La Medea y el Jasón: la imposibilidad de hacer teatro
Federico Zurita, tutor e integrante del proyecto Ágora Chile, fue a ver «La Medea y el Jasón», obra escrita y dirigida por Catalina Saavedra, que se presentó en Matucana 100 el contexto del Festival Santiago Off 2016.
En la obra La Medea y el Jasón, de la Compañía Teatro Chile-No y que se está presentando en Santiago Off 2016, el público se encuentra con una casa construida solo de pilares en medio de un fondo negro, de un modo semejante a como en las películas de Lars von Trier Dogville y Manderlay se da forma al espacio a través de la influencia de lo teatral. Se suma a esto la presencia de una narradora que, como supuesta variante de un coro griego, entrega al público información sobre los acontecimientos de Medea y Jasón, quienes en esta obra escrita y dirigida por Catalina Saavedra Gómez, son personajes griegos desplazados al campo chileno. Por último, también está en escena un guitarrista que musicaliza la narración y dialoga con la narradora.
Los pilares de la casa, hechos de troncos de árbol y cuerda, construyen la alusión al campo chileno a la vez que la narradora, hablándole al público, explicita el intertexto con la tragedia Medea de Eurípides, presentada por primera vez en Atenas hace veinticinco siglos. Así, se pretendería subrayar la eventual construcción de un significado que se sostenga en ese diálogo intertextual. Pero tal asunto no se concreta pues la obra falla de múltiples formas.
En cuanto a la combinación de lo narrativo y lo dramático en el teatro, es de esperar que esto responda a una decisión estratégica que, a través de la interrelación de múltiples elementos, como la escenografía, la música y otros, permita el despliegue de los significados. Sin embargo, en oposición a esa lógica, en la obra de Saavedra la elección de narrar y actuar en distintos momentos de la acción dramática parece antojadiza. Mientras en el primer acto domina la narración, en el segundo sobresale la acción, pero solo hasta el climax, pues el desenlace es resuelto nuevamente con el uso de la narración.
Es cierto que en Medea de Eurípides los hechos en que la madre asesina a sus hijos no aparece en escena, pero esta información no es entregada por medio de una narración dirigida directamente al público sino a través de un diálogo dentro de la ficción entre Jasón y Corifeo, es decir, a través de la forma de lo dramático. En La Medea y el Jasón, la presencia de la narradora (que podría pensarse como un elemento que busca participar de la construcción de una propuesta semejante a la del Teatro Épico, asunto que no termina de cuajar), más que responder a decisiones estratégicas, parece ser la herramienta apropiada para solucionar la incapacidad de representar dramáticamente.
Otro problema mayor es el político que, en este caso, se manifiesta volviendo inútil el uso que La Medea y el Jasón le da al intertexto. Desde el comienzo de la narración se instala como premisa que “hay cosas en la vida que no cambian y a pesar de los miles de años que pasen y los millones de kilómetros que separen a la gente, las costumbres de la gente, lo que por sus cabezas, por su corazón y por su guata pasan son cosa inevitable e indomable”. Con esto la narradora pretende señalar que es posible encontrar Medeas y Jasones en cualquier parte del mundo.
Y si bien es posible encontrar en tiempos y espacios variados a mujeres que asesinan a sus hijos para darle una lección al padre de las víctimas, la igualación de hechos semejantes en diferentes épocas y geografías ignora los marcos culturales bajo los cuales ocurre cada uno de estos. Como consecuencia de lo anterior, la obra de Saavedra disuelve la posibilidad de que su obra construya significados pues su Medea actúa como actuaría, por ejemplo, la de Eurípides. Surge, entonces, la siguiente pregunta: si Medea ya existe y La Medea y el Jasón dice lo mismo que la otra, aunque la acción sea diferente, ¿por qué hacer una nueva obra y no la misma? A fin de cuentas, dice la narradora, hay cosas en la vida que no cambian.
Por supuesto que La Medea y el Jasón de Saavedra debería construir significados diferentes a los de Medea de Eurípides, pero la obra de Saavedra no está consciente de esto, pues éste es un ejercicio teatral meramente formal. Eurípides construye a su personaje para discutir con la tradición de significados teatrales desplegada por Esquilo y Sófocles. Ni la rebelde Antígona que construye Sófocles se compara con Medea en la magnitud de la ruptura que construye. Ni Esquilo ni Sófocles, tan falocéntricos, le podrían haber dado vida. Y Eurípides no la podría haber moldeado sin ser precedido por aquellos colegas con los cuales discutir.
En cambio, ¿con qué discute La Medea y el Jasón? ¿Cuál es la necesidad de mostrarnos la gran rebeldía de esta Medea víctima de un Jasón que la deja por otra más joven y menos pobre? ¿Hay, entonces, búsquedas relacionadas con las discusiones de género? Esto último ni siquiera es esbozado, y es preferible que ese no haya sido el intento de esta obra, pues esta Medea, más que víctima de la cultura patriarcal, parece una loca, o incluso una bruja, como varias veces se advierte dentro de la ficción. Con La Medea y el Jasón queda en evidencia un ejemplo de teatro vaciado de significados, asunto que insiste en que estamos ante una imposibilidad, la de hacer teatro.
Ficha Artística
Dirección y dramaturgia: Catalina Saavedra Gómez
Elenco: Alejandra Vera Osorio, Patricia Cuyul Vargas, Alfredo Castro Villablanca
Música: Renato Navarrete Ponce