No Despiertes a los Niños: secretos infantiles
Fuimos a ver «No Despiertes a los Niños» de Cristián Plana, presente con funciones en el Taller Siglo XX Yolanda Hurtado en el marco del ciclo Teatro Hoy 2015. Estamos frente a una obra que busca rastrear las fantasías de una generación profesional que debe hacer frente a valores como la maternidad/paternidad, el éxito personal, etc.
No despiertes a los Niños, es el último montaje de Cristián Plana desarrollado en conjunto a la dramaturga Constanza Manriquez. En él los autores exploran a partir de la intimidad de una pareja profesional, los intereses, valores y expectativas de una generación relativamente joven que hoy se ve presionada a tomar posición respecto de la paternidad/maternidad, la vida en pareja, valores como el éxito personal, etcétera.
Visualmente, la obra recurre a modos de composición estética que ya hemos visto en Plana. Esta vez de la mano del diseño de Ángela Gaviraghi (también actriz de la obra), observamos un espacio realista que busca dar cuenta del marco sociocultural de la pareja en cuestión: un amplio departamento de paredes blanco invierno, piso flotante, un costoso sillón en ele, decoración minimalista con apliqués en níquel cromado, elegantes lámparas de piso, reproductores de música para dispositivos celulares, y como no, whisky.
Tanto en Proyecto de Vida como en esta obra detectamos el intento del director por encuadrar a una clase social que ya lo hemos dicho anteriormente, es amébica, reprimiendo su identidad para obtener un nuevo relato biográfico.
En efecto, Plana construye a una pareja cuya relación fracasada sintomatiza los valores de una sociedad arribista y exitista, pero con un matiz: aquí, a diferencia de lo visto en su montaje anterior, hay menos interés por mostrar aquella aspiracionalidad new rich que desea volverse aristocracia, y más por visibilizar el devenir de una pareja que sólo puede proyectarse como tal en el infantil fantaseo de una relación consolidada.
Por ello esta vez también hay más peligro. Presuntamente porque la dramaturgia de Constanza Manriquez está más interesada en sondear las formas en que opera la ideología en la intimidad, que en armar fachadas discursivas. Y funciona. Vemos aquí a una pareja cuya autorrepresión no está dada por querer llegar a ser alguien más, sino por la necesidad de sentir goce en una sociedad que desea desear.
La pareja está compuesta por un chef ( Gabriel Urzúa a quien ya vimos en Amansadura), carente del espíritu «emprendedor» que sí posee su mujer, una destacada abogada. Ambos intuyen cuál será el futuro de la relación por como siguen las cosas, pero no hacen nada por ello. “¿Tanto te molesta que me vaya bien?”, dice ella. Sólo hay silencio y evasión. El único lugar de encuentro que queda para la pareja antes de su desintegración, es el infantilismo que prontamente deviene en perversión, y la perversión que luego se traduce en un goce erótico a través de los objetos que ambos compran y consumen para saciar su fantasía de familia del siglo XXI.
Pero aquella fantasía sexual que comienza por un simple intercambio de posiciones entre dominante/dominado, pronto se vuelve una confusión de géneros y roles familiares. De aquí en más el espectador contempla una fantasía en descontrol donde el ejercicio de la violencia marcará un aparente punto de no retorno para la pareja.
Desde la recepción es notorio que el realismo de Plana se mueve en un tiempo más lento que el de la propia realidad. Esto no significa que la obra sucede en cámara lenta, sino que el espectador percibe el desfase temporal que existe entre la representación del tiempo en la obra y la intensidad de su propio tiempo con el que entra a su sala, generando la sensación de suspensión, como si en No Despiertes a los Niños el presente que nunca terminara de suceder y el pasado no terminara de irse, acumulando tal cantidad de imágenes que la obra se vuelve densa.
Los autores, aparentemente conscientes de ello, acuden al uso de reiteraciones para llevar aún más al límite la incomodidad al espectador, dando la sensación de estar frente a una realidad recursiva que se repite una y otra vez, un teatro que en determinado momento se deja de espectar y se comienza a padecer. Y lo interesante de todo esto es que justamente producir incomodidad puede ser una posibilidad para sostener a un espectador vivo.
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Ficha Artística
Dramaturgia Constanza Manríquez
Puesta en escena Cristián Plana
Actuación Angela Gaviraghi, Gabriel Urzúa
Escenografía y vestuario Angela Gaviraghi
Sonido Gabriel Urzúa, Cristián Plana
Asistentes de dirección Constanza Manríquez, Christian Nawrath
Realización del teaser y registro de la obra Christian Nawrath
Realizador Rogelio Rodríguez
Coproducción Fundación Teatro a Mil.