El teatro que teatra pero no muerde
Sebastián Pérez escribe sobre el imaginario político y crítico de un teatro que antes de politizar, hoy parece moralizar la escena local.
“El fascismo reemplaza literalmente a la revolución izquierdista: su ascenso es el fracaso de la izquierda, pero simultáneamente una prueba de que había un potencial revolucionario, una insatisfacción que la izquierda no pudo movilizar».
Slavoj Zizek
1. No tengo pruebas pero tampoco dudas
El mundo de las artes ha estado históricamente ligado a una sensibilidad a la izquierda del espectro político. Visible en el teatro en el modo en que se reiteran más menos los mismos imaginarios críticos respecto del presente en las puestas en escena, o también, en la conducta individual que muestran las y los artistas en su vida cotidiana, afirmar que el marco ideológico en el mundo del arte se inclina a la izquierda, no parece algo tan chiflado.
Si tengo pruebas y ninguna duda de que el imaginario de izquierda, pese a ser hegemónico e incluso de sentido común (ya abordaré esto) en las artes, hoy más que nunca exhibe su agotamiento y, fácticamente, no representa ninguna amenaza para un modelo que supo cómo anular su crítica dejándole dos alternativas: reiterar un discurso pasmado y residual, o bien, acceder a cuotas de poder que le permiten administrar el modelo realizando pequeñas variaciones que no modifican la columna vertebral del sistema, y que en cambio, normalizan la idea de que ser izquierda en el siglo XXI consiste en gestionar lo que hay y no reiterar imaginarios trasnochados de antaño.
2. La tontera progresista
“Es preciso fortalecer las críticas de izquierda a las tonteras progresistas. Pues por ese flanco, si se lo cede, avanza luego la derecha, aprovechando el descuido”. Habla el escritor argentino Martín Kohan. La cita me ha estado dando vueltas hace ya varios días. ¿Por qué un intelectual argentino inserto de canto en el contexto macrista llama directamente a reforzar las críticas a su propio sector? ¿No es esto una forma de fuego amigo justo cuando deberían unirse todos en torno al enemigo en común?
El sentido común indicaría que sí, pero ese es el problema: es sentido común. En el contexto de una crisis de representación y agotamiento del sentido, reiteramos sin más los mismos discursos críticos que asumimos esta vez sí funcionarán. Y entonces ocurre lo consabido: tras una nueva derrota de la izquierda y su imaginario estético, los llamados son a la unidad de una oposición que cree estar resistiendo a algo. Y bajo ese seductor lenguaje de guerrilla, se termina por inhibir cualquier crítica por considerarla conspiración, deslealtad, deserción, etc. Es cosa de tiempo entonces para que comience la cacería de brujas donde son las minorías más tajantes del bloque las sindicadas como culpables del propio fracaso del sector.
Antes de seguir, volvamos al epígrafe de este artículo. Verán que Zizek está leyendo a Benjamin y su advertencia respecto a que detrás de cada fascismo hubo una revolución fallida. La emergencia actual de neofascismos no se puede explicar en la falta de unidad de un sector ni mucho menos porque parte de ese sector cuestione el rumbo o el sentido al que se dirige el mismo. Ha sido la incapacidad de darle lenguaje y respuesta a un movimiento social que finalmente decantó por derecha y no por izquierda, lo que ha permitido el retorno del fascismo. ¿Qué fue el segundo gobierno de Bachelet sino un progresismo sin expectativas que allanó el camino a un gobierno de derecha que a su vez hoy encuentra no a su izquierda sino a su propia derecha, un enemigo que articula mejor populismo, descontento y miedo?
El verdadero fuego amigo no es la crítica sino su ausencia. El verdadero fuego amigo es creer que repitiendo mismas fórmulas, discursos y estéticas vamos a salir del pasmo en que estamos subsumidos. El verdadero fuego amigo es la “tontera progresista” que consiste, básicamente, en reiterar una mirada crítica de sentido común, obvia, exangüe y sin expectativas que no le hace mella al poder y su hegemonía, y que por el contrario le viene bien a la narrativa política de un modelo que encuentra en la diversidad de voces críticas la manera más efectiva de administrar el orden social [1].
3. El teatro que teatra pero no muerde
Si hay una disciplina artística subsumida en este problema hoy, es el teatro. Salvo notables excepciones, la regla parece ser reiterar temporada tras temporada las mismas críticas de sentido común respecto a los efectos sociales e individuales del neoliberalismo, estableciendo más que disensos políticos reales, una suerte de orden moral, el “de la resistencia”, como un grupo de jedis moralmente superiores que norman lo que debe ser aceptado y lo que no (aunque a diario esas premisas sean vulneradas por la facticidad neoliberal).
Cuando las críticas se dan en este orden (el moral y no el político) no se cuestiona, por ejemplo, el consumo o la tecnología, simplemente se niega su existencia a la vez que se prescribe lo que las cosas han de ser (vida en comunidad y trueque, por decir algo). Este binarismo moral solo permite dos tomas de posición: el completo rechazo por parte de quienes no comulgan con aquel encuadre moral, o bien, su reafirmación de parte de quienes ya creían en él, es decir, un teatro para convencidos. Y como el público de teatro lo conformamos más menos los mismos agentes del medio… el chiste se cuenta solo.
Estoy haciendo una reducción grosera, pero no por ello menos real. Hay, efectivamente, excepciones que nos señalan cuáles son las alternativas para un teatro que tiene que cuestionarse sus propias fórmulas y modelos. Será materia de otro artículo visibilizar esas excepciones. Por lo pronto, para salir de su pasmo estético e intelectual el teatro necesita primero emanciparse de sí mismo, no del modelo. Eso implica insubordinar el imaginario crítico de una escena que hoy parece conformarse con reproducir discursos refractarios del poder y quedarse a vivir en ellos abrazando estéticas (o más bien estetizaciones) de la disidencia y la otredad. Como yo lo veo entonces, el camino es uno: fortalecer las críticas de izquierda a las tonteras progresistas [2].
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[1] En el último episodio de Hiedra FM hablamos de esto con el profesor Carlos Ossa, sobre que el neoliberalismo “no va a censurar a nadie” y que el problema es que “estamos subutilizando temas (indígenas, inmigración, feminismo, etc.)”.
[2] En este sentido no cualquier cosa sirve como crítica. El ejercicio de parodiar una escena de izquierda, tal como hemos visto en el teatro actual, no tiene más rendimiento que burlarse, creer ser el adelantado de los atrasados.