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Punto Ciego: realidad inmutable

Fuimos a ver Punto Ciego, una obra tibia que pretende abordar la realidad, pero que finalmente no logra ni superarla, ni transformarla, ni reparla.

 

Punto Ciego relata la historia de Esmeralda, una niña analfabeta de 13 años que vive algún departamento de los blocks de un barrio pobre. Su vida es la encarnación de todos los males de la pobreza: su mal rendimiento la hizo desertar del colegio, su núcleo familiar está devastado por el alcoholismo y ella es utilizada como prebenda a los favores hechos por su “padrino”, un feriante que trae periódicamente frutas y verduras al departamento en que vive la niña, junto a su hermano y su madre.

Hasta aquí, mucha información sobre una realidad que día a día nos encontramos en los noticiarios, docu-realitys, redes sociales, etcétera: la niña abusada, el abandono de menores, la drogadicción, etcétera. Pero entonces ¿qué es lo que nos cuenta Punto Ciego que no podamos enterarnos por un medio de comunicación? Pues bien, el supuesto de su directora, Claudia Pérez, es que desde las tablas se puede transformar la realidad, o al menos repararla, dotando con ello al teatro cierta capacidad terapéutica.

Ahora bien, Punto Ciego no discute esta supuesta cualidad del teatro desde su propia facticidad, sino que más bien la da por hecho, esperando que el espectador se acople al lenguaje narrativo que propone la obra, siempre bajo el dominio del texto, del figurativismo y lenguaje pedagógico, tres condiciones a las que la obra no renuncia nunca y que reitera hasta agotar.

Es por ello que pasada la media hora, y una vez puesto en escena el conflicto (cuando se evidencia el abuso), lo único que se hace es redundar una y otra vez en diversos tópicos obvios: la soledad de Esmeralda, el egoísmo de su hermano, el abandono de su madre, el amor de un nuevo vecino. Y de todos estos enunciados el que menos aporta es este último, pues se trata de un giro romántico que se da en las coordenadas a las que ya estamos acostumbrados por Hollywood: El amor puede cambiar el mundo. Así, Esmeralda conoce al sobrino de su vecina, un joven estudiante del sur de Chile de vacaciones por la capital, que le enseña a la niña a andar en bicicleta, dando paso a un fugaz amor que le dará esperanzas a esmeralda de ver la vida de otra forma.

El excesivo interés por representar la realidad de Esmeralda, al tiempo de rehuir de la crudeza real de la vida de una niña abusada, termina generando un recorte, una imagen a medio camino a entre lo testimonial y lo poético, que se narra desde una voluntad aburridamente lírica. Punto Ciego es un ejemplo más del despropósito de hacer ingresar la realidad a través de un tamiz lleno de lugares comunes que termina por suavizar e invisibilizar la propia categoría de lo Real, saturándola en cambio de emotividad, magia, sentimentalismo, etcétera.

Por todo ello Punto Ciego se evidencia ideológicamente tibia: en lo formal se limita a ejecutar una serie de recursos que se agotan y no logran ni asimilar, ni transformar, ni reparar la realidad. Por otra parte, en términos de contenido, la obra no logra superar el discurso oficial respecto del abuso: “cuando entre a mi casa, por favor, llame a carabineros”. La invitación es a denunciar, a no quedarse callado. Pero, ¿Dónde está el espacio para dudar, para cuestionar el rol de la autoridad, de las instituciones implicadas, del modelo de desarrollo que ampara el propio Estado y que conmina a estas familias a la pobreza y da pie al abandono?[/vc_column_text][/vc_row]

Ficha Artística

Dirección-Dramaturgia: Claudia Pérez.

Dramaturgia: Iria Retuerto.

Elenco: Carla Romero, Claudia Vergara, Claudia Pérez, José Luis Aguilera, Benjamín Hidalgo, Mario Soto.

Diseñadora Integral: Laura Gandarillas.

Música: Andreas Bodenhöfer.

Intérprete Musical: Vicky Gandarillas.

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.