Pandemia y arte: trabajador/a cultural y la peste
Franco Beghelli escribe en Hiedra para poner sobre la mesa valiosos antecedentes y reflexiones para pensar la precarización laboral del trabajador cultural en Chile.
Franco Beghelli
Director de teatro y ex secretario general SIDARTE
“Quienes trabajan de forma creativa, estos precarios y precarias que crean y producen cultura
son sujetos que pueden ser explotados fácilmente ya que soportan permanentemente tales condiciones de vida y trabajo
porque creen en su propia libertad y autonomía, por sus fantasías de realizarse.
En un contexto neoliberal son explotables hasta el extremo de que el Estado siempre los presenta como figuras modelo.”
Isabell Lorey
“Cuando la peste se establece en una ciudad, las formas regulares se derrumban”
Antonin Artaud
El Coronavirus ha llegado a la ciudad y nos señala las grietas de las formas regulares, de la institucionalidad cultural, del Estado neoliberal. El Ministerio de Las Culturas, Las Artes y El Patrimonio ha anunciado que destinará 15 mil millones para apoyar a artistas y organizaciones, esto en el marco de las medidas tomadas por el gobierno ante el impacto económico de la pandemia mundial que estamos viviendo. Aunque la medida es aplaudible en una primera mirada (por lo menos están anunciando medidas), las dudas aparecen inmediatamente en una segunda mirada: ¿cuál es el mecanismo de apoyo? ¿Cuál es el criterio de distribución entre los/as beneficiarios/as? ¿Quiénes serán los/as beneficiarios/as directos? Lamentablemente las respuestas no son tan fáciles como podríamos pensar.
De un tiempo a esta parte se tiene conciencia que no existen cifras oficiales actualizadas de cuántos y cuántas trabajadoras culturales realizan su quehacer a lo largo de Chile, y el problema se complejiza aún más cuando buscamos generar un rango de delimitación dentro de lo que denominamos trabajo cultural. Pero podemos hacer el ejercicio de revisar los datos disponibles hasta la fecha.
Según la Actualización del Impacto Económico del Sector Creativo (Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, 2017), que mide el periodo 2010-2015, la suma de personas que declaran tener algún oficio cultural corresponde a 496.425, representando el 6,6% del total de trabajadores ocupados en el 2015.
Al analizar las cifras relacionadas con el tipo de empleo, se puede observar que el 59,9% de las personas ocupadas que declaran ser trabajadores/as culturales corresponden a trabajadores dependientes, ya sea en el sector público o en empresas públicas y privadas. Por otra parte, el 35,4% corresponde a trabajadores por cuenta propia.
Finalmente, hay un porcentaje importante de trabajadores del sector cultural (25,5%) que se desempeña en contextos de informalidad, es decir sin contrato y sin emitir boletas, y que la mayoría son trabajadores por cuenta propia. Por otro lado, casi un 54% del total de trabajadores no tiene un contrato indefinido de trabajo. Si lo comparamos con las cifras generales a nivel nacional, es posible ver que al año 2015 el sector cultural y creativo presenta una proporción de personas ocupadas que se desempeña sin contrato alguno considerablemente mayor que el país (40% versus 22,4%). Adicionalmente, el sector presenta una tasa de informalidad significativamente mayor que la del país (25,5% versus 15% de los ocupados trabajan sin boleta), la que llega a un 64% del total de ocupados que trabajan sin contrato, todas cifras que corresponden al año 2015.
En resumen y a la luz de las cifras disponibles, existe un alto nivel de precariedad, la flexibilidad laboral es la regla general del sector lo que conlleva la existencia de una alta cantidad de lagunas previsionales.
Volviendo a las medidas anunciadas por el Ministerio de Las Culturas, Las Artes y El Patrimonio, si tomamos los 15 mil millones y los dividimos en las 496.425 personas que declaran alguna labor cultural, tenemos que a cada uno/a les corresponderían 30.216 pesos chilenos. Claramente los recursos no se distribuirán de esa forma, pero el ejercicio nos permite aproximarnos a una incómoda realidad, las cifras que tenemos del sector sólo son la punta del iceberg de una realidad más compleja y que venimos arrastrando desde hace mucho tiempo. La peste ha agrietado la estructura de lo que teníamos como seguro y ha hecho emerger a la vista de todas y todos sus fundamentos, la precarización de la vida.
Como ya lo deben estar pensando, al parecer ni las medidas anunciadas por el ministro Briones, ni las anunciadas por la ministra Valdés tendrían un gran impacto ante la crisis. Y esto es debido a que el Estado neoliberal durante años se ha sustentado en una moledora de carne llamada mercado, ocupando como dispositivos vitales la privatización de servicios públicos/derechos sociales/bienes comunes, y la autoexplotación de las y los trabajadores. Y esta moledora de carne no estaba preparada para la peste y tampoco lo está el Estado neoliberal.
Pero ¿Cómo es que se autoexplota el trabajador cultural?
Parece existir una suerte de relato o percepción en el imaginario colectivo, que aparece al instante en el momento que alguien en cualquier conversación menciona la palabra artista (ejemplo de esto es la lluvia de críticas que ha recibido la medida del Ministerio de Las Culturas, Las Artes y El Patrimonio por parte de la ultraderecha twittera). Este relato nos cuenta la historia de un ser con una percepción sensible superior, que vaga por los márgenes o fuera de la sociedad y que de vez en cuando decide comunicarse con nosotros para revelarnos las “verdades verdaderas” en su obra de arte. Este ser, el artista, con propiedades metafísicas, sería capaz de contactarse con el Olimpo e inspirarse, si es que no baja él mismo del Olimpo, y deleitarnos con una crítica transformadora de nuestra realidad capaz de abrirnos las puertas de la percepción, un mesías estético, un deus ex machina. En otras versiones, el artista como todo buen profeta, sufre de la incomprensión de su pueblo, por esto se entrega a la bohemia y lo puedes encontrar en un bar brindando por la resistencia (que en algunos casos se refiere a su trinchera personal) o muerto por sobredosis en su casa.
En aquel discurso que llamaremos del “artista que resiste”, se subraya implícitamente una concepción del artista como un sujeto ahistórico, y que, gracias a esta cualidad, puede mirar a la sociedad en su conjunto y criticarla, mostrar sus falencias, insultarla, o incitar a la revolución. Claramente este discurso lo podemos encontrar, en mayor o menor medida, en la boca de más de un artista o estudiante de arte con sensibilidad o que se declara abiertamente de izquierda, donde su arte, que “no se vende”, está comprometido con la gente, con el “pueblo”, que, al verlo tan enajenado, le muestra la cultura que no tiene, para abrir su conciencia, para que despierte.
Por otro lado, desde la retórica neoliberal, aparece un nuevo relato, un nuevo mito heroico, el emprendedor cultural. Este es un hombre, o mujer “empoderada”, que busca perseguir sus sueños y alcanzar sus metas, corriendo riesgos, aventurándose en el difícil camino al éxito, que puede cometer errores, pero que se hace responsable de sus actos y que gracias a su perseverancia y sus ideas innovadoras alcanza la cima del éxito, tan esquiva para los simples mortales asalariados.
En aquel discurso que llamaremos del “emprendedor cultural”, se nos narra la historia de un sujeto, que en contra de lo que cree la sociedad encarnada generalmente en la opinión de sus padres, decide estudiar una carrera artística ya que no le “gustan los horarios de oficina”, prefiere enfrentarse a la vida y disfrutar la incertidumbre del mañana, pero que logra salir heroicamente victorioso con su 10% de talento y su 90% de trabajo mediante el gobierno de sí mismo. El emprendedor cultural es el protagonista de la sociedad de la innovación, el héroe de la industria creativa, que es capaz de ser un motor de desarrollo económico para la sociedad.
En nuestra opinión, estas concepciones mencionadas anteriormente del artista y su trabajo son reflejo de la enajenación de la cultura, mostrándonos a un artista separado de la clase trabajadora (incluso de sus propios compañeros como los técnicos) ya sea por no identificarse subjetivamente con ella o por un rechazo a identificarse como tal. Nos habla de un artista ajeno a las relaciones de poder, gracias al poseer un “genio artístico” con potencial “autoemancipador” y fuera de todo proceso de (re)producción del capitalismo, debido a la fetichización del arte como algo sublime.
Lejos de ser una forma de resistencia alternativa frente al capitalismo de corte neoliberal, ya sea en la forma del “Artista que resiste”, o una forma de salir adelante, vencer la adversidad y lograr el “éxito” y por consiguiente la autorrealización como “emprendedor cultural”, estos relatos son serviles al neoliberalismo como técnicas biopolíticas de gubernamentalidad de sí mismo, como señala Isabell Lorey, la precarización de la vida se ha transformado, de manera creciente, en una técnica de normalización gubernamental, teniendo como resultado que hoy en día, la precariedad dejó de ser una contradicción inherente del sistema para pasar a tener una función hegemónica.
El Estado neoliberal, a pesar que se pueda pensar lo contrario, ama a estos precarios y precarias, ya que libremente, por la promesa de autoemancipación, aceptan autoexplotarse sin seguridad social. La norma en las condiciones laborales del capitalismo posfordista es la precariedad y se nos convence que resistiendo o emprendiendo nos convertimos en sujetos auténticos, libres y autónomos pero, parafraseando a Lorey, funciona justamente al contrario, la precarización es ejercida en su totalidad sobre aquellos/as que bajo la promesa de ser responsables de su propia creatividad y de construir sus vidas de acuerdo con sus propias reglas, deciden salir y/o dejar de exigir condiciones y derechos laborales “normales”, adoptando como perspectiva que dicha precarización es una condición de existencia deseable e incluso se encuentra en los parámetros de la normalidad. Lorey apunta que donde hay que poner atención no es que las personas se vean forzadas a la precarización, sino que algunas llegan a afirmar que, como trabajadores y trabajadoras culturales, han elegido libremente la precariedad como forma de vida y trabajo.
Pero estas no son características exclusivas del sector cultural, también podemos ver estas condiciones en el gran espectro de trabajadores a nivel nacional que no tiene acceso a un contrato laboral. Como señala el sociólogo Maurizio Lazzarato, la supuesta excepción de la intermitencia está en trance de convertirse en la norma del trabajo.
El Coronavirus, como la peste, visibiliza de manera pornográfica la realidad del trabajo cultural: somos un sector precarizado, al igual que el/la freenlacer, las y los que trabajan por temporadas y el/la trabajador/a informal. Quizás debemos dejar de lado concepciones como trabajador/a independiente y empezar hablar de trabajador/a intermitente: aquel o aquella que en el transcurso de un periodo concreto, tiene una sucesión de contratos de duración determinada, por cuenta ajena y con varios empleadores, que se alternan con períodos de inactividad y/o trabajo independiente. Quizás es urgente arar el terreno para empezar a discutir un estatuto del/la trabajador/a intermitente y del trabajador cultural… harto que decir (y reflexionar).
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