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No actúes, solo piensa

¿qué tal si nos hemos pasado demasiado tiempo creyendo que hay que hacer o decir algo? ¿Y si es tiempo de sentarse a pensar? Entonces la cosa sería: no actúes, solo piensa.

 

Lado A: el crítico enfermo

Hacer arte en este país cuesta mucho. Hacer críticas no cuesta nada, afirmó esa noche el director teatral. Realmente estaba ofuscado por la crítica que había sido publicada sobre su trabajo. Y sus razones tenía. El trabajo de meses había sido cuestionado en una sola noche sin ninguna consideración por el proceso. Todo el tiempo invertido, el trabajo, el desgaste, todo, pero todo fue pasado por alto por el crítico.

Maldito ser solitario y oscuro. Ni siquiera se interesó en conocer los dimes y diretes del proceso creativo. Para él nada es excusa. ¿Se puede ser tan desconsiderado con el arte? ¿Se puede ser tan resentido con los artistas? ¿Hasta cuándo el medio soportará que otros vengan a decir lo que está bien y lo que está mal?

Lado B: La enfermedad de ser crítico

Este año que termina ha sido, desde el punto de vista literario, un año de infecundidad. [Esto] me hace afrontar con desconfianza mi destino literario. Debo ahora plantearme esa pregunta que siempre he temido porque me parece que en su formulación existe ya el reconocimiento implícito de un fracaso: ¿seré yo más bien un crítico?

Quien habla es Julio Ramón Ribeyro, uno de los mejores escritores y cuentistas que ha dado el Perú. Le seguimos el rastro gracias a Diego Zúñiga, también escritor y periodista de cultura en Revista Qué Pasa. En su texto En busca del crítico perdido, Zúñiga advierte el miedo visceral de Ribeyro a volverse… un crítico. El peruano temía fallar en el trabajo de volverse un artista-escritor, aunque fuera uno de medio pelo, y en cambio, solo poder comentar la producción de otros. Ser un mal creador sería para mí mucho más estimable que ser un buen crítico, afirmaba.

A ver, ¿quién está haciendo el asado?

Tanto para el artista indignado por la crítica del crítico, como para el artista que teme volverse uno, la perspectiva que impera es la misma: ser artista es mejor que ser crítico. El artista crea realidades. El crítico las destruye. El arte cuestiona el mundo, la crítica lo norma. El arte es el espacio creativo por excelencia, la crítica es un género menor.

«Así como la pobreza crea ladrones, la falta de talento crea críticos” afirmó el maestro de maestros, don Alejandro Jodorowski. Y, ¿es verdad, no? A nadie le gusta que le digan cómo hacer las cosas, porque entonces… mejor hazlo tú. Pastelero a tus pasteles, que todos son generales después de la guerra y otra cosa es con guitarra. Además, del dicho al hecho hay mucho trecho, perro que ladra no muerde y  en la cancha se ven los gallos.

De este modo a la crítica no le queda más que representar el ejercicio del artista frustrado y resentido, o bien, ser el registro del ácrata que funda sus lecturas en el desprecio y la degradación de la sociedad que no le comprende.

No actúes, solo piensa

En realidad, Ribeyro, Jodorowski y el sentido director citado en el inicio, tienen -Lacan mediante- un desprecio por la crítica equivalente al miedo que les genera su aparente poder. Pues bien, propongo que hoy ese poder no existe. La crítica concita más atención de los evaluadores de fondos concursables que de la sociedad. Diagnóstico terrible, pero positivo.

La crítica liberada de la expectativa no hace sino dirigirse a su propósito último: dar algo qué pensar. Dirán entonces, buscando reponer el antagonismo entre crítico y artista, que una cosa es pensar y otra muy distinta es hacer. Y seguramente en la comparación los ampara la historia. Mal que mal, buena parte del desarrollo del arte en la modernidad se ancla en el supuesto de que existe una especie de superioridad moral de quien hace frente a quien mira o piensa.

Pero, ¿y que tal si pensar y hacer son modos de celebrar la libertad humana? Solo es libre quien puede pensar en su libertad y en los modos en que materialmente esta es constreñida o consagrada. Se es libre ahí cuando puedo pensar la realidad, cuando puedo interpretarla y, si las condiciones lo permiten, cambiarla.

En cambio, la crítica al crítico como artista frustrado se despliega en el sentido contrario, es reaccionaria y conservadora: se contenta con afirmar la superioridad de la acción de hacer algo por sobre el hecho de pensar, anulando toda capacidad reflexiva.

Luego de la crisis de 2008 y el fracaso de Occupy Wallstreet, el filósofo Slavoj Zizek afirmó: “durante el siglo XX hemos intentado cambiar el mundo demasiado rápido. Es tiempo de pensarlo”. La premisa del esloveno era entonces: “no actúes, solo piensa”.

Para nosotros, actores y actrices, se trata de un provocativo llamado con un doble sentido. A veces no es necesario ni escribir ni actuar, solo… pensar.

Imagen: Pablo Helguera, Send In the Art Activists, ARTOONS III.

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.