La Última Línea: soy hípster
Fuimos a ver “La Última Línea”, obra en temporada en el Teatro del Puente. Estamos frente a un montaje errático, de escasa complejidad y peligrosamente conservador.
En menos de seis meses en Santiago, se han montado dos versiones (sin contar un egreso) de “El Mal de la Juventud”, dramaturgia del escritor Austro-búlgaro, Ferdinand Bruckner. El texto en cuestión, -de 1926-, nos pone frente a un grupo de estudiantes en el cruce entre juventud y adultez, en el contexto de una Europa de posguerra, agitada por los cambios culturales de un mundo que transita hacia la globalización.
Bruckner, tal como otros expresionistas de la época, desconfió de la promesa del progreso, viendo como tras el desarrollo de la metrópolis, yacía la mecanización de la vida y el triunfo de la burguesía. Por ello reflexiona con un halo existencialista, incluso nihilista, sobre la juventud de su época, que presa de la intensidad de su tiempo (Bruckner probablemente habría muerto al conocer el internet) tiene dos caminos: o se normaliza (aburguesa) o renuncia (muere).
Ambas puestas en escena hacen una revisión literal del texto de Bruckner, sin actualizar el marco ideológico, como esperando que el contexto emerja desde la pura referencialidad estética. Ello es visible en que, mientras Primavera 98’ se situó en los noventa haciendo referencia a la moda de fin de siglo intentando con ello citar algo de escatología y perversión (confundiendo de paso ironía con cinismo), La Última Línea dejó ingresar sin miramientos el referente estético, discursivo y cultural de moda, a saber, una desdichada conciencia hípster, pretendiendo que entre ello y la raigambre realista del texto –actualizado a la jerga juvenil de hoy- sea suficiente para darle verosimilitud contextual a la obra y generar la tan mentada identificación con el espectador.
Pero tal cosa no sucede. La estéril realidad de La Última Línea nos muestra fachadas sin fondo. La obra abre mostrándonos el departamento de una estudiante de medicina en un sótano, un espacio que perfectamente podría pasar por “boutique” de ropa en algún barrio chic de Santiago. Por este departamento circulan distintos estudiantes de medicina y una joven nana (asombrosamente caucásica). Cada uno de los personajes, más a la moda que el otro, responde a una construcción prototípica, relacionándose sin sentido con el mundo creado, porque si de real, verosimilitud e identificación se trata ¿En qué parte de Chile los estudiantes de una carrera de elite carretean junto a las nanas?
En efecto, a los personajes de la obra simplemente les acontecen las cosas: emociones, reacciones y decisiones ocurren sin procesos, mientras las acciones físicas enuncian lo que no sucede (un barbitúrico que ingerido causa adormecimiento espontáneo). Entre toda esta maqueta, está Federico, personaje clave en el texto original que representaba la promesa de libertad al sistema en tanto su indisciplina lo hacía incontrolable.
Pero en La Última Línea (y también en Primavera 98’) aquel personaje ha sido despojado de toda resistencia. Ya no mira al futuro, simplemente habita el presente. Su nihilismo como crítica se ha convertido en aquella cínica conciencia desdichada. Federico sólo quiere vivir sus días entre drogas y alcohol, sometiendo a los más débiles, dejando intacto al poder.
Por ello la conversión de la nana de la casa en prostituta, -gesto que pudiera haber operado como sublevación moral de una clase dominada-, se alza como sanción conservadora ahí donde la prostitución se iguala a mal social, siendo, paradójicamente, el único destino al que pueden optar las clases marginales. Con esta inversión discursiva, Federico pasa sin necesidad de pasaporte, de la disidencia al más rancio fascismo.
En La Última Línea abundan esbozos de una juventud individualista y victimizada, cuya transgresión y padecimiento responden a la repetición literal, -90 años después-, del texto de Bruckner, obviando que la pregunta última del dramaturgo tenía más que ver con el sentido de la vida y su destino de cara al capitalismo, que por el simple acaecer de una juventud descarriada. La diferencia es notable. Una pregunta busca establecer disenso. La otra, normalizar el exceso.
La Última Línea fracasa estrepitosamente porque pretende mostrarnos el devenir de una juventud perdida, sin entregar una lectura ideológica acerca de lo que genera aquella desorientación, alineándose de paso con el neoconservadurismo local que llena de lugares comunes la vida para luego poder vivirla. Lo que queda entonces es existencialismo barato, tipo Mysteryland, que necesita recurrir a clichés de ayer y hoy, como sonorizar una depresión con Radiohead o una muerte con Chopin, todo para poder decir algo, reafirmando de paso el total extravío discursivo de la obra.[/vc_column_text][/vc_row]
Ficha Artística
Adaptación libre de la obra El Mal de la Juventud de Ferdinand Brückner
Dirección: Jaime Mcmanus
Elenco: Margarita Hardessen, Daniela Echeñique, Luna Martínez, Carolina Vargas, Felipe Rojas, Maximiliano Castañeda, Hugo Castillo
Producción general: Javiera Ruiz
Producción Audiovisual: Josefina Fernandez
Diseño escenográfico: Anastassia Wilhelm
Iluminación: Juan Anania
¿Cuándo?
Precios
General $6000
Tercera edad $4000
Estudiantes $3000