Reguetón
Sebastián Pérez escribe sobre un comentario habitual en los inicios del reguetón y cómo este se terminó transformando en algo más que una moda y un género musical.
El otro día di con un reportaje sobre la evolución del reguetón en Chile a una década de su llegada. La premisa del reportaje hecho en 2016 es que lejos de ser una moda pasajera, el reguetón se quedó para siempre logrando penetrar en la sociedad chilena al punto de producir una camada de artistas nacionales dedicados al género.
Por allá por 2005 era usual escuchar comentarios que afirmaban que el reguetón pasaría de moda en cuestión de un par de temporadas. En general, tiendo a creer que quienes decretan el fin o la muerte de algo tienen una predisposición especial a emitir veredictos sobre fenómenos culturales, autopercibiéndose en un afuera a la mundanidad. Sin embargo, habría que reconocer que la evidencia señalaba una tendencia en Chile a reemplazar un estilo bailable por otro. Sucedió con el sound a fines de los 90’, sucedió con el axé llegando a la mitad de la primera década del siglo XXI, ¿por qué no iba a suceder con el reguetón?
El asunto es que no pasó de moda. Por el contrario, mientras escribo esto me entero que, según Spotify, Santiago es hoy la ciudad donde más se escucha reguetón en el mundo con más de 400 millones de reproducciones mensuales. ¿Por qué? ¿Cómo es que el reguetón se integró a la sociedad chilena al punto de comenzar a generar variaciones e hibridaciones del género (no soy experto, pero me parece ver en el gran paraguas del “neoperreo” zonas de cruce y contagio como el reguetón feminista, el reguetón casero, el trap latino, la llamada «música urbana», etc.)?
No podría responder por qué el reguetón no pasó de moda, pero tengo la sensación de que se si quedó aquí es porque dejó de ser solo música y volvió un fenómeno cultural más hondo de lo que logramos percibir. Quizás si el reguetón fuera objeto de estudio de investigaciones con rigor académico, descubriríamos varias cuestiones en torno a la identidad y la sensibilidad estética de la sociedad chilena contemporánea. Nos pesa allí todavía el mismo error de aproximación de Adorno con el jazz: ver solo alienación e intereses capitalistas y no percibir que pese a todo, se estaba modificando un régimen sensible al que había que prestar atención. Eso o simplemente despreciarlo bajo la falsa dicotomía entre baja y alta cultura que termina por negar lo que no entiende (sobre esto me referí hace poco aquí).
Si de algo sirve, quisiera aportar una pista, algo presente en una imagen de aquel reportaje: un joven en medio de una fiesta en una discoteca le muestra a la reportera la diferencia entre bailar electrónica y reguetón. “Con la electrónica uno baila más así” dice, alzando su mano por sobre su cabeza. “En cambio con el reguetón tu estay acá”, afirma mientras arquea su cuerpo, sus brazos y bascula su pelvis.
Me parece que ese joven acusaba en su propio cuerpo una mutación cultural. Y esta es mi hipótesis: el reguetón tuvo efectos sensibles permanentes, afectando el modo de vincularse entre dos o más cuerpos al desdelimitar las fronteras previamente fijadas por convención. Dicho de otro modo: el reguetón alteró nuestra percepción del espacio y el tiempo de la fiesta generando una nueva relación proxémica y otro ritmo entre los cuerpos.
Esto nos permitiría afirmar que el reguetón, en tanto fenómeno cultural, tiene una dimensión performativa que a través de los años ha creado nuevo régimen de sensibilidad en torno a la fiesta. Otra noción de intimidad, relación y goce aparece con él. Piénsenlo por un momento: los encuentros, las fiestas, los romances y los coqueteos no son lo mismo antes y después del reguetón. El propio conservadurismo se encarga de notarlo cada vez que puede cuando nos dice que los bailes de antes eran otra cosa, no como los de ahora que son Sodoma y Gomorra. Algo cambió para siempre.
Quienes por allá por 2005 o 2006 escuchábamos la Gasolina o El teléfono, quienes bailábamos las canciones de La Caballota, Zion o Rakim y Ken Y, no solo oíamos o bailábamos una canción. Tampoco simplemente íbamos a fiestas: asistíamos a los primeros momentos de esta nueva sensibilidad. En cada fiesta de nuestra juventud estábamos siendo transformados cultural y sensiblemente. Habría que prestarle atención al reguetón.
—
Imagen: uso para este artículo una captura de pantalla del videoclip de «Dámelo«, canción que si bien se inscribe en el género trap latino, ejemplifica los cambios en la representación estética de la virilidad masculina en el espacio público que afectan también al reguetón. Por eso no estamos solo frente a una moda o un género musical.