Procesos inéditos
¿Existe un espacio donde un diseñador teatral, una actriz, un dramaturgo y una directora de teatro puedan hablar en una misma mesa de lo que implica su trabajo? Hoy si y es momento de usarlo.
Aprovecho esta plataforma porque me parece necesario amplificar una noticia que, por alguna razón, no ha recibido la atención necesaria. Y es que durante el último tiempo Sidarte ha vivido un inédito proceso de cambio que puede ser determinante para su futuro y el de los trabajadores del teatro.
Me refiero concretamente a la profunda reforma estatutaria recientemente aprobada en asamblea. Esta reforma es importante en varios sentidos. Primero, porque que hace un gesto simbólico doble al cambiar el nombre del Sindicato de Actores a “Sindicato de Actores, Actrices y Trabajadores del Teatro”.
Pero la reforma excede el lenguaje inclusivo y el simbolismo: efectivamente el sindicato ya no pertenece solo a actores y actrices, sino a todos los trabajadores del teatro, siendo bienvenidos tramoyas, técnicos de teatro, diseñadores, dramaturgos, directores y profesores de teatro.
Esto es lo inédito, no necesariamente para la historia sindical chilena, pero si para el el campo del teatro y su coyuntura actual, altamente precaria, segregada y desigual. Qué duda cabe que generar una instancia donde buena parte de los trabajadores implicados en la cadena de producción de obras y espectáculos tengan la oportunidad de conformar una gran voz, es una gran noticia.
Muchos de los que hoy somos profesionales de las artes escénicas vivimos las movilizaciones de 2011 como universitarios, siendo testigos de la posición que viven muchos docentes teatrales sin voz, sin representación, repartiendo su tiempo entre diferentes universidades e institutos, con contratos a honorarios y/o a plazo, con grandes cargas horarias y bajos sueldos, todo en contraste con las cada vez más exigentes lógicas de acreditación y evaluación.
Para ellos, esta reforma puede ser una buena noticia en la medida que abre la posibilidad de aunar fuerzas, luchas e intereses. Sabemos de sobra que para dialogar, negociar, disputar y/o defender al trabajador, la organización (la real, no el activismo de redes sociales) es fundamental.
Precisamente este es el rol que ha jugado Sidarte en la defensa de los derechos laborales de las y los trabajadores del teatro, no solo a través la visibilización de la precarización laboral acometida, por ejemplo, por los canales de televisión, sino también incidiendo directamente en las agendas gubernamentales. En efecto, hasta el día de hoy estas no sitúan como algo prioritario la modificación del Código del Trabajo, normativa que hoy fomenta la precarización laboral del trabajador cultural al obligarlo, por ejemplo, a tributar dos veces[1].
En esta misma línea, la lucha política del sindicato se hermana con otras causas como las de organizaciones sindicales de trabajadores de la cultura que hoy deben defender su derecho a negociar y hacer huelga, en tanto el propio Código del Trabajo constriñe esta facultad[2].
Hay varios escenarios más en los que esta reforma estatutaria es una buena noticia. Y si hay éxito en la aprobación de la Ley de Artes Escénicas que hoy es discutida en el congreso, las buenas nuevas pueden continuar. Una vez más, en este proyecto de ley el rol de Sidarte y su apoyo a la Plataforma de Artes Escénicas -instancia que ha movilizado el proyecto de ley- ha sido fundamental al dar soporte a través de todos los medios disponibles.
Escribo esto con este tono medio expectante no tanto por las elecciones en Sidarte que se vivirán hoy a lo largo de Chile, sino por quienes no están enterados de los procesos que vive hoy el sindicato. Por tanto, no pretendo hacer una apología al voto, a los procesos eleccionarios ni al sindicato (no podría, no tengo pasta de militante ejemplar).
Simplemente quiero notar que aquí puede ocurrir algo a contrapelo del sentido con que operamos cotidianamente. Me refiero a lógica individualista (sí, capitalista, liberal, egótica) que tiende a la desarticulación de espacios donde se habla un lenguaje no necesariamente común, pero sí sobre lo que nos es común, dejándonos a cambio el pasmo y el cinismo político.
Estoy, por cierto, hablando de mi propia experiencia. Desde que egresé de la escuela de teatro, me demoré 5 años en entrar al sindicato. No sé bien por qué. Durante cada año que pasó, sentí el peso de no estar adentro, y sin embargo, no lo hacía, no me inscribía. Ahora en retrospectiva, tiendo a suponer que es el tiempo que me tomó lograr concientizar y liberarme de aquella lógica individualista de creer que haciendo una obra o publicando un artículo estaba haciendo lo suficiente.
No pretendo con esto ningunear el propio oficio. Solo quiero decir que a mí en determinado minuto se me hizo patente que no podía seguir solo por afuera, sin participar de la única orgánica que me ampara en tanto trabajador del teatro, espacio por excelencia para luchar contra la precarización laboral, para incidir en las mejoras concretas del campo.
Por lo mismo, tampoco se trata de hacer queques o dar cheques en blanco (insisto, no podría). El punto es que hoy el sindicato es un espacio para las y los trabajadores del teatro. Por eso es que escribo esto. Pensando en quienes pueden ser parte de los próximos procesos eleccionarios. ¿Qué mejor que sentar a una misma mesa al maestro y al alumno, al director y al dramaturgo, al actor y al técnico?
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[1] “Es la realidad de los trabajadores de las artes y del espectáculo –afirma Andrea Gutiérrez, saliente presidenta de Sidarte-, quienes, tributariamente, siguen siendo considerados independientes”.
[2] Como la que lleva adelante el Sindicato GAM contra el artículo 304 del código del trabajo y que impide el derecho a negociar colectivamente en instituciones los presupuestos “en cualquiera de los dos últimos años calendario, hayan sido financiadas en más de un 50% por el Estado”, es decir, prácticamente la totalidad de los centros culturales más importantes del país.