Incompetentes
A propósito de censura y fallidos ejercicios de borroneamiento, Sebastián Pérez Rouliez escribe este artículo sobre los incompetentes.
La noticia decía que pintaron más de cinco mil fachadas del centro de Santiago y que el plan elaborado por la Intendencia se llamaba “Recuperemos Santiago”. Era una noticia menor que, en medio de una pandemia centenaria, no tendría mayor relevancia. Sin embargo, algo la convirtió en tema: una foto borrosa, distante, mal tomada que mostraba la fachada del Teatro Municipal de Santiago recién pintada, incluidos esos históricos medallones que retratan al óleo algunos tiernos rostros de la nobleza italiana.
La aclaratoria de la Intendencia respecto al cuidado que se tuvo de recubrir los medallones antes de pintar llegó unas horas después, pero en el entre medio, hubo suficiente tiempo para viralizar la imagen borrosa que igualaba el blanco del masking tape que tapó las pinturas con el blanco del muro. Entonces se desató la indignación en las redes sociales, donde se asumió a priori que la Intendencia había cometido una negligencia al borrar de un brochazo retratos históricos.
¿No es muestra de la terrible desconfianza que hay con el gobierno que ni siquiera se fie en que puedan pintar bien una muralla? ¿No es un poco terrible que se presuponga que las autoridades encargadas de estas cuestiones son incompetentes? Ahora, también preocupa que la indignación fuera solo porque tocaron la fachada del Teatro Municipal y no, por ejemplo, porque le llamen recuperar a lo que simplemente es borrar las huellas del estallido social. Esa no es cualquier tipo de indignación, es una indignación patrimonial.
Me percibo al otro lado de ese enfado medio conservador (en el doble sentido de buscar conservar y de ser conservador). A mí me indigna lo que considero la verdadera incompetencia de las autoridades: no lograr eliminar las huellas del estallido teniendo todos los recursos para hacerlo. Porque al ver el despacho de CNN se podía notar que en realidad no estaban pintando fachadas sino medias fachadas. Y como la pintura usada era blanca o, en el mejor de los casos, algún color similar -pero nunca igual al original del muro pintado-, lo que uno ve es una muralla bicolor con una variación cromática mínima que acusa con mayor evidencia el intento de borrado de eso otro que hubo ahí. ¿Por qué no pintan todo y borran toda huella? Porque así no hacen más que resaltar en la ausencia, la presencia de lo borrado. ¿Es que no logran anticipar previamente el magro resultado de esa burda acción de borroneamiento?
Hace solo unos días atrás un sujeto supuestamente llamado Juan Guzmán contrató un servicio de iluminación montado en un camión para borrar con luz la proyección de la palabra “humanidad” que a esa misma hora hacía sobre la fachada del Edificio Telefónica el grupo Delight Lab. Otra vez el resultado de este ejercicio de censura fue opuesto a lo buscado: la superposición de luz resaltó en la ausencia el mensaje. Entonces la acción de Delight Lab se hizo viral y global, mientras que sobre la acción clandestina -pero amparada por Carabineros en el lugar-, cayeron los medios de prensa y las dudas.
Pareciera ser que cuando se trata de batirse a duelo en el plano de la acción estético-política, la derecha es un desastre. Saben bien cómo administrar la normalidad y sus colores, el aseo y ornato que demanda la cotidianidad, pero no saben qué hacer cuando la legitimidad misma de su orden es impugnada. Son incompetentes. Entonces dan brochazos con pintura o con luz, como si eso bastara para anular el conflicto político que se abre frente a sus narices.
Los ejemplos se suceden: pasó lo mismo cuando otro grupo anónimo pintó el exterior de GAM con un tono de pintura “parecido a” las placas de cobre, o cuando a escondidas durante la noche alguien pintó la fachada del Teatro UC rayada durante las protestas en Plaza Ñuñoa. En ambos casos las administraciones de los espacios se negaron a pintar, y en ambos casos luego del borrado anónimo y por la fuerza, las fachadas volvieron a ser ocupadas con aún más rayados, stickers y otras acciones. Incluso en Teatro UC se elaboró un mosaico en homenaje a las víctimas de trauma ocular producidas por las fuerzas policiales.
Hay algo, una especie de maniática fijación con eso de andar trayendo un tarro de pintura colgado a la cintura y a escondidas ir pintando cada rayado del espacio público. Y si no es pintura es tela, como esa excéntrica performance del “Lienzo por la Paz” que intentó cubrir de tela blanca la Plaza de la Dignidad para invocar el símbolo que supone la blancura (antes “orden” que “paz”). Y sin embargo, una vez más, no alcanzamos a ver el símbolo antes de ver los hoyos en telas, el pasto amarillo entre los rollos blancos, la pobre factura del total capturada por un dron.
Molesta la ineptitud. Tienen los recursos, tienen las redes, tienen el poder, y aun así, no borran bien ni apuntalan cuestiones mínimas que permitan hacer ver lo que ellos pretenden que veamos. ¿No es un poco terrible que en estas cuestiones sean sencillamente incompetentes?