Los enemigos de los pueblos o cómo la verdad duele
Soledad Figueroa aprovecha la reposición de «Un enemigo del pueblo» de Colectivo Zoológico para reflexionar sobre el activismo político y las responsabilidades individuales de los integrantes de un pueblo.
Por Soledad Figueroa Rodríguez
El teatro como plataforma del decir, de emitir palabra, de balbucear, de gritar o susurrar. Pero antes de comenzar, antes de ir de lleno al asunto de la verdad, hay que volver al pueblo. ¿Qué es el pueblo? ¿Una nación que sigue determinados lineamientos impuestos por una verdad histórica sesgada? ¿Las clases o capas populares? ¿Aquella antigua gente de la ‘chimba’ colonial? ¿Una idea simplemente? ¿Una palabra para designar algo que puede estar unido? ¿una masa?
En esta pregunta que se abre como un acordeón, me encuentro yendo al teatro para ver Un enemigo del pueblo del Colectivo Zoológico. En este paso tras paso para llegar, está la celebración del triunfo del campeonato nacional de fútbol por parte de la Universidad de Chile. Escucho un sonido gutural como salido de las entrañas de la tierra. La Plaza Italia está atestada de hinchas de colores azules y rojos.
Vamos por el parque Balmaceda… Balmaceda, el presidente, el del viaducto Malleco, el del ferrocarril, el que le hizo frente a John North el Rey del salitre, el que murió de una bala en la cabeza. Caminamos para no toparnos con la muchedumbre, cuando de repente viene el guanaco comandado por las fuerzas especiales. Nos empapa hasta más no poder. Entre agua estancada y un frío no menor, pienso “yo solo quiero ver teatro”.
Pero no, no es solo ver teatro. La antesala del mismo es la sociedad, eso es lo que le da tanta vigencia al texto de Ibsen, presentado y re-presentado en todo el mundo. Y en ese caos, que es el origen de todas las cosas y de todas las verdades, logramos llegar a la función.
Un enemigo del pueblo nos presenta las distintas perspectivas de la verdad. Cada elemento es un argumento más para preguntarse, ¿quién tiene la razón? ¿Son acaso los políticos Stockman los que realmente luchan por una democracia justa? ¿Es la prensa del pueblo la verdadera voz de ese pueblo? ¿Los intereses económicos y de financiamiento logran cambiar una ideología o un modo de hacer? ¿Es posible encontrar el ser humano incorruptible o solo está el espécimen que profesa su verdad, su mirada de la justicia pero que en su hacer cotidiano es corrompido también por el sistema?
Toda la construcción de la pieza inaugural de la retrospectiva de Colectivo Zoológico da cuenta de las caretas que están presentes en nuestra sociedad actual. El Dr. Stockman es un convencido que hay que dejar de lucrar con la salud de las personas, pero, asimismo, trata a su mujer de una forma cariñosamente despectiva, develando un machismo latente.
Similar es el caso del director de la Voz del pueblo, quien profesa una lucha por todos aquellos que supuestamente no están representados, afirmando inclusive que él nunca miente; situación que es cuestionada por la hermana del Dr. Stockman al evidenciar e insinuar con una fotografía del director y su mujer, que este la engaña (elemento que se ve confirmado con el intento de abuso por parte de este a Viviana Stockman). Todo lo anterior, se ve coronado por la corrupción que sufre el periodista, por el miedo a perder el financiamiento que recibe por parte de los pequeños propietarios, miembros de la clase media burguesa.
No quisiera adentrarme tanto en la trama, pues en esta columna no viene al caso realizar una crítica en sí de la obra, sino la reflexión potente que esta despierta en cuanto a nuestro rol social. Cada uno de los personajes profesa una verdad que tiene un grado de veracidad y un grado de conveniencia.
Tal vez la verdad que más duele sea la del Dr. Stockman en su discurso oficial, donde plantea la no igualdad ni entre las clases ni entre los géneros. La igualdad de toda la raza humana no existe. Para esto, coloca el ejemplo de un perro callejero ‘quiltro’ versus un perro de pedigree. Afirma entonces, que el de pedigree es más inteligente y puede aportar mejor a la sociedad que el otro, que es vagabundo y probablemente su desnutrición lo llevó a no desarrollar todas sus capacidades cognitivas.
Esta opinión, que puede parecer fascista, tal como lo tildan, no es más que la corroboración de que el sistema es quien nos hace desiguales. Son las oportunidades básicas de salud y educación las que trazan la brecha de la sociedad. Y son los intereses económicos de las grandes empresas e incluso de algunos pequeños ciudadanos las que impiden que esa brecha social se acorte, ¿o acaso cuando vemos tocados nuestros intereses personales estamos temerosos de perder lo poco y nada? ¿Qué pareciese ser prioritario para una parte de la sociedad chilena o mundial actual? ¿El smart TV de no sé cuántas pulgadas con pantalla ovalada, el último iPhone o un buen sistema de salud?
Puede parecer perogrullesco decir que la verdad unívoca no existe, pero nunca está demás repetirlo. La verdad no existe, cada posición tiene su verdad, pero a su vez, cada verdad tiene su peligrosidad. Cuando la verdad nos toca, cuando la lucha social que tanto podemos apoyar invade nuestros propios intereses, nos asustamos y apoyamos a quien nos mantendrá en nuestro status quo.
Todos o muchos hablamos en contra de la corrupción de los políticos, pero ¿acaso ningún ciudadano común y corriente no se somete a veces a prácticas poco éticas para obtener un poco más de dinero o tiempo? Las prácticas canallescas no solo están en los de arriba si no en cada uno de los que conformamos la sociedad, es por ello que hay que ser conscientes de nuestro devenir en el mundo. Tomar el micrófono y hablar, decir, gritar, comenzar por fin a develar lo que tenemos guardado hace tanto tiempo, ¿años, o quizás, siglos?
En el momento en que la obra abre el micrófono al público y el espacio actor/espectador se hace transversal, la voz entrecortada de un caballero que por fin se decide a hablar sobre el pasado acallado, es decidora: “En democracia nos moriremos igual de hambre que en dictadura, pero más felices”.