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Una polémica tamaño Venti

Lastarria 90′, el ex teatro administrado por Luciano Cruz-Coke es hoy una sucursal de Starbucks. La noticia no ha caído bien en el mundo del teatro. Sebastián Pérez escribe sobre la polémica.

 

 

Hace unas semanas atrás Ramón Griffero publicó en Facebook una foto de la nueva sucursal de Starbucks ubicada en Lastarria 90’. Con aquella foto, el director del Teatro Nacional denunciaba la “política cultural de la privatización de la cultura” toda vez que Lastarria 90’ alguna vez fue una sala de teatro -administrada por el exministro de cultura Luciano Cruz-Coke- que recibió millonarios aportes del Estado.

Sin embargo, con el paso de los días toda la polémica ha quedado en nada, pese a que todavía quedan aspectos definitorios necesarios de abordar que pueden cambiar el diagnóstico final. ¿Por qué un proyecto financiado con dinero estatal es hoy la sucursal de un café transnacional? ¿Qué tipo de políticas culturales tenemos hoy que permiten tal cosa?

Tal como deja entrever Griffero, es evidente que hoy la función del Estado parece ser diseñar políticas públicas tendientes a la reducción de lo público o al menos, a la hibridación público/privada. Por esto, si se quiere hacer algo más que tirar piedras e incendiar Starbucks, será necesario darse el espacio para analizarlos.

1. El activismo de Facebook

Esto es lo primero: la irrefrenable necesidad de opinar y decir algo por parte de casa usuario en redes sociales. Este activismo cibernético compele a un tipo de compromiso que en realidad no se compromete con nada. Se comparte/comenta/retuitea llegando siempre a la misma conclusión, entre que medio catastrofista, rabiosa y cortoplacista (claro, porque mañana esto se olvida, hay que pasar a un nuevo tema).

Es cierto que el simbolismo es potente: en el histórico espacio que alguna vez fue el lugar donde el Teatro El Aleph desarrolló sus primeros trabajos, que durante la primera década del dos mil funcionó como sala de teatro –precaria, mal implementada, pero gratuita- para la exhibición del trabajo de diversas compañías, y que durante un tiempo fue gestionado por el ex ministro de cultura de Piñera, recibiendo millonarios fondos del Estado para mejorar su infraestructura, se acaba de inaugurar un Starbucks.

Pero el poder del simbolismo (la cultura siendo asediada y carcomida por el avance del neoliberalismo, etc.) no puede, no debe marearnos.

2. Un rayo gentrificador

Si hacemos memoria, recordaremos que antes de Starbucks, allí hubo otro café, el Wonderful cuya casa matriz está ubicada hasta el día de hoy en el exclusivo barrio El Golf. Este café se fue del barrio a inicios de 2016 por el encarecimiento de los arriendos. El Wonderful -que no era nada de popular– sucumbió al fenómeno de la gentrificación de Lastarria.

Ese proceso hoy sigue a paso firme. Hace pocos días atrás un diario capitalino publicó la historia del zapatero de Lastarria que debió abandonar su local después de 47 años, a causa del encarecimiento de los arriendos. “A partir del 30 de octubre, -afirma un comunicado en la reparadora de calzado- dejará de funcionar la reparadora por no poder cancelar la renta de 430.000 a 1.200.000 pesos”.

Del fenómeno de la gentrificación ni el arte ni el teatro están exculpados. Como bien ha notado el crítico Jaques de la Brioche “la paradoja de que la cultura y el arte sean el germen de la gentrificación es una idea que los artistas no pueden asimilar”. Esto debería llamar la atención de aquellas y aquellos artistas indignados con la instalación de Starbucks. Y es que como regla general podríamos decir que allí donde llega el arte y la cultura, el barrio mejora, sube su plusvalía y se encarece.

De este modo, no parece lógico que insistamos en creer que el arte está en posesión de alguna especie de distancia privilegiada que le permita analizar la realidad sin contaminarla, o bien, influyendo de manera puramente positiva.

3. Starbucks, un pelo de la cola

Curiosamente, mientras el Wonderful estuvo abierto, nadie dijo nada del café, pese a que en términos operativos funciona bajo la misma lógica de Starbucks: no solo vender café caro (y ni tan bueno), sino además vender una experiencia centrada en la “buena onda”, con altas dosis de marketing, imagen y diseño.

Tampoco nadie dijo nada cuando abrió el Café Público del GAM, otro negocio digno de análisis donde gracias al brillante ejercicio de apropiación cultural, los dueños –otrora dueños del Café Faustina de Providencia-  venden café de baja calidad a altos precios ofreciendo un sucedáneo estético de lo que fuera el casino de la UNCTAD III de Allende, un casino popular de autoservicio.

En ambos casos, el gesto es menos obvio pues no se trata de una transnacional, pero continúa operando en el mismo sentido: lo “público” del café del GAM es un efecto comunicacional, una estrategia de marketing, tal como cuando Starbucks reinvierte utilidades en mejorar los estándares de vida de los agricultores cafeteros de Guatemala. Y en suma, ambas son formas de reiterar la lógica del capitalismo cultural.

4. No es el hecho, es el sentido

Hace menos de un año, cuando el Teatro La Memoria se convirtió en Teatro Duoc UC, ocurrió el mismo fenómeno: un teatro financiado por Fondart debió ser arrendado a un establecimiento de educación superior privado. Claramente no hablamos de la “pérdida” de un espacio para la cultura, pues el teatro sigue operativo, sin embargo, una vez más fue el Estado quien financió el espacio de Alfredo Castro, hoy utilizado por un gigante privado.

Por eso, más relevante que indignarse por Starbucks, el Café Público del GAM o Teatro Duoc UC, sería necesario, un poco como lo ha hecho Griffero, dar cuenta del sentido que se ha instalado en cultura y que afirma que el rol del Estado hoy es financiar proyectos e inversiones privadas de distintas magnitudes ya sea a través de concursabilidad o asignaciones directas.

Acá tenemos el caso de Lastarria 90’ o CorpArtes, pero también el modelo de funcionamiento de la Corporación Centro Cultural GAM, CCPLM, Estación Mapocho, M100 y el Teatro del Bío Bío, todas instituciones culturales centrales para el desarrollo del arte que operan bajó la lógica de una organización de derecho privado sin fines de lucro.

Pero no se trata simplemente de decir cuáles instituciones son y si han hecho bien o mal (esa reacción mediada por la indignación de redes sociales nos devolvería nuevamente a la discusión sobre Starbucks). Se trata de hacer notar que todas estas instituciones son el reflejo de un modo de operar sobre la cultura por parte del Estado que viene desde hace mucho mucho tiempo, que no ha desacelerado y que continuará sucediendo, indigne quien se indigne.

En ese sentido, no hay nada aquí que sea una sorpresa y reaccionar como se ha reaccionado, es un modo de despolitizar el debate.[/vc_column_text]

Sobre la «lógica Starbucks»
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En su guía ideológica para pervertidos, Zizek aborda el fenómeno de Starbucks como ejemplo icónico del capitalismo cultural. Para él, el problema ya no es simplemente que compremos su café (ese sería el menor de los problemas) sino que en la compra esté añadido el costo de nuestra redención: la de creer que aportamos con un pequeño granito de arena a mejorar las condiciones de vida de los cafeteros de Guatemala.

Comprar en Starbucks es, al igual que en la Teletón, hacer una promesa: mientras más café consumas, más ayudas a aquellas comunidades de agricultores-cafeteros guatemaltecos, disfrutando en el intertanto, de un buen café de grano en un grato ambiente de trabajo o descanso.

A esto podríamos llamar lógica Starbucks, un modelo de negocios basado en una mezcla de consumo, diseño, buena onda y responsabilidad social empresarial (RSE). Por eso comprar un café en Starbucks nunca es solo comprar un café: es el modo de mejorar efectivamente las condiciones de vida de esas comunidades descolgadas de la modernidad a través de un simple gesto: consumir. Podremos criticar el consumismo, pero, ¿cómo no aplaudir a una empresa que hace mucho más de lo que cualquiera de nosotros hace por los más desposeídos?

La lógica Starbucks nos permite no sentir la resaca consumista, expresada como culpa. En los antiguos días del puro consumismo uno se compraba un producto y se sentías mal por el gasto excesivo versus gente que no tiene nada. Ahora tomamos ese delicioso skinny vainilla latte saboreando un gesto solidario que nos transporta a la modernidad, que nos hace parte de una cadena humanitaria que incluso cuando no lo busca, hace el bien.

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.