Tercera fase: desesperado
Fuimos a ver la obra Tercera Fase de la compañía Teatro La Hija en su último fin de semana de funciones en la Universidad Mayor. Hoy se presenta en el encuentro CONFIG6 en La Tola.
“Mi alma que desborda humanidad ya no soporta tanta injusticia.”
Eduardo Miño, 2001, frente al Palacio de La Moneda.
La obra Tercera Fase es el primer montaje de la compañía Teatro La Hija, conformada por actores de la Universidad Mayor, la dramaturgia está a cargo de Carmen Amador. En la obra, vemos una entrevista de trabajo entre Miguel Budnik, empresario, y Felipe Salaz, contador aspirante al puesto vacante.
Felipe Salaz es un hombre complejo, sombrío, tenso, esconde algo y no sabemos qué es. Algo hay tras ese largo abrigo negro que cubre su cuerpo mientras resuelve el cubo de rubik que el gran empresario que está frente a él no pudo. Algo en su mirada habla de un pasado duro. La forma en que aprieta su mandíbula cada vez que termina hablar, delata que algo está aguantando. Y hoy, vino a la tercera fase de las entrevistas para el puesto de contador en la empresa de Budnik.
Miguel Budnik es un empresario histérico, cliché del hijo heredero de una empresa multinacional que nunca quiso hacerse cargo del negocio familiar, pero que debió hacerlo de todas formas. Él ríe estruendosamente sin razón, tira tallas fomes, idolatra a Marcelo Salas, suda en exceso y bebe whisky. Es condescendiente con su secretaria, pero tiene una esposa que lo acusa de infértil. Hoy decidió salir de la rutina y entrevistar a uno de los postulantes al cargo de contador en su empresa, tarea que en otras circunstancias, habría hecho cualquier otro empleado menos él.
En escena vemos a dos hombres enfrentados en una oficina compuesta por los elementos básicos del común de una oficina: escritorio con teléfono y mesa con whisky (heredado, como muchas otras cosas, de los clichés gringos). El diálogo entre ambos personajes nos da a entender que Budnik es dueño de una gran empresa constructora y maneja mucho dinero, pero su oficina, o mejor dicho, los elementos que componen esa oficina, no dan cuenta de ello. ¿Ese quiebre es intencional? no queda claro. Como este, podemos acusar detalles de diseño en toda la obra, como que el escritorio parece demasiado viejo y descuidado para estar en la oficina de un multimillonario, que el actor que interpreta a Budnik tiene puestas botas en vez de zapatos de vestir, o que aparezcan gigantografías de Marcelo Salas que apenas tienen importancia dentro de la obra. Algo es claro: el énfasis de Teatro La Hija estuvo puesto en las actuaciones, no en el espacio, ni diseño.
Atmosféricamente, la obra logra crear ciertos momentos de riesgo y tensión que los actores mantienen muy bien, más en el caso de José Tomás Pereira, quien elabora un complejo mundo tras la figura del contador cesante. Y es que cuatro años sin trabajo han llevado a Felipe Salaz a la desesperación, obligándolo a tomar una medida drástica que pondrá en jaque al Sr. Budnik.
Felipe Salaz parece estar construido como una alegoría de Walter White (Breaking Bad). A eso remite su forma de mirar, sus anteojos y su pelo. Además oculta algo crucial: bajo su abrigo hay una bomba que hará explotar todo el edificio. Esa es su salida a la angustia de no encontrar trabajo, de ser constantemente discriminado por su edad, su forma de hablar y el trato en sus trabajos anteriores. Él decidirá terminar su vida y la de todos los empleados de Budnik. Pero la peligrosidad que propone la escena pronto cede, pues la ejecución del explosivo es antes un juego de niños, que una decisión de vida o muerte. Esto porque de cierta forma los actores acusan sin saber, la ficción tras la precaria bomba. Entonces todo es evidente: nada tan malo puede pasar.
La decisión de Salaz de volar el edificio, tiene resonancia con hechos ocurridos aquí mismo en Santiago, como por ejemplo, cuando hace unos años atrás Eduardo Miño se quemó a lo bonzo frente a la moneda en forma de protesta contra el desempleo y la enfermedad que lo aquejaba, asbestosis. Sin embargo, en Tercera fase vemos la construcción de un relato sin mayor preocupación estética por el contexto. Esta historia bien podría suceder en cualquier país o ciudad. Es más, podríamos afirmar que si hay una influencia en la dramaturgia y la puesta en escena, es la cultura televisiva gringa. Ello en si no es un problema, pero la diferencia radica, una vez más, en la factura, en la impecabilidad de la ejecución de cada elemento que compone la pieza final. En Tercera Fase, -guardando las proporciones-, eso es lo que ha hecho falta.
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