Humor y cinismo: una mala mezcla en el teatro contemporáneo
Iván Insunza reflexiona sobre el cinismo contemporáneo en el teatro local, un recurso que cada vez más muestra su frágil capacidad crítica.
Por Iván Insunza Fernández
«Todavía nos gusta creer que la representación en resina de tal o cual ídolo publicitario nos alzará contra el imperio mediático del espectáculo» (Rancière: 55 [1]
Cinismo generalizado
Sergio Rojas, filósofo chileno, siguiendo a algunos autores como Zizek o Sloterdijk, desarrolló hace algunos años el texto La sobrevivencia cínica de la subjetividad[2]. En él caracteriza una configuración de subjetividad y modo de decir cínico que sería el resultado de la mundialización y las maneras que, a través de ésta, el capitalismo se apodera no sólo de las actividades humanas en sí, sino, además, del orden imaginario.
La subjetividad y el decir cínico albergan la certeza de que “no hay opción”, es decir, un modo de constituirse sujeto que sería algo así como la propia renuncia a hacerse sujeto. Esta paradoja es, para Rojas, al mismo tiempo una certeza cínica que, más que un modo de comprender la realidad, sería, justamente, la renuncia a la comprensión.
Cuando aquel texto llegó a mis manos, y tuve ocasión de leerlo, ocurrió lo que ocurre con todos los textos que conjugan hábilmente lucidez reflexiva y claridad retórica, inevitablemente se transformó en una invitación a leer en clave cínica variados gestos, textos, títulos o tendencias en el ámbito que me compete, el teatro.
Partiré de lo global a lo particular. El campo de las prácticas teatrales en Chile, nombrado habitualmente como “mundo” (y, quizás, el campo de las prácticas artísticas en general), ha tendido históricamente a enorgullecerse de su lucidez ante los diversos contextos y discusiones públicas, ahora, en el Chile posdictadura. Así, en una especie de privilegiada sagacidad, el teatro chileno cree tener el derecho a abordarlo todo. Una autoconciencia que lo ubica por sobre los medios de comunicación, la opinión pública o, incluso, por sobre sí mismo.
Todos, sin mucho esfuerzo, recordaremos alguna escena u obra que, al tiempo que ridiculiza la televisión, reproduce sus lógicas; que, mientras ironiza con el sentido común, no parece levantar otros sentidos o que se burla del propio teatro en un gesto que evidentemente no es un reírse de sí mismo, sino de otros. Habría aquí, a mi parecer, un primer cinismo general.
Escasez de punto de vista
Hace algún tiempo conversaba con un colega director sobre su obra, mi intento era hacerle ver que, quizás, la sola constatación de ciertos descentramientos no bastaba para un resultado satisfactorio, en definitiva, le cobraba el vacío discursivo que la obra parecía contener, faltaba mirada política y la obra lo reclamaba. Su respuesta fue como sacada del texto de Rojas: “es que así está el mundo y nosotros no queremos ser más que el reflejo de ese mundo”. A mi parecer, la respuesta no sólo confundía lo representado con el discurso del artista, sino, además, toda posibilidad de salvación de esa subjetividad caía en el vacío. No había ahí sobrevivencia cínica, sino, más bien, suicidio cínico de la subjetividad.
Obras como esa abundan en la escena local. Irreverencia, sarcasmo o ironía parecen constituir una especie de estrategia favorita del teatro chileno. Es, quizás, un modo de ser exitoso y crítico al mismo tiempo. Las obras muchas veces funcionan o, incluso, funcionan bien y muy bien (considerando que algunas hasta giran por Europa), pero la reflexión que queda inevitablemente después del aplauso es: bien, me han mostrado el absurdo, nos hemos reído de la sinrazón más brutal, “no ha quedado títere con cabeza”, pero si no es esto ni esto otro ¿en qué cree este grupo de artistas? Algo deben pensar… ¡Alguna posición deben tener! Mi triste sospecha es que la mayoría de las veces no hay respuesta para esa pregunta o, peor, la respuesta es: en nada. Habría aquí un cinismo epocal devenido obra.
La renuncia a hacerse sujeto porque “ya todo está perdido”, la afirmación de la nihilidad propia podría ser interpretada, en cuanto existiese conciencia al respecto, simplemente como una opción. No parece haber mayor inconveniente, en un contexto liberal, que cada cual saque rendimiento a su cinismo en forma de obra. Sin embargo, hay casos más conflictivos.
Si el humor es la estrategia para abordar el horror, el decir cínico asiste gustoso a la convocatoria. Cuando este decir incluye tortura, desapariciones o asesinatos de la dictadura militar, el problema supone otro factor que las garantías de libertad de opinión no logran salvar. Como una especie de líquido de contraste los grandes temas dejan en evidencia al cínico.
¿Quién o qué da el derecho de decir lo indecible? Mientras se utiliza cómicamente la figura del desaparecido, el torturado o el asesinado, aparece el vacío de punto de vista. Una falta de delicadeza que parece decir: esto es arte, se puede decir cualquier cosa. El decir cínico declara, implícitamente, conocer los horrores al punto de poder reírse de ellos. Así se salva la subjetividad ante lo indecible, sin decir nada nuevo, sin hacer nada más.
A veces hay que ponerse serio
Ante la carencia de una articulación colectiva de subjetividades aparece, siguiendo a Rojas, el permanente deseo de ser otro. Ejemplos como los abordados podrían leerse también en esa clave. Las obras nombran todo lo que no se quiere ser, todo lo que está perdido, todo lo ridículo de una realidad raptada por el mercado y donde ya no hay opción. Casi es posible escuchar la voz del director diciendo: no soy esto, tampoco esto, menos esto. Un permanente y actualizado deseo de ser otro que no soy y no llego nunca a ser. No hay opciones, no hay elecciones, devengo nadie.
Para Rancière, filósofo francés, el humor es algo así como una virtud que los artistas reivindican para sí. El problema de estos procedimientos, que transitan del registro crítico al registro lúdico, es que se vuelven indiferenciables de los que produce el poder y los medios o los modos de presentación de las mercancías. El humor como crítica supone, por decirlo así, un coeficiente cínico que es muy difícil de neutralizar.
Humor y cinismo serían una mala mezcla que, de algún modo, aparece como inevitable en el terreno de las miradas críticas, pues todos tenemos la capacidad de reírnos de la representación de lo que somos, de lo que no queremos o creemos ser, para reírnos no requerimos estar dentro, comprometidos, al contrario. Si la sobrevivencia de la subjetividad es a costa de volverla cínica no es un hecho inevitable, es una opción que, en el horizonte de los discursos críticos en el arte teatral, aparece estrechamente emparentada con el humor. No en todo contexto ni ante cualquier objeto, pero, a veces, es necesario hacer esta invitación: pongámonos serios.
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[1] Rancière, J. (2010). El espectador emancipado. Buenos Aires: Ediciones Manantial.
[2] Rojas, S. (2014). La sobrevivencia cínica de la subjetividad. Santiago: Cuadro de tiza.
Imagen: Slave labour se llama el mural de Banksy que (ya no) está en la imagen. El pedazo de muro que mostraba a un niño asiático cosiendo banderas del Reino Unido, fue cortado y rematado primero en Miami, luego en Londres. El gesto de denunciar la explotación laboral en un muro tanto como como robar y vender el mural, conforman una curiosa ironía, saturada de humor y cinismo.