Informe para nadie: vivir en la catástrofe
Fuimos a ver «Informe para nadie», obra escrita por Juan Radrigán y dirigida por Andrés Céspedes, que se presenta en el contexto del Festival Santiago Off 2016.
Tres sobrevivientes de un apocalipsis sin dios pasan sus días alrededor de una fogata preparando manzanas crudas, cocidas o asadas. Su improvisado campamento en algún lugar de la tierra, se compone del refugio que ofrece la enorme cabeza decapitada de una estatua, una pira de madera y unos montículos de escombros donde echarse a dormir.
Esto es lo primero que vemos al asistir a Informe para nadie, obra escrita por Juan Radrigán, cuya puesta en escena, dirigida por Andrés Céspedes, nos muestra el principio del fin de la especie humana. En este acabo de mundo, los tres sobrevivientes, -Martín, un viejo decepcionado de lo que hizo con su vida, Eloísa, una escéptica mujer que lo ha perdido todo, e Isidro, un joven cuya ingenua esperanza se confunde con el mesianismo refundacional-, discuten sobre si repoblar la tierra y buscar nuevas y más justas formas de organización o si simplemente, dejar que la humanidad se extinga con ellos ahora que la catástrofe ha tenido lugar.
La puesta en escena tiene una tarea mayor al representar la –irrepresentable- magnitud de la catástrofe. De ahí la gran cantidad de metáforas y simbologías dispuestas en el espacio: la estatua rota anunciando el fin de toda civilización, los escombros como ruinas del pasado, la rama de un manzano que evoca el génesis, las tinieblas, etc. Gracias al diseño escénico, sonoro y de vestuario, en el espacio escénico se despliega un atmosfera sombría que es llenada por las actuaciones de Daniel Alcaíno, Silvia Marín y Sergio Schmied.
Por su parte la dramaturgia, pausada y perspicaz, nos exhibe un mundo decadente donde la desesperanza no ha implicado en ningún caso la pérdida del sentido del humor pues, -y esto parece decirnos Radrigán-, a la hondura filosófica del problema de la existencia ha de accederse solo desde nuestra contradictoria humanidad. Y toda vez que frente a la hecatombe, los hombres han quedado solos enfrentados a sus propios fracasos, se establece una relación directa con las preguntas elementales respecto del sentido de la vida, el futuro de nuestra existencia, etc.
Este peso interrogativo, lúcido, escéptico, ateo y también, suicida -que ha caracterizado la producción dramatúrgica de Radrigán- es fundamental. De ahí que el lugar de la palabra en la puesta en escena de Informe para nadie sea particularmente vital. No solo por lo que se dice, sino también por todo aquello que no ha podido ser dicho y que, sin embargo, aguarda ahí en las tinieblas. Claro está que hay consecuencias: la carga textual es tal que la recepción de la puesta en escena, aletargada por la densidad ideológica de la dramaturgia, se vuelve una tarea difícil, a ratos, fatigante.
Con todo, la conclusión final que ofrece Informe para nadie, cuando de cara a la catástrofe la decepción triunfa (Martín), el desencanto pervive (Eloísa) y la esperanza se suicida (Isidro), merece un mayor análisis en este espacio, pues se trata de un corolario que ofrece como respuesta a la interrogante sobre el devenir de la humanidad, la idea de que nada se puede hacer para revertir el modo en que, reproduciendo por milenios las mismas dinámicas de dominación y explotación, hemos hecho del mundo -y de nosotros mismos-, un lugar inhabitable.
En este punto el tono escéptico de Informe para Nadie puede leerse, más que como una provocación, como la desazón de quien ha aceptado el fatal pronóstico del futuro. «Si no sucede nada, que no suceda nada para siempre», dice Martín. Y precisamente, eso es lo que hacen los sobrevivientes cuando, al decidir dejarse llevar por el proceso de degradación natural de este apocalipsis (es decir, decidir morir), establecen una renuncia indeclinable a intentar comprender algo, quedando el más pedestre desinterés. Sin embargo, ¿no es esta conclusión un tipo de crítica que, paradójicamente, despolitiza ahí donde asume una suerte de predestinación fatalista de la humanidad?
Finalmente, si tal como se afirma, quienes nos hemos infligido este daño hace milenios somos nosotros mismos, sin intervenciones de terceros, ¿podría tener un término el padecer humano? ¿No es más bien este apocalíptico fin la realización de un deseo devenido de la imposibilidad de poder imaginar un panorama distinto para la humanidad? Entonces, ¿no sería esta imposibilidad lo verdaderamente catastrófico hoy de la existencia humana?
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Ficha Artística
Dramaturgia: Juan Radrigán
Dirección: Andrés Céspedes
Elenco: Sergio Schmied,Silvia Marín, Daniel Alcaíno
Diseño de escenografía e iluminación: Esteban Sánchez
Diseño de vestuario: Jorge “Chino” González
Música: Alejandro Miranda