La crítica, otra vez
La crítica hoy es mucho más, debe ser mucho más que lo que se ha esperado de ella durante el siglo anterior. La responsabilidad es, obviamente, del crítico, pero también del lector.
Quisiera en esta entrada aprovechar la contingencia deportiva local para hablar de la crítica teatral. Y es que entre la crítica deportiva (o análisis deportivo, como gustan llamar los especialistas) y la crítica teatral se pueden trazar paralelos y problemáticas en común, que pueden resumirse en una pregunta, ¿qué importa la crítica?
Hagamos una cronología que nos permita entender algo inédito: que Chile parta jugando mal y se vuelva bicampeón de América (solía ser al revés jugamos como nunca, perdimos como siempre).
Pues bien, en eso hay unanimidad entre los aficionados al futbol. Chile jugó mal sus primeros tres partidos de esta Copa América Centenario. De ahí que las primeras semanas de junio las redes sociales fueran un hervidero de comentarios –más o menos virulentos- cuestionando el desempeño de la Selección defensora de su primer título continental ganado hace menos de un año.
Los periodistas deportivos, por su parte, (que serían algo así como los críticos de arte en nuestro medio) cuestionaron duramente la pérdida de identidad de un equipo que solía ir al ataque, pero que ahora, irreconociblemente tímido, solo podía citar su reciente pasado como campeón de la Copa América 2015.
Una de las voces más críticas en ese minuto fue Juan Cristobal Guarello, uno de los periodistas deportivos más directos, pero lúcidos, del medio local. Él no tuvo problemas en cuestionar al capitán de la Selección, Claudio Bravo, afirmando que no era gracias a él que Chile ganaba partidos decisivos.
Pero en un vuelco contraintuitivo, Chile enmendó el rumbo, le ganó con canasta limpia a rivales históricamente difíciles como México y Colombia, convirtiéndose en el bicampeón de América a costa de Argentina, todo gracias a una atajada de campeonato del oriundo de Buin, primero en el alargue, luego en los penales.
De ahí en más, toda crítica ha parecido estar demás. El propio Guarello, reconociendo su equivocación, hizo el primer gesto: “Esta final la ganó Claudio Bravo”, dijo. Pero por algún motivo ya era demasiado tarde: durante los días posteriores a la obtención del bicampeonato, los propios futbolistas se encargaron de pasar boleta a todas aquellas voces que los cuestionaron.
“vinieron muchas críticas excesivas (…) vivimos en un país donde existe mucha envidia, si a alguien le va bien tratamos de tirarlo para abajo”, dijo el capitán de la Selección. Mucho más sentido y sarcástico fue el volante estrella de Chile, Arturo Vidal: «¿saben qué es divertido? Triunfar y ver la cara de las personas que nunca creyeron en nosotros», dijo por Instagram.
Sus declaraciones son, en realidad, el exacto opuesto de la infundada virulencia de las redes sociales: a ella le responden con sentimentalismo barato. Pero aunque hacerse el ofendido no implica tener la razón, lo curioso es que ni Bravo, ni Vidal cuestionaron –al menos en ese momento- algo que en el campo del arte todavía se da por sentado: que hacer (dirigir, actuar, etc.) es más importante y trascendente que pensar y comentar (criticar).
Esto es a lo que la investigadora teatral canadiense, Josette Feral, llamó “superioridad de la acción”, es decir, la falsa idea de que mientras unos trabajan (los artistas y deportistas), otros (los críticos) sacan provecho.
De todos modos la respuesta de ambos jugadores si reafirma -ahora que están a la vista los resultados- algo sobre la crítica: su intrascendencia. Claro está que en el fútbol, –y en general, en todos los deportes-, “lo que vuelve tan tajantes las posiciones, es que, al final del recorrido, siempre está la sanción de la victoria o de la derrota”. Nuevamente habla Feral.
Entonces, como la cosa se reduce a ganar o perder, el crítico acierta o se equivoca. Si el equipo pierde y el crítico lo vio venir, gana el crítico. Si el equipo gana, aunque el crítico haya tenido razón respecto del desempeño del equipo, pierde. ¿Y qué pierde? Legitimidad.
Feral se termina preguntando: “…si el público está por y los críticos están contra (la cursiva es mía), ¿en nombre de quién hablan los críticos?” La pregunta resuena en el arte, aunque aquí nadie gane o pierda, pues perfectamente una obra puede ser un fracaso de público y éxito de crítica o al revés. Y además, tan intrascendente como la crítica, lo es el arte.
No obstante mi preocupación acá es la crítica antes de la pregunta por quién habla: ¿qué papel puede jugar hoy en relación al arte? Pienso que ninguno de los roles estereotípicos heredados del siglo XIX y XX (que es como Vidal, Bravo y quizás Guarello, entienden la crítica). La crítica pensada bajo ese principio de autoridad, de superioridad moral, esa que tan brillantemente encarna en Ratatouille el crítico culinario Anton Ego (un oscuro, parco y ojeroso que escribe sus críticas en máquina de escribir guarecido en su biblioteca de dos pisos) hoy no tiene lugar.
Y no lo tiene por dos grandes razones: primero, porque hoy frente la democratización de las comunicaciones y el aumento de la cobertura y acceso a la educación, la crítica se ha vuelto un discurso más. Allí el crítico como aquella figura dotada de refinado buen gusto que dispone para educar a las masas -sin transparentar, ni tranzar su marco ideológico-, no va más. Segundo, porque el Arte ha hecho un progresivo viaje exploratorio y de profesionalización que no esperó al crítico y que hoy lo obliga a simplemente… estudiar, a volverse un especialista (ojo, no un tecnócrata).
De tal modo que la crítica si es un hacer, es decir, si es una práctica, o mejor aún, una praxis, tal como la del actor que actúa y la del director que dirige. El crítico crítica ocupando como soporte el texto (aunque hoy también puede ser, por ejemplo, una plataforma audiovisual digital), haciendo su trabajo tal como lo hacen las compañías y colectivos teatrales para estrenar una puesta en escena, es decir, ensayando.
Noche tras noche, luego de trabajar durante el día, el crítico ensaya los distintos modos de aproximación a los problemas que constantemente revolotean por su cabeza. Podría decirse entonces la verdadera condición: sin problema que pensar no hay crítico, sino que más bien tenemos reseñadores y/o comentaristas.
Todo esto lo dice mejor W.H Auden en una cita que tomo prestada de un texto llamado En busca del crítico perdido del escritor Diego Zúñiga: “las opiniones críticas de un escritor deben tomarse siempre con la mayor reserva. En su mayoría son manifestaciones de su debate consigo mismo”.
La crítica hoy es mucho más, debe ser mucho más que lo que se ha esperado de ella. La responsabilidad es, obviamente, del crítico, pero también del lector, pues hay un modo de recepcionar que se ha acostumbrado a pensar la crítica bajo el paradigma clásico: aquella crítica sacerdotal que desde su púlpito pontifica, alza y/o destruye.
Tiempo atrás un dramaturgo afirmó, molesto por una crítica a su obra, que la paradoja del crítico es que se moleste cuando es criticado de vuelta. Creo que él estaba en la tecla del volante de corte (o de creación, da igual, Vidal es un crack en la cancha) y del capitán de la Selección. Mi declaración de interés sobre la crítica, al contrario, favorece la existencia de un discurso y un debate que entre en disputa con su contexto. Un contexto que a esta altura, sabemos, no es inocente, ni ingenuo. Y además, problematizar la práctica artística, es problematizar el contexto ideológico.
«Hemos sido sobre-educados para no disentir, para situarnos a-críticamente o, por lo menos, para develar crisis pero no comprometerse con ninguna”, afirmaba la crítica literaria, Patricia Espinosa cuando se refería a La crítica literaria chilena desde la perspectiva de Edward Said.
El poeta Lihn decía no soportar a los “meros curiosos que circulan por la construcción”. Yo además sumo a los opinólogos del asado y a los negacionistas de la crítica que pululan de tanto en tanto en redes sociales. Pero por sobre todo, no soporto el silencio gentil y displicente en el que se omiten quienes se aterran de afirmar algo y sostenerlo.
Y precisamente, eso es situarse a-críticamente y es negar el rol de la crítica, pero también de la política y la ideología. Eso es Trump, eso es el Brexit, eso el discurso anti-inmigrantes, el quid de la educación, de la desigualdad estructural chilena, etc. Si por el contrario, asumimos el rol de la crítica, incluso puede suceder algo inédito: que la función crítica de la crítica, pueda tener lugar en cualquier disciplina. ¿Significa eso que cualquier persona podría volverse un crítico de arte? No, pero como afirmaba el mismo Anton Ego, quizás un crítico pueda provenir de cualquier lado.
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