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Espérame en el cielo, corazón: la tragedia de los comunes

Primero como género, luego imaginario cultural. El melodrama ha estado presente en Latinoamérica desde sus inicios republicanos y hoy dos investigadoras, Soledad Figueroa y Javiera Larraín, nos cuentan de su transformación y del libro “Esperame en el cielo, corazón. El melodrama en la escena chilena de los siglos XX – XXI”.

A modo introductorio… ¿de qué trata esta investigación? ¿Qué podremos conocer al leer este libro?

– Javiera: La investigación gira en torno al melodrama y su importancia en la historia del teatro chileno desde el 1900 hasta la fecha. Nuestro objetivo fue entender cómo el melodrama ha incidido en tanto forma –dentro de muchas otras– de entender la construcción escénica nacional, de cómo este ha evolucionado –desde su condición– de género hacia su matriz como imaginario cultural.

Así, mientras realizábamos la investigación, nos dimos cuenta que el melodrama ha estado presente con diversos grados de impacto dentro de la historia chilena nacional. Podemos rastrearlo desde los albores del inicio de nuestra historia republicana, inclusive antes. Decidimos, abocar la investigación, sin embargo al siglo XX y la actualidad del siglo XXI, porque considerábamos que durante este poco más de un siglo, su impacto ha sido más significativo y variado dentro del quehacer de las artes escénicas.

 ¿Qué papel jugó el melodrama en la historia latinoamericana y de Chile?

– J: Juega un rol importantísimo, aunque muchas veces no reflexionemos sobre ello, las muestras de su alcance se ven hasta el día de hoy. Por ejemplo, el impacto que tuvo el final de Amanda, donde si no habías visto la teleserie igual te enterabas del final. Y esa es una característica propia del melodrama latinoamericano, como lo entiende Jesús Martín-Barbero. Para él, el disfrute de una telenovela no está en verla, sino en contarla, como bien diríamos en “comentar la comedia” y las redes sociales se han vuelto caldo de cultivo para ello.

Hablan del melodrama como tragedia de la gente común en el diario vivir, ¿por qué?

– Soledad: Sería importante colocarnos en uno de los puntos del nacimiento del melodrama, que tiene su raíz no solo en la unión entre música y drama, si no que –remitiéndonos a la revolución francesa y por sobre todo a la Comuna de París– el melodrama se transforma en un género que apela directamente al pueblo y a su reconocimiento e identificación como un ente luchador. Es el pueblo quien pide o necesita verse reflejado en escena, justo en un momento donde la resistencia ciudadana es fundamental para conseguir derechos básicos.

Este elemento luego se desprende de su ámbito de género y se convierte ya en una matriz imaginaria, es decir, entender el melodrama como un elemento de construcción de imaginario. Puedo codificar los problemas del ser humano desde el melodrama, como la tragedia del ser humano común.

Ustedes mencionan, entre otros referentes, a Acevedo Hernández, dramaturgo conocido antes por ser padre del teatro social que por explotar el género del melodrama. Esta lectura es otro modo de entrar a su obra, pero por sobre todo da luces de que el melodrama cumplió una función social, ¿cuál habría sido esta? Ustedes incluso hablan de una forma de lucha.

– S: Acevedo Hernández quería, de algún modo u otro, cambiar la visión un tanto frívola que venía dándose en el teatro chileno de la época, y dar cuenta de las problemáticas que atacaban a los elementos más desprotegidos (el proletariado, el campesinado, la mujer). Si bien la “lucha” de esta última aún era incipiente, se cuestiona en reiteradas ocasiones la idea de que la mujer sirva a los caprichos del hombre en relación al matrimonio y al sexo. Es por ello que muchas veces Acevedo Hernández hace uso de ciertos elementos que podríamos relacionar con el melodrama –aunque él, algunas veces, reniegue de este– como por ejemplo el protagonismo de la pareja de enamorados (Óscar y Laura) en Almas perdidas.

El melodrama como forma de lucha, por tanto, se consolidaría en la necesidad de Acevedo de dar cuenta de una realidad que estaba tratando de ser ocultada por los teatros de la época y que, con la creación de la Compañía Dramática Chilena, le otorga relevancia artística, social y política.

No quisiera dejar de mencionar el uso del melodrama en la dramaturgia que sí tiene un fin político como la de Luis Emilio Recabarren y Alfred Aaron. El primero Social Obrero y comunista, y el segundo anarquista, colocan la lucha por sobre la creación artística, dándole una preponderancia al uso melodramático como forma de identificación clara de los poderes opresores y libertarios de nuestra sociedad. Utilizar la polarización genera una educación clara y enfática para la lucha de los trabajadores, entendiendo que en la época la posibilidad de saber leer y escribir era bastante escasa. Es así como el teatro y el melodrama en particular, tienen una función política y social sumamente clara.

Acevedo Hernández, Isidora Aguirre, incluso Andrés Pérez pueden ser leídos en clave melodramática, ¿por qué y qué ofrecerían estos autores?

– J: Las obras de Isidora Aguirre operan bajo las claves del teatro brechtiano, pero están insertas en una sensibilidad melodramática, como podemos apreciar claramente en Los Papeleros: la madre que abandona y se reencuentra con su hija, el amor cortés entre dos jóvenes huérfanos, el patrón opresor y malvado, la dignidad con la que se soporta la miseria humana que deben sufrir los personajes, etc. Lo mismo ocurre con Acevedo, pero de una manera mucho más cercana al género que Aguirre, más ligada a un imaginario o una forma de ver el mundo como un melodrama. Siendo, precisamente, esto último lo que pasa con Andrés Pérez: La Negra Ester, es –sin lugar a dudas– el gran melodrama latinoamericano, ya que hay un despliegue absoluto de la tradición de lo popular en esta pieza, a través de las penurias amorosas de su protagonista Roberto con la Negra Ester, que es –básicamente– un melodrama doméstico por antonomasia.

Radrigán veía como algo problemático en Acevedo Hernández, precisamente el carácter “lloroso” de sus personajes, llegando a afirmar que más que melodrama era “malodrama”. Es interesante el juicio de Radrigán, aunque parece responder desde el sentido común instalado respecto al melodrama como género menor, ¿Están de acuerdo? ¿A qué creen que se debe esto de la banalización del melodrama?

– S: Me parece interesante ese ámbito liminal entre qué es lo excelso y qué no. Acevedo Hernández también se oponía al melodrama lloroso y lastimero, pero hay que entender los contextos y las necesidades de cada época. En primer lugar, el melodrama al cual se oponía A. Hernández, era aquel género proveniente sobre todo de una facción de las capas medias francesas que aquí claramente se traduce en un teatro burgués. Lo que hace aquí Acevedo es –de alguna manera u otra– devolverle las raíces melodramáticas al pueblo. Como este estaba silenciado, había que relevar sus miserias para que el público asiduo al teatro se diera cuenta de lo que vivía gran parte de la sociedad chilena. Eso ahora nos puede quedar un poco lloroso, unilateral y tal vez banal pero ¿es posible negar el dolor de cada ser humano?

La banalización del melodrama, personalmente, creo que se da por la sobre explotación de la polarización y exacerbación de las emociones fuera de su contexto. Es una línea divisoria muy frágil. Puedes estar en la profundidad de la emoción y a la vez ir a una ridiculización de esa emoción. Considero que depende mucho del contexto y de la verosimilitud. Cuando esta se pierde, la emoción exacerbada y desmedida pareciese quedar vacía.

Si pensamos en la cotidianidad, en una pelea de pareja en la calle, no podemos dudar de que esas personas que están ‘agonizando’ en su lucha, están viviendo y sintiendo lo que dicen, hacen y gritan, pero si perdemos el contexto y le quitamos importancia a ese dolor (por más cotidiano que sea); si nos quedamos solo en la forma, la profundidad melodramática se pierde.

¿Qué fue del melodrama? ¿Dónde se puede encontrar hoy? Algo vimos sobre vínculos entre melodrama y feminismo, melodrama y TV (programas como Lo que callamos las mujeres), melodrama y radio (El Rumpy), melodrama y política, etc.

– S: Si volvemos a la idea de melodrama como matriz imaginaria, si consideramos que el melodrama puede ser un lente de análisis para entender los comportamientos y actitudes de la cotidianidad humana, entonces el melodrama está presente en cada acción y decisión de nuestra vida diaria. Si tuviéramos que elegir una instancia, diría que está sumamente arraigado en nuestras formas de comunicación, como por ejemplo las teleseries o las noticias, hasta los matinales.

El melodrama es la necesidad de expresión del ser humano común y corriente ¿y qué es lo que necesita nuestra sociedad actual? Hablar o expresarse. Si el gesto es la representación de esa mudez, si el llanto, si el grito es la representación de eso que no puedo decir, todas aquellas “escenas dramatizadas” de los matinales o del nuevo programa de Pedro Engel, que dan cuenta de los dolores y desazón del ser humano, eso es melodrama. Si no puedo decir a la cara, si debo verme mediado a través de una historia ficcionada para ser capaz de comprender lo que pasa en mi interior, eso es una especie de catarsis de la cotidianeidad.

Por eso el programa del Rumpy, Lo que callamos las mujeres o estas escenas de historias verídicas, siguiendo la idea puesta inicialmente por el radio teatro: tengo la necesidad de ver/escuchar fuera de mí, a alguien como yo, para purgar ese dolor que siento.

J: Yo creo que el melodrama nunca se ha ido, está ahí en la pulsión de la gente, que pide y demanda melodramas de buena calidad. Para mí, el problema ha estado en las formas de producción, sobre todo en televisión. Cuando se han producido buenos melodramas, el país se ha paralizado. Me recuerdo que sucedió con Amores de Mercado, que sigue siendo el peak de sintonía más alto que ha tenido la televisión nacional hasta la fecha. El melodrama, evidentemente tiene reglas de producción, yo creo que el mayor problema es que el libre mercado no está respetando esas pautas; no entendiendo los tiempos ni las necesidades de los personajes melodramáticos, por ejemplo.