Fuimos a ver «Perplejo», obra escrita por el dramaturgo alemán Marius Von Mayenburg y dirigida en Chile por el director Luis Ureta.

Perplejo, obra del dramaturgo alemán Marius Von Mayenburg, dirigida por Luis Ureta, se propone cuestionar, siempre en un tono cotidiano guiado por un liviano humor absurdo, lo que entendemos por “realidad” para develar la convención en que se construye. El objetivo, –al igual que en otra obra que fuimos a ver-, es trazar una estrategia de desencuadre del teatro.

Para ello se disloca sin descanso toda situación constituida. Así, desde un inicio el aparente cotidiano de un matrimonio que vuelve de vacaciones, da un vuelco transformándolos a ambos en perfectos desconocidos que luego son niñera y niño de otro matrimonio, luego son swingers y finalizan todos siendo actores de una obra cuyo director, aparentemente, nunca existió.

Tal como en Delirio (obra de Falk Richter, también alemán), en Perplejo hay un interés por escenificar aspectos claves de la desorientación contemporánea, aquella que hoy podríamos entender como la incapacidad de dar certezas sobre qué será de nosotros en un mediano o incluso corto plazo, para entregarnos en cambio a una vida líquida (concepto desarrollado por el filósofo polaco Zygmunt Bauman y utilizado por Ureta para hablar de una realidad, que opuesta a la fallida utopía de una modernidad sólida, se escapa como el agua entre los dedos).

Esta vida líquida sería el resultado, entre otras cosas, de la intensidad de la vida en la globalización actual, y como no, del capitalismo, tendiendo a distorsionar, confundir y agotar ideas antes incuestionables, como el valor de la amistad, el amor, el progreso, el éxito, etcétera.

Ahora bien, mientras en Delirio lo que veíamos era una pareja que no lograba comprender el porqué de su fracaso en un mundo que paradójicamente les proveyó de toda la tecnología necesaria para comunicarse, lo que vemos en Perplejo es un ejercicio más interesado en la escenificación del absurdo, como buscando visibilizar el límite donde termina la realidad y comienza la ficción.

Pero dicho límite nunca aparece. Sea porque el humor propuesto anestesia cualquier angustioso ejercicio de pensar el sin sentido de la realidad o porque en buenas cuentas la obra nunca fue tan radical, sucede que el riesgo es algo que se echa de menos en esta comedia extraña, capaz de hacer reír y pensar, pero que a lo largo de la obra acusa su tibieza.

Aún con esto presente, Perplejo podría haber alcanzado su mayor rendimiento crítico hacia el final de la obra, cuando los actores desmontan, -literalmente- la puesta en escena, sacando paneles, cortinas, sillas y focos. Es en este instante donde la decisión de deconstruir el teatro podría haber funcionado radicalmente, confundiendo lo qué es teatro y lo qué no. Pero Perplejo prefiere la convención: el público aplaude, todo sigue en orden. [/vc_column_text]