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Teatro, inmigración y representación de la otredad (P.2)

Sebastián Pérez reflexiona en torno a los fenómenos del teatro, inmigración y la representación de aquello que llamamos «otredad» en el teatro.

 

   1. Los invasores no tocan la puerta

Podríamos pensar que cuando Egon Wolff hizo aparecer a los invasores en la casa de los Meyer, apareció el coeficiente de diferencia al que hacía mención en la columna anterior (será necesario leerla para seguir el hilo de este tema). En Los invasores el aguijón de la extrañeza, es decir, la capacidad de hacer emerger lo impensado ahí donde la vida se ha vuelto sentido común, seguía allí ante la imposibilidad de poder contestar acertadamente a la pregunta por quienes eran los invasores. ¿Eran masa? ¿Eran pueblo? ¿Qué eran?

En cierto sentido los invasores eran otredad porque eran dueños de una potencia sin rostro, una fuerza irrepresentable que no cabía dentro de la foto (o del teatro). La paradoja está en que la única vía posible para el antagonismo de fuerzas es la representación (política, estética, etc.).  El hecho de que Wolff no fuera concluyente respecto a si se trataba de un sueño o de la realidad, radicalizaba las cosas. ¿Se trataba de una simple pesadilla o de una premonición? Una premonición aterra en tanto profecía -algo que he soñado puede o no suceder-, pero una pesadilla ni siquiera pretende ser real, simplemente acecha a la realidad sin más objeto que aterrar.

   2. Qué barbaridad

En su momento, los sectores más comprometidos de la izquierda cuestionaron virulentamente a Wolff por representar a las clases bajas sin heroísmo, incluso, con cierto nivel de maldad. Con el tiempo esa crítica y ese paternalismo social parecen haber quedado obsoletos. Pero la caída en desgracia de los patrones de autoridad de antaño no ha implicado más democracia, sino más bien un proceso de desjerarquización del gesto autoritario que ahora, más llano y relativo, celebra y festeja la proliferación de representaciones dulcificadas de lo otro, de lo diferente.

La foto que acompaña a este artículo muestra a cuatro haitianos evangélicos en el metro capitalino. En redes sociales la foto se viralizó como una expresión positiva de la inclusión. La duda es, ¿qué es lo que celebramos de aquella inclusión? ¿A medida de quien está hecha la representación que encuadra esta fotografía?

En la obra Donde viven los bárbaros Colectivo Bonobo juega precisamente con estas preguntas, tensando el gesto liberal de la inclusión. Toda la obra se trata de poner en cuestión los modos en que representamos lo otro, mostrándonos seres que fracasan –incluso allí donde intentan hacer el bien- porque se arrogan la representación de aquello que ellos consideran diferente.

Precisamente esto hace el prólogo de la obra al mostrarnos el temor de ciertos líderes de una polis griega, quienes consideran a esas entidades extramuros como unos bárbaros, unos salvajes con atributos sobrehumanos. Pues bien, luego sucede que, al ingresar a la polis, los bárbaros aparecen como nada más que una versión involucionada o degradada de ellos mismos.

De este modo, Donde viven los bárbaros nos muestra dos oscilaciones igualmente tramposas: la liberal, donde el bárbaro es sujeto de una representación determinada por quienes detentan el poder, es decir, el bárbaro es aceptable en su inferioridad; y la fascista, donde el bárbaro no tiene forma definida, por tanto es temido, criminalizado y exterminado.

   4. El (mal del) teatro de izquierdas

Un mal teatro de izquierdas siempre celebrará sin más los discursos de la diferencia representando a sujetos heroicos, resilientes, admirables y moralmente superiores, ignorando precisamente, que la extrañeza de lo diferente, de lo otro, está más allá de cualquier valoración moral. Ese teatro para feligreses opera igual que una misa: es para convencer a unos pocos, -que en realidad no requieren ser persuadidos-, pues solo van a certificar que ya conocen aquello en lo que creen.

Un teatro que quiera ir más allá del multiculturalismo neoliberal, ese que transforma toda desigualdad real en diferencia estética, deberá abandonar la feligresía y superar el sentido clásico-cristiano-liberal de justicia y de moral. Deberá, antes de volver a mostrarnos una obra sobre migrantes, transgenero, etc., cuestionar sus formas y acusar el agotamiento del tratamiento puramente temático, y también, puramente formal, que no logra dar cuenta de fenómenos que están sucediendo aquí y ahora.

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.