ir a la pelota, no al jugador
Sebastián Pérez insiste en hacer metáforas entre crítica, teatro y fútbol. Acá su mirada sobre el rol de la crítica y el crítico.
A propósito de las pasadas elecciones presidenciales, el académico Agustín Squella propuso una metáfora para entender la política como un partido de fútbol. Lo hizo en un doble sentido: para explicar que la política sería un partido que se jugaba al medio, pero que se definía en los extremos, de ahí la necesidad de radicalizar los discursos de los candidatos.
El otro sentido, que es el que me interesa rescatar aquí, hace referencia a una dimensión ética: en este partido donde se supone jugamos a hacer prevalecer nuestras ideas, está siempre en tensión la hegemonía. El asunto es que hay, fundamentalmente, dos maneras de hacerse de la hegemonía: o por las buenas o por las malas. Pues bien, como en cualquier juego donde prime el fair play, por las buenas significa ir a la pelota, no al jugador. Por el contrario, ganar por las malas significa repartir algo más que consejos y patadas.
Esta idea coincide con la conocida imagen del crítico de arte como artista frustrado que intenta palear falta de talento con violencia. Sin duda que en la historia de la crítica hay sendos casos de sujetos con poca destreza técnica que fueron al jugador y no a la pelota. Sin embargo, discrepo de la idea de entender al crítico como el árbitro del partido, o peor, como su comentarista. El crítico tampoco es el DT del equipo y mucho menos es el público que aplaude o tira tomates. El crítico es en esta metáfora deportiva, un jugador más que debe respetar el mismo principio: ir a la pelota, no al jugador.
Ir a la pelota significa, en el caso de la crítica, lograr elaborar un análisis argumentado que permita sostener un punto de vista sobre las cosas vistas. Por supuesto, como todo es cancha, ese mismo análisis puede ser confrontado de vuelta por otra jugada de fútbol (ya se sigue la idea, me refiero a un contraargumento).
Jugar a la pelota es entonces jugar un juego donde la destreza de la jugada (la capacidad de armar puntos de vista analíticos y argumentados) determina la capacidad de elaborar una crítica lúcida y de responderlas del mismo modo si vienen de vuelta. Por supuesto que no siempre se tienen buenos partidos y por supuesto que con buenas intenciones, se puede terminar cometiendo foul. Pero valga insistir en esto: crítica no significa una mera oposición, pura negatividad o mala saña, sino –como ha dicho el crítico cubano Omar Valiño– generación de pensamiento.
Uno de los mayores problemas a mi entender, junto con la escasez de crítica y críticos hoy, es que el “contragolpe” (es decir, la capacidad de criticar al crítico bajo las mismas reglas del juego) casi nunca tiene lugar. Hoy las y los artistas esperan que cuando el crítico entre a jugar, lo haga para el mismo equipo, tirándole flores a sus obras. De lo contrario, es cosa de tiempo para que a la primera jugada de fútbol se tire al piso, simule, azuce al público con su performance, le reclame al árbitro, etc.
Estoy generalizando, lo sé, pero no es mentira que ante la ausencia de crítica rigurosa, nos hemos acostumbrado a la idea de que la crítica no es más que un espacio para visibilizar la producción artística, para aplaudir y hacer amistades. Por eso hoy necesitamos más que nunca volver a jugar el partido, por el bien del arte. Ya sin ese crítico a lo Materazzi, maletero, perro guardián del área chica y sin el artista bueno para el piscinazo y la pirueta.
Necesitamos volver a jugar por el placer de jugar y que importe menos la ovación, el espectáculo, el business.