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Leftraru: Lautaro sin imagen

Fuimos a ver Leftraru, una obra que aborda el conflicto mapuche. Estamos frente a una puesta en escena que propone una mirada contingente, aunque pierde lucidez discursiva hacia el final.

 

Una comunidad mapuche al sur de chile que ha sido intervenida sistemáticamente por diferentes políticas de desarrollo regional, -plantación de lechugas hidropónicas, turismo, curso de informática para principiantes-, es premiada por el gobierno con la posibilidad de escoger cuál será la imagen que dará forma al mito de Lautaro en un monumento que será construido lejos de allí, en la capital regional.

La decisión no es fácil pues además de las suspicacias que levanta dicho encargo, -y derechamente la negativa de algunos comuneros que no ven otra cosa que la continuación de la colonización por otro medios-, los imaginarios en juego para la construcción del monumento presenta serias diferencias entre los sujetos de la comunidad en tanto la penetración de los hábitos y culturas nacionales (tecnología, comunicaciones , prácticas de consumo), significa en buena medida la instalación de la lógica capitalista, abriendo distancias insalvables por las costumbres ancestrales. En ese contexto la representación de Lautaro no logra ser resuelta ni desde la pura tradición, ni desde el presente.

El monumento es un homenaje a la figura histórica del toqui que se da dentro de los códigos de representación de occidente. En ese contexto, la estatua es un acto reivindicativo del Estado, pero también es la reafirmación de la mirada neocolonial donde continúan existiendo vencedores y derrotados.

El resultado de este choque entre culturas es la constante reiteración de contradicciones por parte de una comunidad que no siempre logra concientizar los embates de una sociedad poco interesada en su historia. Así vemos a una machi texteando en mapudungun y elevando la Coca-Cola a la categoría de remedio medicinal para “calmar el empacho”, una liga de fútbol rural con equipos de nombres prestados al fútbol extranjero, o un par de jóvenes que afirman con vehemencia y arrogancia saber cuándo están frente a un winka que pronuncia la “s de mapuches”, y que al mismo tiempo replica costumbres citadinas jugando a tomarse fotos y compartirlas.

Sin embargo, En Leftraru estas contradicciones no son leídas desde la “inconsecuencia política” tal como pretende esa lógica fascistoide que exije que todo aquel que critique su modelo de vida se devuelva a las cavernas. Si allá el conservadurismo reifica, acá la contradicción es pura fricción, operando como un movimiento dialéctico que expande los límites del llamado “conflicto mapuche”, instalando la tesis de que el problema no será resuelto sin antes cuestionar el modelo, intento de desarrollo primermundista (que continúa filtrando ese racismo colonial) y que hoy además está ligado a un sistema económico donde cualquier política de reparación se  piensa antes desde la lógica de la libertad individual y la propiedad privada, mirada antagónica a la cosmogonía mapuche donde no hay libertad sin tierra, ni tradición sin comunidad.

Y las cosas en la comunidad se vuelven más complejas con la visita de Andrés y Mario, funcionarios de la corporación indígena. El primero, es un joven nacido dentro de la comunidad que tempranamente se fue a la capital, volviendo convertido en abogado y director de la corporación. El segundo, es el funcionario asistente encargado del registro audiovisual. Ambos llegan a la comunidad para continuar la implementación de las políticas indígenas.

Con la aparición de estos personajes Leftraru aborda un cuestionamiento vigente ¿la doble militancia de funcionarios de gobierno ofrece alguna garantía de cambio? ¿Es posible un cambio desde adentro? Por el contrario ¿es que acaso hay hoy un afuera o son sólo consignas nacidas de la pura radicalidad? La paradoja está planteada y se multiplica exponencialmente en la educación, salud, jubilación, etc.

Leftraru hace un ejercicio dramatúrgico simple y concreto, cuya mayor virtud es generar una obra de personajes, -que aunque prototípicos-, permiten la circulación de cuestionamientos respecto del rol histórico del Estado chileno en el conflicto mapuche. Del mismo modo, la obra objeta las lógicas organizacionales de la comunidad mapuche poniendo en duda la posibilidad de siquiera imaginar una respuesta al conflicto sin antes asumir que este sistema ha alterado irremediablemente su realidad y su tradición, marcando un punto de no retorno con el pasado.

Sin embargo, el final sonorizado por el cover a Los Jaivas resulta desconcertante e incluso podría considerarse un contradictorio retroceso respecto del trabajo crítico sostenido por la obra al devenir en pura consigna redentora: «no voy a cambiar, voy a resistir” dice la canción mientras el público aplaude emocionado. ¿No se trataba justamente de evitar los lugares comunes? Cinco o seis personas se ponen de pie. Una de ellas resulta ser una reconocida figura de la Concertación. Esta última anotación debiera operar como señal de alarma para advertir la facilidad con que discursos destinados a subvertir el relato oficial, son asimilados por las estructuras de poder al más mínimo tropiezo, dando paso a la complacencia del progresismo de salón.  [/vc_column_text]

Ficha Artística

Dramaturgia: Bosco Cayo inspirado en la obra LAUTARO de Isidora Aguirre.
Dirección: Aliocha De la Sotta
Elenco: María Paz Grandjean, Paulina Giglio, Mónica Ríos, Bosco Cayo, Felipe Gómez, Jaime Leiva, Iván Parra, Mario Soto.
Diseño integral: Ricardo Romero
Música: Fernando Milagros
Diseño sonido: Cristóbal Carvajal
Producción: Rodrigo Leal
Asistente creativo: Pablo Manzi

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Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.

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