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Abajo los corazones: el programa de cultura de Piñera

En tres páginas el programa de gobierno de Piñera parece dar continuidad a políticas culturales centradas en el acceso, infraestructura y más tecnología, pero ¿es hoy eso suficiente? Andrea Gutiérrez y Sebastián Pérez analizan las propuestas del principal candidato de la derecha.

Por Andrea Gutiérrez y Sebastián Pérez

 

En el mundo de la cultura, se ha extendido una suerte de escepticismo que nos lleva a creer que cualquier gobierno da lo mismo. Esto, fundamentalmente por el clima electoral en los medios y la poca presencia del tema cultura en los discursos comunicacionales formales, lo que toca directamente a los trabajadores de la cultura que se sienten, una vez más, postergados.

Sin embargo, si se atiende a los hechos, la gran mayoría de las candidaturas se ha pronunciado, en menor o mayor medida, sobre el tema a través de sus programas. Hoy nos interesa abordar el programa de Piñera, no por afinidad, sino todo lo contrario: para aportar a evidenciar que no da lo mismo, porque este Piñera no es el mismo de su primer gobierno y porque Chile hoy, tampoco lo es.

A nivel general, lo primero que habría que mencionar es que, pese al escueto espacio dedicado a la cultura (apenas 3 páginas), este programa no es inocuo y se encamina en el sentido contrario de quienes creemos en la cultura como derecho -no solo de acceso sino también para quienes la producen- y que tenemos el convencimiento que debemos derribar cada día más las lógicas que cosifican, reducen y banalizan la cultura, igualándola a retóricas identitarias o derechamente al ocio y el entretenimiento.

Como país, aún tenemos una deuda enorme con el reconocimiento de cientos o miles de instancias culturales artísticas y comunitarias que habitan en las regiones de todo Chile y que contra viento y marea realizan una labor que el estado escasamente reconoce y mucho menos apoya. La cultura va más allá de las valiosas expresiones artísticas, e incluso más allá del ámbito del derecho: es la expresión libre de un pueblo.

Piñera recargado, -mucho más a la derecha de lo que vimos en su primer gobierno (sí, se podía estar más a la derecha)- manifiesta claramente su ideología en su pobre programa de cultura orientado a dar continuidad a las lógicas economicistas de la rentabilidad y productividad del sector cultural, a través de dulcificadas retóricas del acceso, el emprendimiento cultural y la creatividad, señalando claramente que “el país de oportunidades con que soñamos implica hacer posible que el emprender en ámbitos culturales no signifique una condena, sino una verdadera posibilidad de desarrollo profesional”.

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Esta declaración de principios ni siquiera es una buena noticia para quienes se desenvuelven o defienden la industrialización como la mejor vía de desarrollo cultural. Y es que no hay modo en que las oportunidades que señala su programa no sean sino una condena en tanto no se contempla la realidad diversa de los actores del sector cultural, las inequidades que se generan en la cadena de valor y mucho menos se promueve el cumplimiento de los derechos de los trabajadores del sector. El sector cultural cada día aporta más al PIB, pero no ve aumentado su presupuesto ni hoy ni en un hipotético segundo gobierno de Piñera.

En cambio, este programa continúa en la senda de privilegiar un crecimiento industrial desamparado, sin norma, donde cada uno sobrevive como puede, en suma, la misma lógica que se aplica a todos los sectores productivos bajo la mirada neoliberal, sin comprometer un plan ni a mediano ni largo plazo que permita pensar que, efectivamente, habrán verdaderas posibilidades de desarrollo profesional.

No abordaremos cada medida, pero a nivel general, resulta vergonzoso el desconocimiento de lo que existe y se ha implementado, aunque tal vez, después de los bochornosos anuncios de obras públicas iniciadas, no debiese extrañarnos. En fin, dentro de las promesas está la construcción de infraestructura, como la de construir un “Museo de la Democracia” (otra forma solapada de negacionismo y estetización del horror vivido en dictadura), un Museo del Deporte y la instalación de nuevos museos regionales.

Por otra parte, el acceso a la cultura desde los ojos del piñerismo, es muy práctico e implica simplemente incentivar el consumo. De ahí surge el llamado “Vale Cultura”, un cupón que otorga un 50% de descuento para actividades “culturales” para cada joven que cumpla 18 años. Ahora bien, ¿qué tipo de actividades subvenciona este cupón? No lo sabemos. ¿Qué impacto tiene eso en la equidad?, ninguno. Otra medida en este mismo aspecto es la de “conectar por fibra óptica una red nacional de espacios culturales que permita la transmisión en línea de grandes eventos y la circulación de contenidos entre las regiones”.

Para hacer efectivas ambas medidas -centradas en el puro acceso-, viene otra medida más: “ampliar los horarios y días de atención de los espacios culturales públicos”. ¿Con cargo a quién tendrá lugar esa ampliación horaria? La respuesta es evidente: con cargo a las y los trabajadores culturales. Este es el modo en que Piñera pretende dar vida a su fiesta, una conmemoración a partir de una serie de eventos masivos sobre los 200 años de la consolidación de la Independencia de Chile, la extensión o copia del patriotismo unívoco vivido en su gobierno anterior, donde celebramos el Bicentenario.

En cuanto a la nueva institucionalidad cultural desliza sus críticas e interviene su estructura y lo que será su funcionamiento, lo menciona de esta manera: “Implementaremos el Ministerio […] superando las duplicidades y dispersiones que la estructura aprobada pueda generar, considerando un nuevo Consejo de Artes Visuales, e implementando el Consejo Asesor de Pueblos Indígenas y una Unidad de Pueblos Migrantes en el ministerio”.

Superar las duplicidades es, en la jerga liberal, aligerar -o derechamente reducir- la acción estatal en cultura. Se trata de una mirada clásica sobre el rol del Estado, un lugar común que durante la discusión del proyecto de ley que creó el nuevo Ministerio de las Culturas, dio pie a que cercanos al piñerismo -como el ex ministro de cultura de Piñera-, consideraran “excesos administrativos” en la nueva institucionalidad.

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Sectorialmente, algo extraño ocurre con las artes visuales, pues se crea, sumándole a la nueva institucionalidad un Consejo de Artes Visuales, sin ley sectorial y sin nombrar a las artes escénicas cuando la respectiva ley sectorial ya está en el Parlamento, es decir, no se considera ese consejo. Claramente artes visuales tiene santos en la corte en ese comando y en caso de que salga electo, las artes escénicas tendrán mucho trabajo.

Por último, está la continuidad y profundización de la concursabilidad, con una “atractiva” simplificación del formulario, la creación de un sistema “único” de postulaciones, -la quintaesencia de la segregación-, que combinarán ventanilla abierta y convocatorias anuales, (otra cosa que ya existe).

En cambio, en las apenas tres páginas dedicadas a cultura, no hay mención a algún tipo de cambio en la relación laboral de los productores culturales ni al financiamiento de otra naturaleza respecto a las artes y la cultura. No hay interés aquí por explorar siquiera, financiamientos que excedan la concursabilidad, discusión hoy prioritaria para los agentes productivos del medio -artistas y trabajadores culturales- que viven condiciones de precariedad al tener que vivir, año tras año, la incertidumbre del proyecto, es decir, el no saber si contarán con recursos para trabajar y vivir durante la próxima temporada.

Esta notoria y grosera falta de interés programático, permite sospechar del modo en que el candidato ve al arte y la cultura. Quizás sea tal como comprendía a la educación en su anterior gobierno, es decir, como un bien de consumo.

A la inversa, se puede presumir del nulo interés por hablar de mejoras en las condiciones laborales y presupuestarias, -no hay siquiera una referencia mínima a la consolidación y mejoramiento de fondos creados para entregar estabilidad a las iniciativas culturales de trayectoria y objetivos de largo plazo como los fondos de Intermediación y el OIC (Otras Instituciones Colaboradoras)-, que el programa Piñera no considera ni las artes ni la cultura ámbitos prioritarios.

De este modo, es importante invitar al sector a reflexionar sobre la pasividad electoral, interiorizarnos un poco y no caer en los facilismos escépticos que homologan todas las propuestas o bien, asumir que de salir electo Piñera tendremos que  encomendarnos a lo que sea para que el  presupuesto no baje, preocupación transversal al arte y compartida con el campo científico (que el programa de Piñera iguala inmediatamente a innovación, tecnología, emprendimiento y competitividad bajo su manido discurso desarrollista centrado en la pura productividad), cosa nada de fácil en su programa de austeridad.

Definitivamente para los que que les gusta la frase que la cultura es el alma de Chile, el programa de Piñera nos dice: abajo los corazones.