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El teatro no es más grande que tu problema: 10 apuntes insoportablemente pedagógicos para una desmitificación

Iván Insunza escribe este insoportable texto para enfrentar ciertos mitos aún vivos en el teatro y la formación actoral.

 

1. El teatro no es mejor que todas las artes. Intentaré desde esta base apuntar a algunos mitos que aún es posible ver vivitos y coleando en el campo teatral local. Por su puesto, a pesar del tono del texto, no se trata simplemente de ridiculizar tal o cual afirmación, sino más bien de contribuir a la visibilización de las complejas discusiones que nos esperan detrás de esos enunciados que sospechosamente se siguen reproduciendo hoy.

 

2. Incluso, podemos decir con cierta propiedad, habiendo observado el transcurrir de la segunda mitad del siglo XX en las artes, que ni siquiera es aquella disciplina que “naturalmente” las convoca a todas, hoy podríamos pensar que esa convocatoria entre disciplinas se da de modos bastante más rizomáticos, aun cuando podamos identificar cierta preponderancia del cuerpo como soporte. No es mejor ni más aglutinadora porque precisamente revisando sus propios límites es como ha llegado a dotarse de lo que hoy se entiende bajo su rótulo. El traspaso de esos límites también es hoy parte de su constitución. Un modo posible de pensar la idea de teatro contemporáneo es precisamente en tanto disolución de fronteras disciplinares.

 

3. El teatro no es mejor ni más especial por crear otra realidad, esto lo hace el cine y la literatura, por decir algo, de modos que no pudiendo compararse, porque sería mezclar peras con manzanas, sí es factible ponderar en términos de potencia. Una experiencia literaria o cinematográfica puede ser infinitamente más trascendente que una escénica, no viene dado, digamos. La creación de realidades alternativas no sería en sí misma un dominio exclusivo del teatro, sobre todo considerando la irrupción del cine y el desarrollo de la televisión e internet en las últimas décadas. Esta crisis, en tanto representación o creación de realidades, ha conducido buena parte del desarrollo del teatro del último siglo.

 

4. La experiencia no es un atributo sólo teatral. El arte contemporáneo, en el amplio sentido, ha venido trabajando la idea de experiencia en diálogos con la filosofía y las ciencias de diversos modos. El innegable giro hacia el cuerpo, la fenomenología y en general el devenir del último siglo en artes y humanidades ha roto por completo, si alguna vez existió, esa exclusividad. Por otro lado, el vínculo entre proceso y obra que se ha ido acentuando también en este periodo, borronea el límite de la propia idea de obra y modifica la noción de experiencia en tanto recorte espacial y temporal fijo.

 

5. El teatro en sí no es bueno. Se entiende que podamos tener aprecio por las máscaras a partir de una necesidad de identificación, pero transformar la carita triste y la carita feliz en una bandera, como si en sí misma representara algún tipo de reivindicación política, es obviar por completo la existencia de un teatro de entretenimiento-espectáculo-comercial o la utilización del teatro como medio de propaganda de la contra. Aunque evidentemente podamos ponderar determinadas características de lo teatral para pensar una potencia territorial, aurática, comunitaria, etc. (Jorge Dubatti) o performativa, ritual, umbral, etc. (Erika Fischer-Lichte), por nombrar algunas.

 

6. El teatro no emancipa por defecto. Las capacidades de reflexión y la voluntad de poner en relación hechos históricos, noticias, contingencia en general, con una ficción, un relato testimonial o un material de registro, a partir de materiales sensibles, dependen exclusivamente del espectador. Esa capacidad es exactamente la misma frente a una exposición, una novela, una película o una intervención callejera. Siguiendo al filósofo Jacques Rancière, diríamos que esa capacidad de juntar imágenes, sonidos y palabras es parte constitutiva de esa emancipación, el espectador podrá ver cosas que el propio director (autor) ignora.

 

7. El teatro no es mejor porque “teatro” en sí no es nada. Evidentemente no lo digo en términos históricos, pero a estas alturas es más o menos evidente que las zonas más complejas de la teoría teatral se sitúan en las discusiones en torno a una esencia, el factor mínimo, el grado cero. Allí donde logramos definir “qué es teatro hoy” sólo podemos encontrar preguntas en torno a los cuerpos, los espacios, los tiempos, las disciplinas. Cuando Cristopher Balme define al teatro, como un edificio, una actividad (“ir al”, “hacer” teatro), una institución y, en último término y de modo más restringido, una forma de arte, está dando cuenta de esta liquidez conceptual, desde allí podríamos también leer la emergencia del concepto de “teatralidad” (Villegas, Féral, Cornago, etc.) o la irrupción ideas basadas en la inter y transdisciplina.

 

8. El teatro no siempre es vanguardia. Debería bastarnos para defender este octavo apunte la constatación de que el teatro, por lo general, ahora sí en términos históricos, llega siempre tarde. Cabe insistir entonces en la imperiosa necesidad de mirar los procesos y los fenómenos que ocurren en las artes visuales, en el arte sonoro, en el arte de acción, etc. Llega siempre tarde porque se debate entre el peso de una tradición y los cuestionamientos disciplinares inscritos en el contexto del arte contemporáneo. José Antonio Sánchez dirá que existe una fijación cultural heredada de cierto teatro burgués que no deja escapar de sí la idea misma de “teatro”.

 

9. El teatro no es mejor porque lo puede hacer cualquiera. Al contrario, debiera preocuparnos, creo, que bajo ese barniz democrático el teatro sea una arte que aguanta estar mal pensado, mal hecho, mal ejecutado y aun así pueda entrar en contacto con el público, el poco que tenemos. No se trata de rendirle culto a la técnica, pero digámoslo así: si no sabes tocar el piano difícilmente se generen las condiciones para que des un concierto a sala llena. Por su puesto que aquí no estoy pensando en los rendimientos alternos que se desprenden de cierto dispositivo teatral para usos en el ámbito de la educación, la salud o incluso la política, en un sentido restringido.

 

10. No me malinterpreten, podemos amar el teatro profundamente, poner en valor nuestro trabajo a partir de las singularidades de nuestra práctica, pensar y repensar las potencias de lo específicamente teatral, pero como dice Zizek sobre el comunismo, ya no como una solución, sino como un problema.