Minero 34: tragedia con poca novedad
Fuimos a ver Minero 34, una obra que aborda la historia de una familia los instantes posteriores al derrumbe de la mina San José. Estamos frente a una puesta en escena que reitera sin mucha novedad temas contingentes, pero donde destacan buenas actuaciones.
La historia de lo que sucedió con el minero treinta y cuatro luego de todos los acontecimientos que siguieron al derrumbe de la mina San José, es el punto de partida de esta obra que se organiza en torno al devenir de una familia de clase baja del norte de Chile, que en primera instancia agradece no haber sufrido la situación de los otros treinta y tres mineros, pero que luego debe enfrentar haberse quedado afuera de toda celebración y acto de reparación, en una tierra esencialmente estéril, donde cunde la pobreza y no hay mayor expectativa de vida.
De esta fricción entre moral y deseo emanan todos los conflictos de la obra, que avanza orgánicamente gracias al gran tono y ritmo actoral, logrando hacer un atractivo ejercicio de observación, que al modo de una radiografía social en tiempo real, aborda con humor y sin paternalismos las ambiciones, dolores y temores de una familia que no logra compatibilizar su propia tradición e historia con las expectativas de vida adquiridas por una modernidad fallida, un modelo de éxito, belleza y desarrollo provenido del mismo sistema capitalista que por poco entierra a su padre.
El resultado es el estallido de cualquier norma, dando paso a las más repulsivas formas de discriminación, por ejemplo, contra la población colombiana de raza negra que vienen a “quitarle el trabajo a los chilenos”. Pero también se trata de discurso clasista en contra de sus propios compatriotas: Alexis, reponedor de un supermercado, hijo del minero treinta y cuatro, parece digerir sin resistencias el imaginario arribista neoliberal donde defender el negocio del patrón, aceptar la precariedad laboral (que le costó la mano un colega) como condición basal de cualquier emprendimiento y no meterse en problemas (sindicalizarse) resulta ser parte de la lógica del reconocimiento y/o ascenso social.
Hasta aquí Minero 34 permite visualizar a través de sus personajes un tema todavía contingente, sin embargo, en contraste con el ejercicio escénico, la obra pronto agota su hondura crítica, reiterando más menos el mismo abanico discursivo. Y en este punto sintomatiza lo que podríamos llamar un momento del teatro local –sea joven, independiente o emergente-, que durante un tiempo ya, ha puesto en escena problemáticas sociales más o menos contingentes, entre las cuales un clásico ha sido el cuestionamiento al rol de los medios de comunicación masivos, el cerco mediático, la hipermediatización, la espectacularidad, etcétera.
Pero resulta que esta voluntad reflexiva redunda en una serie de críticas que después de 2011 -y gracias al notable esfuerzo periodístico independiente-, ya no tienen el mismo efecto. Porque el cuestionamiento al rol de los medios de comunicación masivos ha sido asimilado por la sociedad al punto de reflejarse hoy como una de las principales críticas hechas por los consumidores televisivos en las encuestas realizadas por el CNTV, lo que significa en buenas cuentas, que dicha crítica ya ha ingresado como tema de conversación a la casa, volviéndose sentido común en la medida que primero concientiza y luego se naturaliza. Entonces decir que la prensa espectaculariza, es como decir que el martillo martilla.
En este punto el problema es doble. Porque no sólo se trata de la reiteración de una crítica poco novedosa (y a la larga poco exhaustiva), sino también de un lenguaje escénico estereotípico y desgastado. El proyector apuntando a la pared que exhibe sobre los cuerpos de los actores la espectacularidad que rodeó el rescate, es parte de eso. De un modo similar, no hay gesto crítico en la escena que nos presenta a la familia abducida por los celulares, donde lo que se hace es reproducir, una vez más, una mirada conservadora que equivoca el objetivo de su crítica y que ve en la tecnología el ocaso de las relaciones familiares.
Minero 34 es una obra que hace un buen ejercicio actoral. Sin embargo, presenta un desequilibrio entre figura y fondo, que requiere reflexionar la novedad de sus cuestionamientos, pero también su forma, pues como diría Brecht, la forma es la ideología de la obra.[/vc_column_text][/vc_row]
Ficha Artística
Compañía La Cafiche
Dirección: Pedro Bustos.
Elenco: Sebastián Ortiz, Diego Varas, Zoila Schrojel, Tomás Henríquez, Valeria Yáñez Y Estefanía Mardones.
Dramaturgista: Tomás Henríquez.
Diseño integral: Teatro La Cafiche