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Editorial: ICARE, economía creativa y el día del trabajador

Hace pocos días atrás se realizó en Santiago el foro Cultura y desarrollo: la economía creativa. Se trató de una iniciativa desarrollada en conjunto por ICARE y el CNCA en la que participaron diversos representantes del mundo público y privado. El propósito central del encuentro fue estrechar lazos entre ambos sectores productivos y conocer más antecedentes sobre el florecimiento de las economías creativas en Chile.

Pero, ¿qué es una economía creativa? Durante su presentación, el ministro Ottone propuso un ejemplo para explicar e ilustrar su funcionamiento: si una botella de vino se posiciona internacionalmente como un producto exportable, no es solo por su contenido, sino por la forma en que este se presenta. Pues bien, el trabajo necesario para posicionar a ese vino en mercados extranjeros, representa su valor agregado. ¿Quiénes realizan ese trabajo? Especialistas en el diseño de soluciones innovadoras cuya principal herramienta de trabajo es la creatividad.

Ahora bien, el ejemplo dado por el ministro es algo limitado. Todavía subordina la creatividad al diseño de productos. Todavía parece pensar en la fábrica y en la cadena de producción clásica. Esto, que muy probablemente sea el reflejo de una economía aún en vías de desarrollo, tiene su contraparte en economías desarrolladas donde la creatividad se ha transformado decididamente en el principal objeto de intercambio y ya no solo en valor agregado de una mercancía.

Entonces, existe una economía creativa ahí donde el trabajo maquínico y material del obrero asalariado ha sido reemplazado por el trabajo creativo e inmaterial. El trabajador creativo trae añadidas una serie de virtudes que lo vuelven un ser único: trabaja con el lenguaje, establece vínculos desjerarquizados, se comunica, fomenta situaciones desafiantes, y justo allí en el medio, se pone a crear.

Quien encarna por excelencia todos estos valores es el artista. Es su creatividad lo que lo volvió el creador por excelencia durante el siglo XX. El artista es un innovador nato, un emprendedor por excelencia, un ser resiliente, comunicativo, crítico, reflexivo y, por sobre todo, es un ser libre. Quien quiera ser exitoso en esta nueva lógica económica contemporánea, deberá tomar uno o más de estos valores. De ahí que para las economías creativas -pero no solo ellas- el arte y la cultura sean un centro de inversión estratégico.

Con todo esto presente no habría más que celebrar que la principal –sino única- corporación que vela por los intereses empresariales en Chile, y también el Estado chileno, representado por el máximo responsable del desarrollo cultural del país, se interesen por definir un programa para optimizar inversiones como aspira ser el Plan Nacional de Fomento a la Economía Creativa, que se lanza el 2 de mayo. Mal que mal, la elite chilena ha brillado por su ausencia en cuanto a inversión en el sector artístico se trata.

Pero sucede que justo un día antes se celebra el Día del Trabajador, un día que nos recuerda que las condiciones laborales de los trabajadores del arte continúan siendo una de las peores y más precarias del mundo del trabajo, pese al crecimiento de las economías creativas.

¿Es posible que el Estado construya toda una retórica sobre las economías creativas centrada en rescatar los valores del arte y el artista, y al mismo tiempo refuerce la precarización sus condiciones laborales?

Sí, lo es. Y precisamente en la línea de develar esta lógica esquizofrénica va la investigación desarrollada por el académico Carlos Ossa llamada El ego explotado, Capitalismo Cognitivo y Precarización de la Creatividad. Para Ossa el problema es que las llamadas economías creativas antes de potenciar la creatividad, la capturan y someten a lógicas de financiamiento altamente precarizantes como subvenciones, fondos concursables, becas, etc.

Así, “por una parte te celebran como artista, te diferencian, te reconocen, te distinguen, te aplauden; pero, al mismo tiempo, eres un asalariado, -afirma Ossa-. Finalmente te subordinas a la creación produciéndola, creándola, es decir, tu propia libertad te oprime”.

Esto es precisamente lo que sucede cuando los trabajadores del arte se ven obligados a someterse, año tras año, a las angustiantes lógicas de concursabilidad para financiar sus proyectos creativos, que luego deberán volver a ser reformulados para buscar financiamiento en un eterno espiral precarizante.

Por todo esto, era previsible la ausencia de intelectuales y teóricos en el foro desarrollado en ICARE. La convergencia del sector público y privado hoy es tal, que solo hay espacio para la autocomplacencia, el optimismo y las promesas de desarrollo.

Sin embargo, no deja de llamarnos la atención la ausencia de cuestionamientos por parte de la gestión cultural y de los propios artistas. Una rápida revisión de las opiniones en redes sociales de las principales referencias de ambos sectores, da cuenta o bien del excesivo entusiasmo por hablar en jerga sobre emprendimiento, innovación y creatividad, o bien de un curioso silencio.