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Al Sur del Mundo o contra la televisión cultural

Sebastián Pérez escribe sobre el agotamiento estético de la llamada «televisión cultural» recordando lo que fue «Al Sur del Mundo», una premiada serie documental que hoy vive un segundo tiempo gracias a YouTube.

 

A finales de enero de este año murió sorpresivamente Manuel Gedda, uno de los creadores de la serie Al sur de Mundo, trabajo documental que, como pocas cosas en Chile, concita una suerte de acuerdo social transversal respecto de su calidad. Al Sur del Mundo era un programa que se dedicó a recorrer Chile -y luego latinoamérica- mostrando formas de vida, oficios y costumbres durante la década de los 80’ y 90’, tiempo en el que la serie documental se transmitió por TV abierta.

Con el cambio de siglo cambiaron también las prioridades de la televisión y el programa pasó a ser transmitido por la señal de cable de Canal 13. Entonces Al Sur del Mundo desapareció del imaginario público cotidiano. Durante los años siguientes fue posible encontrar uno que otro episodio colgado en internet aunque con dispar calidad, cortes súbitos y sin la introducción característica del programa. Solo hace unos meses atrás, casi 20 años después de la grabación del último episodio, los propios creadores de Al Sur del Mundo comenzaron a subir los episodios completos a su canal de YouTube. Aparentemente, el término de un acuerdo comercial con Canal 13 permitió fortalecer su presencia en internet. Hoy los episodios de Al Sur del Mundo tienen cientos de miles de visitas. Los capítulos más icónicos incluso acumulan más de medio millón vistas.

¿Cómo sucedió que una serie documental nacida hace 40 años tenga este éxito? Sin duda que hay varios elementos a considerar. El primero tiene que ver con el propio mérito de una serie premiada internacionalmente. Lo segundo es que parte del fenómeno puede explicarse por el aumento del uso de internet y plataformas como YouTube durante el confinamiento obligado.

Pero quizás otro gran motivo para querer volver a ver una serie que dejó de ser grabada hace 20 años atrás, sea el auge del consumo retro. Para diferentes críticos culturales como Frederic Jameson, Simon Reynolds o Mark Fisher el consumo de nostalgia formal es un asunto epocal que requiere ser estudiado.

Precisamente Fisher ofrece una síntesis del problema en su libro Los Fantasmas de mi Mida: “mientras que la cultura experimental del siglo XX estuvo dominada por un delirio recombinatorio que nos hizo sentir que la novedad estaría disponible infinitamente, el siglo XXI se ve oprimido por una aplastante sensación de finitud y agotamiento”.

Aparentemente, hoy tendríamos dificultades para elaborar nuevas representaciones estéticas que den cuenta de la experiencia del presente, cuestión que gatillaría el interés por volver sobre representaciones conocidas del pasado. De allí que lo retro sea deseable pues ofrece “la promesa rápida y fácil de una variación mínima sobre una satisfacción que es familiar”, dirá Fisher.

Así, el consumo retro podría explicar parte del boom virtual de Al Sur del Mundo, pero a través de una vuelta un poco más larga que implica constatar el agotamiento estético de la televisión abierta y la consecuente orfandad visual respecto a qué y cómo ver. No se trata de reiterar la queja conservadora respecto a que la televisión actual “ya no es la de antes” (aunque bien parece ser la razón de varios seguidores de Al Sur del Mundo si uno lee los comentarios en YouTube), pues el problema mirado desde la crítica a lo retro sería precisamente que la televisión de hoy sigue siendo la de antes, o alternativamente, que la televisión de hoy no logra imaginar otra forma para su propio presente. Nuevamente Fisher diría: «no hay futuro, solo upgrades».

La parrilla cultural de la televisión chilena es aplastantemente homogénea pues ha explotado durante al menos 20 años el mismo formato documental. De ahí la orfandad visual: la televisión “cultural” no ofrece nuevos puntos de referencia para el ojo. Al contrario, obliga a mirar una y otra vez recombinaciones estéticas hasta agotarlas en su sentido.

Basta preguntarse: ¿de qué se tratan la mayoría de los programas culturales emitidos por televisión abierta hoy? Descontando que para el CNTV [1] un programa cultural bien puede ser una teleserie como “Moises y los 10 mandamientos” o la re-emisión ad infinitum del reality “El precio de la Historia”, acaso la mayoría de las producciones locales son programas de viajes donde un varón o una dama de clase alta recorre Chile, Asia o África comiendo comida típica, mostrándonos oficios en extinción y celebrando ciertas obras de artesanos locales.

Hasta aquí mencioné un par de condiciones que podrían explicar el masivo interés por Al Sur del Mundo hoy. Ahora me interesa notar qué es lo que singulariza la producción de los hermanos Gedda. En cierto sentido, es bastante simple notar sus diferencias: Al Sur del Mundo no pretendía que el centro del relato fuera la risa del conductor o el llanto de un entrevistado. De hecho, no había conductor alguno. Tampoco había un solo protagonista en cada episodio. En cambio, había un narrador (los inextinguibles Freddy Hube, Roberto Poblete o Jaime Vadell) que asistía la comprensión, contextualizaba, informaba y proponía puntos de vista.

Con ese principio, Al Sur del Mundo logró dar cuenta de grupos humanos, comunidades, territorios y no solo individualidades. Por ejemplo, un episodio icónico es “La carretera austral”, grabado en 1992. Durante el capítulo se buscó dar cuenta del conflicto entre modernización y tradición que generaba la construcción de la nueva carretera: “hay gente que nos mira como si no fuéramos de acá. Gente que no sabía que existían estos lugares y ahora se creen dueños y señores. Llegan y muestran unos mapas diciendo que ellos son dueños, pero yo jamás los vi, hasta que hicieron la carretera. Me da risa y da rabia, porque es burlarse de la gente. Gente que se ha matado aquí y ahora que apareció la carretera les llaman ocupantes ilegales”, afirma en el registro un lugareño de Caleta Gonzalo.

Durante sus 20 años de existencia Al sur del Mundo documentó los cambios que vivía una sociedad previamente inscrita a la fuerza en un nuevo orden económico que luego llamaríamos “neoliberal”. Así pudieron grabarse episodios que dieron cuenta del conflicto generado entre el extractivismo a escala industrial y la vida campestre; entre los nuevos tiempos de una economía basada en servicios y una comunidad que todavía se mueve bajo la tracción de bueyes; entre un país que comienza a construir una red de telecomunicaciones vs la incomunicada vida insular.

Bajo los códigos actuales de la televisión, programas de este tipo no tendrían lugar. Hoy no hay tiempo para pausas reflexivas, silencios largos o presentación de problemas. Por eso usualmente prima el tono celebratorio que aplaude todo lo que ve. Todo es lindo, emotivo, bonito, sabroso, etc. Así además se evita polemizar a partir de los problemas específicos que se pueda estar viviendo en el territorio visitado. O quizás, en el mejor de los casos, se visibilizarían dichos problemas pero a través de una confesión dramática donde el conductor del programa termine llorando o riendo mientras hace preguntas del tipo, “¿qué siente usted?” “¿Le duele?” “¿Quiere llorar?”.

En suma, el masivo reinterés por Al Sur del Mundo puede tener que ver con dinámicas que van más allá de sus méritos estéticos. Sin embargo, también puede estar señalando la disconformidad del espectador actual y la exigencia de elaborar nuevas representaciones, nuevos puntos de referencia, nuevos enfoques sobre el tratamiento de la “cultura” en la televisión abierta. En ese sentido, sería bueno tomar el ejemplo del trabajo de los hermanos Gedda. No tanto por repetir la temática “naturalista” o “etnográfica” tal como se hizo hace 40 años, sino más bien por el modo de enfocar, tratar y mostrar. Eso fue, precisamente, lo que hizo grande a Al Sur del Mundo.

[1] Informe de Cumplimiento de Normativa Cultural del CNTV 2021.
Imagen: Adrían Peranchiguay, lugareño de Caleta Gonzalo trasladado el 94′ de su terreno. Surimagen.

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.