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Teatro, calle y movilización social

Volvemos a escribir para interrogar y entender la movilización social y las protestas que estallaron hace ya 3 semanas. Por eso Sebastián Pérez aborda una de las relaciones posibles entre teatro, calle y movilización social. ¿El teatro debe salir a la calle?

 

1. ¿Hay que sacar el teatro a la calle?

“Hay que sacar el teatro a la calle con urgencia, particularmente a la periferia”, decía el mensaje que me llegó por redes sociales a pocos días de estallar la protesta social que actualmente recorre las calles de Chile. ¿Sacar el teatro a la calle? La sola idea de hacer, escribir o hablar sobre teatro fuera de sala o calle, me resultaba insoportable luego del estallido social del 18 de octubre.

Las masivas convocatorias que han tenido lugar han visibilizado varias cosas, una de ellas es la necesidad que tenemos quienes compartimos el espíritu de esta movilización de vincularnos como iguales[1] en el espacio común. Por eso ponerme a definir cuál era el deber ser del teatro con la sociedad o simplemente hacer teatro, estaban al último en mi lista de prioridades. Tal como afirmó el futbolista Esteban Paredes respecto a la reanudación torneo nacional de fútbol, el teatro “pasó a segundo plano”.

Por lo pronto la idea de que lo que hay que hacer es “sacar” el teatro a “la calle” ya antes de esta crisis me parecía una consigna feble, romántica en el mal sentido y que deja más dudas que respuestas: ¿de quién estaría cautivo el teatro que necesita ser sacado, liberado? ¿Cuál es el fundamento para insistir en la oposición que enfrenta al teatro de sala y el de calle? ¿De dónde viene la representación romantizada de la calle y de la marginalidad? ¿por qué el artista supone saber lo que necesita la calle?

Con los días, he podido sacar algo al limpio: no solo las retóricas del orden neoliberal han quedado impugnadas ante las protestas sociales, sino también aquellas retóricas antagonistas del poder que al ser llamadas a la acción evidencian lo mucho que tenían de consigna y lo poco que contenían de sustrato tras su aparente radicalidad.

2. El teatro siempre estuvo en la calle

Propongo enfocar el asunto de otro modo: el teatro no tiene que “salir a la calle” porque desde los primeros días de esta movilización social ha estado allí. Desde una noción ampliada, menos restrictiva, diversas cuestiones que ocurren al interior de las concentraciones y marchas son posibles de signar como teatralidades sociales, o también, performatividades. No me refiero a performances artísticas como la de Yeguada Latinoamericana frente al monumento de los mártires de Carabineros o los desnudos en las marchas de Rocío Hormazábal, cuestiones muy importantes que abordaré en otro texto. Me refiero a algo más difuso: el modo en que se vinculan los asistentes, sus cuerpos y sus presencias en un espacio común.

Mientras las concentraciones y marchas convocadas por agrupaciones, gremios y/o partidos políticos ocupan el espacio público bajo determinadas banderas y colores, marchando en una dirección al modo de una gran columna, lo que vemos en estas protestas es más bien una masa líquida que se despliega sin dirección clara por varias cuadras del perímetro a la que se autoconvoca (que cambia entre diversos lugares de Santiago).

Sus banderas y lienzos también se vuelven en cierto punto indeterminables: más allá de banderas de clubes de fútbol [2] o sindicatos que logran reconocerse como parte del paisaje, son cientos sino miles de mensajes específicos los que saturan la mirada vinculando ingeniosamente referencias a la cultura pop, un tono muy propio del bullying digital de los memes y un posicionamiento político concreto. Un solo sujeto no lograría leer todas las pancartas ni ver todos los vestuarios ni marchar con todas escenografías rodantes, murgas itinerantes, batucadas y pequeñas orquestas que cruzan las concentraciones.

Escribo esto intentando recordar cada cosa que sucede dentro de una concentración, pero no me alcanza el espacio para notar cada una. Prefiero notar entonces cómo con tan solo cuerpos, presencias, subjetividades habitando un lugar de tránsito tan aparentemente inhabitable como una rotonda, un espacio no pensado para la detención sino el flujo, comienzan a suceder diversas teatralidades que van tramando una forma de comunicación imposible de extinguir mediante la represión (porque como una niebla porfiada, vuelve tras ser disipada por los manotazos policiales). Se trata de un cuadro incoherente, imposible de asir, y por ahora, también de normar.

Por lo mismo, no tiene mucho sentido condenar la violencia de las barricadas de quienes están en primera línea o de moralizar con que no se protesta tomando cerveza. Las concentraciones y marchas son por sobre todo una política de la festividad que abre un modo inédito para todos quienes nacimos y fuimos criados en Chile de post dictadura, de estar juntos, reconociendo nuestras singularidades en un espacio común. Una sola concentración es carnaval, es fiesta, es rabia y violencia.

Lo que se perdió en la cotidianidad neoliberal, hoy aparece de manera disruptiva, sobrepasando las mediaciones del mercado y el consumo. Se trata a fin de cuentas de una lengua que se creía muerta, pero que siempre estuvo aquí y que hoy se expresa con una potencia amenazante para el status quo, para el orden político y económico desigualitario e individualista.

3. El momento excepcional del teatro

Podríamos resumir, con algo de prisa, que una de las premisas del arte entendido modernamente es lograr abrir una brecha, un momento excepcional dentro de la cotidianidad para permitir que algo distinto emerja. He querido afirmar aquí que en el contexto actual esa brecha la ha abierto la propia movilización con sus diversas performatividades. Diversas teatralidades aparecen de la mano de las presencias singulares de cada sujeto que constituyen cada día, en cada concentración y marcha, un espectro del pueblo que siempre falta en la representación.

No se trata entonces de que hacer teatro callejero sea bueno y teatro de sala sea malo. Esa premisa no era aceptable antes y ahora evidencia con aún más fuerza lo que tiene de caricatura. Por lo pronto, el asunto ya no se resuelve en la voluntad «hacer teatro» si eso no implica una autoreflexión por las propias formas. Un teatro, sea de sala o de calle que busque decirle cosas a la gente pierde sentido pues esa gente y ese pueblo espectral ya ve, ya habla, ya dice.

Quizás el asunto sea reflexionar desde la práctica teatral el cómo vinculo las teatralidades que emergen del propio espacio público. Allí el teatro aparece más como un ejercicio de montaje cinematográfico: hay que encontrar las imágenes justas que den cuenta de lo que está sucediendo. Una imagen con potencia disruptiva, antinormalizadora. Una imagen que dé cuenta de este nuevo momento y permita generar los canales comunicativos a un pueblo que demanda nuevas representaciones de sí.

[1]  Expresada como voluntad, la igualdad es una pretensión, un interés político por lo común.

[2] la imagen que acompaña esta entrada de texto da cuenta de las banderas de las hinchadas archienemigas de Universidad de Chile y Colo Colo, juntas en una protesta convocada a Plaza Italia. Acto inédito que potencia las protestas con el ánimo festivo de las barras. Más allá del estigma, las hinchadas todas juntas en el espacio común dan cuenta de la compleja mezcla entre fiesta, rebeldía y violencia.

 

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.