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Editorial: Ministerio de las Culturas, ¿logro histórico o metástasis burocrática?

El robustecimiento de la institucionalidad cultural ha sido una larga batalla del sector cultural desde hace, al menos, 20 años. Es por eso que la reciente aprobación del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patriomonio es recibida como una buena noticia, pues es el fruto de años de trabajo que ahora permitirá mejorar las gestiones del Estado en materia cultural, donde juega un rol determinante a la hora de fomentar y dinamizar la circulación de la producción cultural.

Pero que esta nueva institucionalidad aparezca hoy, se corresponde además con el tránsito que vive la economía chilena, donde nuevos sectores productivos -como el de la llamada economía creativa- comienza a requerir de más y mejor estructura para desarrollarse. No por nada durante mayo de este año el gobierno de Michelle Bachelet lanzó el Plan Nacional para Fomento de las Economías Creativas.

Hay un formidable interés del sector privado para hacer que el Estado juegue un rol central en el potenciamiento de un sector que representa ya el 2,2% del PIB. Esto podría explicar -en parte- la unanimidad en la aprobación del proyecto, donde incluso el sector más conservador del parlamento votó a favor, pese a su tendencia histórica por considerar el arte y la cultura un gasto público no prioritario.

Llama la atención entonces ver a ciertos representantes del mundo de la cultura cuestionando la ampliación del poder del Estado, advirtiendo una posible «sobreburocratización». El ex ministro de cultura, Luciano Cruz-Coke, consultado por El Mercurio respecto a este punto, ha sostenido la existencia de cierto exceso administrativo en el proyecto de ley aprobado, afirmando que él habría deseado una institucionalidad más ligera.

Más radical ha sido la postura de Pablo Chiuminatto, quien en diferentes oportunidades ha dicho que el proyecto de ley que funda este ministerio amenaza la “vitalidad del arte” al dejar en manos del Estado y del gobierno de turno, el control de la cultura. En suma, para el académico y artista visual, detrás de la figura de un Estado protector en realidad lo que hay es una empresa estatal despótica y clientelar.

Las críticas de Cruz-Coke y Chiuminatto advierten en distintos tonos, sobre una posible metástasis burocrática del Estado en materia de cultura. Esto, para quienes conocen los formularios de postulación a fondos concursables, becas, etc., seguramente hará pleno sentido. Sin embargo, es necesario notar que tanto para El Mercurio como para Cruz-Coke y Chiuminatto la percepción sobre la burocracia estatal continúa respondiendo a una mirada clásica, incluso un lugar común, sobre las capacidades del Estado en materia de gestión y administración, reiterando la manida idea de que este debe reducir permanentemente su tamaño y dejar hacer.

Lo que parecen olvidar tanto Cruz-Coke como Chiuminatto, es que la burocracia es, al fin y al cabo, el discurso de la oficialidad, y esa oficialidad ya no es la caricatura que dibuja el liberalismo clásico, es neoliberal. No se trata de una consigna: como es sabido, el neoliberalismo se caracteriza por definir un nuevo vínculo entre Estado y mercado donde la relación que previamente era antagónica, ahora es cancelada en nombre de una suerte de alianza.

Mediada siempre por una suerte de síndrome de Estocolmo, esta alianza implica la subordinación del Estado a las directrices del libre mercado. Esta es la razón por las cuales las agendas de gobierno nunca tocan la matriz económica y, en cambio, cuando todo anda bien, gestionan la privatización, la corporativización y tercerización de la acción estatal, o cuando todo anda mal, diseña planes de salvataje económico para las corporaciones en quiebra.

En realidad, en el marco de un capitalismo global con sus fenómenos de mundialización, virtualización e interconectividad, se hace imposible continuar sosteniendo la caricatura de la burocracia estatal y del Estado culpable. No existe ya algo así como un comando central donde el Estado cumpla un rol tutelar. Y si existiera algo así como una sala de crisis donde reunirse a vigilar el devenir de los eventos críticos de la economía mundial, resulta que allí no hay nadie, ni nadie pretende llegar.

Ni el ex ministro de cultura ni el académico mencionan esto en sus análisis y comentarios en prensa. Sin embargo, cualquier cuestionamiento a una posible metástasis burocrática del Estado, debiera tocar la relación misma entre este y el mercado, lo que implica, en algún punto, poner en duda el modo en que hoy el propio modelo neoliberal imagina y administra el «desarrollo». Insistir en la visión limitada, escasa y cómoda (pero aún dominante) del Estado omnipotente, controlador, irresponsable y autoritario, principal referente de la «kafkiana» burocracia moderna es, a esta altura, cometer un error analítico, un foul táctico, o simplemente, actuar de mala fe.