Ni constructiva ni destructiva, simplemente crítica teatral
Ni constructiva ni destructiva, simplemente crítica teatral, la mirada de Sebastián Pérez sobre el ejercicio de la crítica.
En su sentido más tradicional y moderno, la crítica es un ejercicio que explora las condiciones de posibilidad de una determinada obra. Se trata de un ejercicio de oposición, aunque convendría reparar desde un inicio en que no todo ejercicio opositivo constituye una crítica per se.
La crítica como régimen de escritura, debe permitirnos pensar las condiciones de emergencia de aquello que analiza (la obra) dando cuenta de filiaciones, depedencias, tradiciones, historia, contexto, etc. De este modo, hablamos de una crítica cuando visibilizamos en un análisis argumentado, las condiciones de emergencia de una determinada obra, ponderando, entre variados factores, el espacio que ocupa dentro de un determinado circuito.
De esta primera idea se desprende que así como la crítica no tiene por fin ser una mera oposición mediada por la negación de lo que ve, siente e interpreta, tampoco tendría por fin avalar cualquier práctica artística, disponiéndose –como hoy lo hace regularmente- de manera favorable al objeto analizado, y por consiguiente, al funcionamiento del campo cultural y su desarrollo.
En definitiva, el ejercicio de la crítica no busca ni negar ni dar por bueno todo lo que hay, tampoco destruir o construir, por eso no tiene sentido hablar de, por ejemplo, “crítica constructiva”. La crítica cumple una función y esa es dar un nuevo sentido a la realidad representada.
Esta función crítica de la crítica no es exclusiva de ella, por el contrario, se trata de un mandato que atraviesa a todo el arte producido en la modernidad: es el arte y el artista quienes buscando develar intereses y dependencias políticas, estéticas, económicas, han señalado constantemente los límites de la realidad, de lo pensable y lo posible, proponiendo nuevos modos de representación que dan lugar a nuevas subjetividades.
De este modo, podemos afirmar que arte y crítica no son cosas opuestas, sino complementarias: dos formas distintas de realizar una función crítica que consiste en intentar abordar una realidad mucho más compleja y multidimensional de lo que quisiéramos creer. Sobre este punto se refiere el teórico teatral chileno, Mauricio Barría en su texto Qué crítica para que teatro (texto indispensable para los interesados en el análisis crítico):
“El discurso crítico es un texto que es solicitado por el discurso de la obra; por lo tanto, no puede ni suplantarla ni evitar su contacto. La solicitud de la obra se funda en que a ella el sentido no le es disponible y definido inmediatamente, con lo que el texto crítico trabaja en esa apertura abismal que es la obra de arte. La crítica no cierra esa apertura, más bien trabaja en ella con ella, en una posibilidad de ella, en una posibilidad de la verdad de la obra”(1).
La perspectiva de Barría es que finalmente a la obra le asiste la necesidad de la crítica en tanto ella alberga el núcleo de sentido que para la obra no está disponible, o al menos, su disponibilidad está retardada. ¿por qué el retardo? Sencillamente porque aquello que vemos puede no contener los códigos para descifrarle, sino que requiere que los produzcamos nosotros mismos.
La relación multilateral entre emisor y receptor es entonces incompleta, requiriendo de la crítica un tipo de asistencia que permita obrar en el intersticio de sentido que queda entre espectador y acontecimiento.
Así, mientras la función crítica del arte implica una experiencia estética basada en la interrupción del sentido, podríamos afirmar que la función crítica de la crítica es operar en la significación de la obra, en ese hiato donde el sentido no se encuentra disponible inmediatamente, construyendo un horizonte posible.
De este modo, ambas cumplen una misma función, la diferencia está en el procedimiento y el dispositivo: reparando en que se trata de una división abstracta, diríamos la crítica opera en lenguaje, mientras la obra lo hace en la experiencia, pero siempre en un vínculo indisoluble en tanto ambas son parte de una relación mayor, multidimensional que no empieza con el acontecimiento teatral ni termina con la lectura.
Hoy en Chile, diversos trabajos e investigaciones en artes escénicas han ido al encuentro de nuevas formas de representación de la realidad tanto como formas de explorar la singularidad y especificidad propia del teatro a través de estrategias escénicas variadas, tales como descentrar la mirada enclaustrada en la perspectiva clásica, romper con la caja italiana, desplazar la dramaturgia textual en nombre de dramaturgias del espacio, del cuerpo, del sonido, etc.; volcar la mirada hacia el cuerpo del actor, resaltar el carácter en vivo del acontecimiento teatral, desjerarquizar la producción y proponer modelos colectivos de creación.
A todas estas operaciones estéticas y discursivas todavía emergentes, les hará falta una crítica capaz de seguir su huella en el tiempo, un régimen de escritura que sea capaz de percibir, analizar, interpretar, situar y registrar el acontecimiento teatral sin reproducir el modelo de aquella crítica teatral hoy hegemónica, más cercana al periodismo de espectáculos, cuyo fin parece ser antes cumplir con la perpetua y sicótica necesidad de confirmar asistencia, de llegar primero, de celebrar la novedad y/o el nuevo director del momento, para destacar, desechar y reponer el inventario del campo teatral.
Porque arte y crítica son dos instituciones necesarias, es tiempo de abandonar el lugar común que distancia al crítico del artista, a la obra de la crítica y al público del teatro.
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[1] Barría, Mauricio (2010) Qué crítica para qué teatro, Santiago, Chile: Revista Apuntes Nº132. Recuperado de https://repositorio.uc.cl/bitstream/handle/11534/4668/000563718.pdf?sequence=1
– Imagen: Realismo, Teatro de Chile.