Adiós Ayacucho: hasta siempre Ayacucho
Desde Lima escribe Claudia Vanesa Figueroa, colaboradora internacional de Ágora que fue a ver «Adiós Ayacucho», puesta en escena creada en los 90′ por el grupo cultural Yuyachkani a partir de la novela del escritor peruano Julio Ortega. Se trata de una obra icónica inserta en la llamada «narrativa peruana del conflicto armado», con que hoy el grupo cultural conmemora su 45° aniversario.
Flores, velas y un pequeño tabladillo de madera sobre el cual descansan unas ropas de hombre. Una mujer vestida de negro vela las prendas de un desaparecido, como ritual andino de despedida. El olor a hierba quemada empieza a invadir el espacio escasamente iluminado, cuando de pronto vemos una diminuta bandera blanca asomarse desde el interior de un gran saco negro. Así se da inicio a Adiós Ayacucho, el unipersonal interpretado por Augusto Casafranca, que desde su creación en 1990 ha sido un ejemplar símbolo de defensa de los derechos humanos.
En su casa de Magdalena del Mar, ubicada en la capital peruana, el Grupo Cultural Yuyachkani celebra su 45 aniversario con esta y otras obras de su repertorio. La obra Adiós Ayacucho está basada en la novela homónima del escritor peruano Julio Ortega. Se presenta bajo la dirección de Miguel Rubio y la musicalización está a cargo de Ana Correa. Para Yuyachkani, el teatro surge de un diálogo con el contexto social, de esa manera, el elemento político no puede faltar en sus obras. En relación con esto, Adiós Ayacucho tiene como eje el conflicto interno peruano vivido entre los años 1980 y 2000.
En este pequeño viaje conoceremos al difunto dirigente campesino Alfonso Cánepa, quien emprende una odisea hacia Lima en busca de sus propios huesos, para poder descansar. Necesitará la ayuda de un Qolla (juguetón personaje de la tradición andina, se le identifica por la blanca máscara de lana que cubre su rostro), quien prestará su cuerpo y voz para que Alfonso logre llegar a la capital y contarle su historia al presidente. El espíritu de Cánepa lentamente va invadiendo el cuerpo del Qolla, luego de que este intente robarle los zapatos.
En el trabajo de Casafranca encontramos premisas de investigación de Yuyachkani. Lo primero a mencionar es el cuerpo, que demuestra un nivel de entrenamiento virtuoso y se entrega fácilmente a los dos personajes que en él habitan. Este despliegue físico, si bien pertenece a una partitura física que el actor ha repetido incontables ocasiones, no deja de ser orgánico. Además crea un equilibrio con la investigación vocal, que se puede apreciar en los cantos quechuas y en la construcción del personaje del Qolla, que a su vez hace demostración del uso de la máscara andina.
Uno de los momentos más memorables se vive cuando el Qhapaq Qolla intenta abandonar el lugar. “Vine a Lima a recuperar mi cadáver”, dice una voz que no le pertenece a ese cuerpo; desde entonces se emprende la lucha de Cánepa por existir dentro del Qolla. La actitud juguetona y la dulce voz del segundo, se enfrenta con la firmeza del primero. Esto evidencia la versatilidad corporal y vocal anteriormente mencionada.
La obra interesa principalmente por la manera en que aborda el tema de violencia interna y por hacer de la acción teatral un saludo a nuestros muertos, sin abandonarnos en la pena que esto puede generar. No deja de robarnos unas cuantas risas, a pesar de la naturaleza trágica de la historia. Esto se debe a la relación complementaria de los personajes. Cuando el campesino asesinado grita a modo de denuncia “Sabía que me acusarían de terrorista, y ellos sabían que no lo era”, el enmascarado responde “Ay, hermanito, en qué lío te has metido” y descaradamente intenta librarse de Cánepa. Juntos son las dos máscaras del teatro: el drama y la comedia.
Por otro lado, la estética visual apuesta por una sencillez pulcra. Muebles y ropas demuestran haber sido elegidos con el mayor de los cuidados y es evidente que cargan consigo la energía de muchos viajes e historias. La iluminación es más bien sutil. En la musicalización podemos encontrar otra premisa de trabajo de Yuyachkani, se trata de “la no presencia”.
Ana Correa utiliza este concepto para acompañar la acción sin que esto la haga existir dentro del relato. Se ha propuesto ser una presencia puntual. Esto crea un contraste en las calidades de energía de ambos intérpretes, una es la presencia máxima que inunda la sala de voz y cuerpo, la otra busca existir a su lado sin ser percibida. Esto es agradecido, ya que al igual que la iluminación, permiten enfocar nuestra atención en el magistral desempeño de Casafranca.
Adiós Ayacucho ha logrado una excelencia técnica sin que esto signifique la pérdida de la verdad o el sentimiento del discurso. Esto es solo posible gracias a los años que viene siendo creado y recreado, las innumerables veces que se ha revivido esta historia y por supuesto, la importancia y fidelidad que se le brinda al tema que se expone y contra el que se protesta.
Yuyachkani se ha propuesto recordarnos siempre nuestra historia, contribuir a crear un país que recuerde, pero no para atormentarse ni vivir en el rencor, sino un país que haya aprendido de sus fracasos y esté dispuesto a reencaminarse. Después de tantos años, ellos insisten en que, al igual que el Qolla, tenemos que dejar de huir a la responsabilidad que tenemos con todos nuestros muertos.
FIcha Artística
Texto original: Julio Ortega
Dirección: Miguel Rubio Zapata
Elenco: Augusto Casafranca
Música: Ana Correa