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Sueño americano: descontento en vano

Fuimos a ver «Sueño americano» de la Compañía de Teatro Los Robinson. La obra aborda el clásico «La vida es sueño» de Calderón de la Barca.

 


Sueño americano
de la Compañía de Teatro Los Robinson, se plantea como una versión libre del célebre y revisitado texto “La vida es sueño” de Calderón de la Barca. En esta oportunidad lo que vemos es una actualización del drama barroco con un Segismundo preso en un pequeño departamento de un ambiente en alguna ciudad de Chile.

Durante su hora de duración, la obra exhibe la vida del fracasado cineasta (Nicolás Fuentes) que alucina con amores inciertos (Andrea Vera), prostitutas, su exitoso hermano congresista (Gonzalo Durán) y su padre, un DD.DD asesinado por la dictadura. A través de estos encuentros el joven director -cual Truman Burbank- se hunde en un espiral sicótico donde comienza a sospechar con la posibilidad de que todo lo que haya vivido no sea real.

Ahora bien, aunque la dramaturgia intenta construir un relato que dialoga en sus propios términos con la obra del Calderón, al poco andar se hace evidente que Sueño americano tiene limitaciones formales para poder dar con el tono y el estilo que sus propias expectativas demandan. Ya sea porque en términos formales la dramaturgia, la dirección y la actuación no lograron administrar el suspenso (es decir, el tiempo de los acontecimientos) o porque en buenas cuentas el tratamiento del problema de fondo nunca fue tan relevante, pronto se hace evidente el entrampamiento de la obra en un decir que malentiende cotidianidad con tedio.

Con ello ocurre lo previsible: al no poder sostener el estatuto filosófico de aquella pregunta por la categoría de lo Real, la obra hecha mano a la literalidad. Entonces todo es evidente y aburrido, la prostituta y su baile, el lloriqueo del padre desaparecido, la vida del artista fracasado versus la de su hermano congresista y exitoso, etc.

El resultado es que el propio padecer de este Segismundo urbano sea un sufrimiento caprichoso, como un devenir en catástrofe que requiere altos niveles de impostación para justificar el viaje de una obra que no logra habérselas ni en fondo ni en forma con la pregunta que ha abierto. Son tan solo con los primeros momentos del diálogo de la escena del hijo y su padre que la obra parece poder decir algo significativo respecto a la muerte, su inutilidad y el vano paso del tiempo perdido.

Sin embargo, en el irresistible querer concluir (éticamente, moralmente, etc) que ha embargado a tantos finales en el teatro, prontamente se da paso a un remate previsible: al desamparo padre/hijo, le sigue la reafirmación de que a pesar de que la alegría no llegó,  la revolución espera a la vuelta de la esquina.

Esta tesis de manual (en realidad, una consigna), escéptica y autocomplaciente, asume sin problemas que al actual estado de las cosas, llámese hegemonía neoliberal o transicional, hay algo para oponerle, pese a que la ausencia de nuevas referencias en plena crisis de representación política afirman lo opuesto. Sea por ingenuidad o displicencia, a esta altura ya es evidente que el intento por asimilar el ensueño calderoniano con el american dream ha fracasado.

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Ficha artística

Dramaturgia y dirección: Manuel Ortíz 
Elenco: Andrea Vera, Gonzalo Durán, Nicolás Fuentes
Diseñador escenografía e iluminación: Marcelo Parada
Diseñadora Vestuario: Carola Chacon
Musicalización: Deby Kaufmann
Fotografía y Diseño gráfico: Eduardo “Mono” Cerón
Realizador audiovisual: Jano Ubilla
Productora: Andrea Vera Puz

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.