotidiano mientras que el diseño escénico, la música y la iluminación son disparejos. Por ejemplo, existe una gran variedad de recursos lumínicos que aportan a las transiciones pero la música las adormece con una especie de chill out que no aporta en la tensión del montaje.

Por su parte, el vestuario uniformado suma a esta pugna grupal y el conservadurismo de la institución Scout. Así, el estilo entre los elementos no logra conjugarse como una unidad, desestabilizando esta puesta en escena de gran potencial estético.

Discursivamente, el desarrollo del conflicto de la obra se basa en someterse o no a la presión social donde las decisiones personales deben ser tomadas en grupo. La discordia entre los personajes empieza por la homosexualidad del Beto y  la presión moral que eso significa. El movimiento scout juzga la disidencia sexual dado a su intervención directa con niños. Una especie de policía del maricón que reglamenta y limita el contacto dado a que su cochiná podría infectarlos, violarlos o pacificarlos hasta femeneizarlos como símbolo de debilidad.

En una escena que combaten por quitarse el pañolín, se da cuenta de la hegemonía machista donde la sumisión/dependencia está ligada a lo femenino, mientras que el control/independencia a lo masculino. Esto justificaría los dichos del Lucho, donde la empatía y amabilidad del Beto, asociado a su homosexualismo, nunca lo dejarían ser una autoridad para los niños. Se suma el romance del protagonista con un niño de la cuadrilla, complejizando la disputa dialógica y moral entre los personajes.

Esta situación, somete al análisis la pureza del afecto y la pederastia de la relación, donde los otros, deben tomar una posición al respecto. Esto sucede al final de la obra por lo que la información no será revelada. De todas formas, no queda claro en la dramaturgia ni en la dirección cuales son las edades de los involucrados pero lo interesante es el debate que genera.

En la obra, este tipo de relación parece más cercana a la idea griega de paiderastia donde el erástes (amante) era la figura dominante a cargo de transmitir los conocimientos e iniciar al erómenos (amado) en la sociedad como un buen ciudadano, distinguiendo su amor en la categoría de sublime y no vulgar, que corresponde al mero deseo sexual.

Pero, ¿es un niño consciente de este tipo de relación?, ¿A qué edad se debería normalizar? Si existe un consentimiento de las dos partes, ¿debería ser juzgado por los demás? La obra plantea que la verdad, en este sentido, se puede ver en los ojos de un niño, ¿es así?

Fenómenos nocturnos descansa en una inocencia, casi superficial, que no extrema estéticamente ni discursivamente el conservadurismo institucional que plantea el texto. Asimismo, motiva el desarrollo de la pulsión irreverente de los intérpretes para situar la puesta en escena al contexto social actual.

Paradójicamente, la obra nos invita a la comunicación, la responsabilidad de los lazos afectivos y a la información del cambio de paradigma sexual que trasciende las edades, en una reflexión sobre la educación en distintas esferas de poder.

Obra vista durante julio de 2017.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

Ficha Artística

Dramaturgia: Nino Espinoza Montenegro
Dirección: 
Mario Monge
Asistencia Dirección: 
Consuelo Consuelo
Elenco: 
Nicole VialLinus PanMarco ReyesValentina Núñez Candia, Max Salgado (Rahul Ad Magna)
Diseño: 
Laura Zavala, Belen Álvarez
Música: 
Felipe Saravia
Producción: 
KathrinFitzek
Gráfica: Ricardo Gutierrez (
Ricardero)