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Jardín: lloran las rosas

Fuimos a ver «Jardín» al Teatro UC, una obra dirigida por Héctor Noguera a partir de la reescritura hecha por la dramaturga Emilia Noguera de la novela «Jardín» de Pablo Simonetti. La obra cuenta la historia de una vieja matriarca de clase alta que recibe una millonaria oferta por su casa, ocasionando una disputa familiar con sus hijos.

Luisa, una anciana de clase alta acaba de recibir la millonaria oferta de una inmobiliaria para vender la casa en la que ha vivido los últimos cuarenta años. El problema es que la casa –y especialmente su jardín- es todo para ella: allí crió a sus tres hijos y allí pasa sus últimos días cultivando azaleas y rododendros. Las cosas se complican cuando su propio núcleo familiar -compuesto por sus tres hijos-, se divide respecto a cómo proceder con la oferta.

Esto es Jardín, una puesta en escena dirigida por Héctor Noguera que se presenta por estos días en el Teatro UC. La obra, fruto de la adaptación de la novela homónima del escritor Pablo Simonetti hecha por la dramaturga Emilia Noguera, busca desplegarse a través de múltiples temáticas: la soledad, la vejez, el dolor, el desarraigo, la pérdida del sentido de pertenencia, la identidad, la memoria, etc.

Se trata de tópicos frecuentemente abordados por el teatro chileno actual. De hecho, si leyéramos la cartelera teatral a partir de estas temáticas, podríamos notar un interés por exhibir lo que sería un síntoma propio de nuestra época: la desilusión en el progreso y esta modernidad fallida. Frente a dicha desilusión hay varios modos de responder. Una de esas posibles respuestas es la que afirma la necesidad de recuperar aquellos valores del pasado que el presente estaría socavando.

En este punto tanto la novela de Simonetti como la puesta en escena dirigida por Noguera están en esta sintonía, pues el propósito de la ficción es visibilizar la pérdida de una forma de vida derribada -literalmente- por aquel progreso, de una unidad familiar que se diluyen en la codicia, de la pérdida del patrimonio material e inmaterial de la élite, etc. Todo a manos de un sistema económico (pero no solamente económico) voraz.

Pero hay un problema: Jardín deja escapar flagrantes oportunidades para visibilizar y profundizar en el proceso de degradación de la anciana mandatado, por ejemplo, por la expansión inmobiliaria y la desintegración familiar. En cambio, se interesa por construir un relato conservador e higiénico, cerrado sobre sí mismo, donde –una vez más- las clases altas aparentan resolver sus conflictos con recato y fineza.

En este sentido, Jardín se torna una obra altamente previsible pues su conflicto -descafeinado y edulcorado desde la novela de Simonetti- se construye sobre metáforas desaprovechadas que de simples pasan a ser más bien simplonas. Así las alegorías (la del jardín como fuente de vida y su destrucción como la muerte) rápidamente se vuelven lugares comunes, construyendo una obra obvia, de rendimiento exiguo.

Poco pueden hacer por la obra los personajes, estáticos y unidimensionales. Sus discusiones están presas del mismo reduccionismo del volumen, planteando la realidad en términos dicotómicos: están los que desean vender la casa y quienes desean conservarla. Por supuesto que esta oposición coincide con otra: es el hermano más conservador, codicioso y desconsiderado, quien desea hacer negocios, mientras el hijo más liberal, sencillo y preocupado de su madre, desea conservarla.

El modo de matizar esta liviandad es volver emotiva la historia, es decir, cargarla de algún tipo de afectación que permita progresar en la narración sin profundizar en el dolor, sino más bien bordearlo. Así, sin mucho rodeo, la historia avanza mostrándonos una anciana frágil que termina por aceptar la oferta de vender la casa, que destruye su propio jardín y que acepta irse a vivir un departamento a esperar el lento marchitar de su vida (tampoco es que el departamento sea una caja de fósforos). ¿Cuál es el final? su muerte, claro está.

En suma, Jardín vuelve a contarnos algo que hemos visto hasta el hartazgo: las desventuras de la clase alta desde su habitual y obvio espacio de lectura, siempre moderado y gentil. El problema es que, parafraseando a un viejo dramaturgo, la obviedad nunca ha sido buena amiga del teatro.

*Crítica realizada durante la temporada de oct-dic 2016

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Ficha artística

De Emilia Noguera, basada en la novela de Pablo Simonetti
Dirección: Héctor Noguera
Elenco: Blanca Mallol, Carmen Disa Gutiérrez, Francisca Imboden, Cristián Campos y Álvaro Espinoza
Asistente de dirección: Mauricio Díaz
Diseño de escenografía e iluminación: Cristián Reyes
Efectos especiales: Francisco Lacalle – Diseño de vestuario Claudia Valiente – Música Diego Noguera
Coproducción Teatro UC y The Cow Company

¿Cuándo?

Del 08 de marzo al 08 de abril 2017


Mi- Sáb 20:30 hrs

Teatro UC, Sala 1 «Ana González».

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.