Fuimos a ver «No tenemos que sacrificarnos por los que vendrán» del Colectivo Zoológico. (Ojo con el documental que compartimos al final de la crítica. Un registro de la Junta Militar para reírse un rato).

“No tenemos que sacrificarnos por los que vendrán” fue una de las tantas cuñas que quedaron registradas en el Acta Secreta N° 372-A, una reunión que contó con la presencia de los generales Pinochet, Merino, Matthei y Mendoza, junto a varios otros ministros y asesores como Hernán Büchi, Sergio de Castro y José Piñera (quien en la obra es un personaje), para redactar lo que sería el Plan Laboral cuya vigencia hoy lo transforma, a todas luces, en uno de los mayores triunfos del neoliberalismo a la chilena.

Dichas reuniones son el punto de partida desde el cual el Colectivo Zoológico se aproxima a la dictadura, aunque dando un giro temático respecto del eje Memoria-DD.HH-figura de Allende, lugar más frecuentemente abordado (y agotado), para apuntar a la problematización de un hecho específico: el diseño del marco legal laboral chileno.

De la mano de este documento (el acta), la obra reconstruye aquel encuentro secreto haciendo un doble ejercicio: por una parte expone la discusión que medió el Plan Laboral permitiendo comprender sus fines e implicancias (la división de la fuerza sindical, el reemplazo de trabajadores, el derecho a huelga limitada a 60 días, la negociación individual); por otra, escudriña en el universo político-discursivo de sus ideólogos.

En este segundo momento vale no perder de vista la figura de José Piñera, alegoría de toda esa generación de discípulos de Friedman que fue clave para atar el modelo y para transformar una dictadura más interesada en el exterminio de la experiencia de la UP y el restablecimiento del orden por el orden, en el principal laboratorio del modelo importado vía Viena-Chicago-PUC-Santiago.

Y la puesta en acto de estas reuniones visibiliza algo interesante: el antagonismo entre los jóvenes (neo)liberales y el carácter conservador de la Junta Militar. Evidenciar esta diferencia (rápidamente consensuada en un modelo liberal en lo económico y económico en lo liberal) permite ver en aquella «hazaña histórica» descrita por José Piñera en «La Revolución Laboral en Chile», a asesores y ministros cumpliendo un rol político, motivados por sus propios intereses económicos, intelectuales, etc.

Así la fachada del tecnócrata como el especialista que se autoafirma objetivo, interesado en la lógica natural del mercado y exento de toda politicidad (otro triunfo neoliberal: despolitizar masas bajo el argumento de lo innecesario de la política), no tiene correlato en atención a la violencia ejercida por el Estado  y la impunidad en que operaron los implantadores del modelo. Con ello presente, José Piñera más bien aparece consigliere de la dictadura, que simple experto, y más titiritero que asesor.

Un acierto de la obra es la vuelta que hace sobre el pasado para evidenciar cómo pensaron el futuro los que estuvieron en el poder, y en específico, como operó el brazo civil de la dictadura, ese que aún se mantiene activo sirviendo en diversos Think Tanks y directorios de empresas. Pienso, -por nombrar algunos-, en Penta, Copesa, Soquimich, El Mercurio, la Universidad Mayor, la UNAB, el grupo Cruzat-Larraín, etcétera».

No tenemos que sacrificarnos por los que vendrán es un interesante y agudo ejercicio que sintetiza lo que uno espera de toda obra: una investigación relevante, un proceso de experimentación que abre nuevos espacios de enunciación y una puesta en escena lúcida.

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