TOP

Trampas al lenguaje «inclusivo»

Iván Insunza escribe en Hiedra para discutir la univocidad desde la que algunas, algunos y algunes piensan el lenguaje inclusivo.

 

«Siempre me ha parecido, en los alrededores de esta penumbra,
que la voz misma debía dividirse para decir lo que se da a pensar o a decir.
Ningún discurso monológico -y aquí entiendo monosexuado- puede dominar,
con una sola voz, con un solo tono, el espacio de esta penumbra».
Jacques Derrida

 

Luego de la última columna que publiqué sobre arte emergente en tiempos de emergencia, una usuaria de Instagram comentó la publicación señalando que el texto no era «inclusivo», imagino que debido a no escribir con «e», «@» o «x», digo «imagino» pues no estuvo anuente a desplegar su argumentación.

Recordé lo que decía Martín Kohan en HiedraFM: hoy, para algunas, algunos y algunes, parece ser igual de reprochable un comentario de incitación al odio que no saludar públicamente diciendo «buenos días a todas, todos y todes». Es decir, el gesto inclusivo en el lenguaje, éste en específico (hay muchos modos de hacer política en la escritura), ya no sería sólo una libertad sobre la norma, sino una nueva norma que será fiscalizada por las, los y les comisarias, comisarios y comisaries de la inclusión.

Por un lado, habría que agregar que el supuesto de que no hacer el gesto escritural u oral específico es, por consecuencia instantánea, una abierta y declarada «no inclusión» es problemático. La pregunta de fondo sería a quienes está considerando como comunidad interlocutora e interpretativa esa «o» que es vista como agresión o segregación. Una «o» puede ser más inclusiva que una muy políticamente correcta «e». Por otro lado, debemos acordar que, en nuestra lengua, la letra «o» no es siempre masculino.

Un amigo me comenta: qué óptimo era cuando con la “e” reemplazábamos la “o” y ya, sin género, pero rápidamente entendimos que la “e” estaba reservada para una tercera identidad no binaria, ni siquiera identidades de género en tránsito en una estructura binaria, sino la renuncia al tránsito como viaje de un polo a otro, el tránsito como lugar para quedarse. Es evidente que hay que atender la necesidad de visibilidad de ciertas identidades históricamente borradas o epocalmente fundadas, pero también sabemos que la identidad, entendida rígidamente como centro de una aproximación al mundo, trae consecuencias bastante indeseables: esencialismo, verdad absoluta, superioridad, etc.

La corrección política y su policía no serían otra cosa que el discurso acérrimo de la tolerancia, como dice María Emilia Tijoux, esa tolerancia que se apura en ser declarada, ese progresismo que no se ensucia con nada, ese antirracista que puede ser el peor de los racistas.

Barthes decía que el lenguaje tiene trampas, el francés, así como el español obliga a elegir el género y poner el sujeto por delante, por ejemplo. Pensar gestos políticos en las formas escriturales debiera considerar esa complejidad gramatical. No se trata sólo de hacerle trampas al lenguaje, habría que hacerle buenas trampas.

Recordé también lo que dice Toril Moi en No soy una mujer escritora sobre un fenómeno que advierte luego de la publicación de «El género en disputa» de Judith Butler. Nadie podía decir la palabra «hombre» o la palabra «mujer» sin ser interpretado por parte de su audiencia como alguien que no era capaz de aceptar o entender que había personas que no se sentían binariamente identificades en su género.

Pero como recuerda Constanza Michelson en una intervención en Coloquio de perros, la deconstrucción en el lenguaje no es una marca de lo que se puede o no se puede decir (eso es confundir política con moral), la deconstrucción está determinada por el deseo en un sentido psicoanalítico, es decir, pasa por la consideración de la existencia del otro, la otra, le otre. Nuevamente, la deconstrucción no sería una renovación de la norma sino una apertura al mundo en la medida que entendemos que no hay un afuera del lenguaje, de la cultura, de la política. Las palabras están cargadas, por lo tanto, también de afectos, tensiones y expectativas que se ajustan performativamente y cada vez.

Catherine Millet despliega en una columna el problema, sobre todo de cierto “neofeminismo y antirracismo”, de poner la sensibilidad como argumento para acusar la presencia de un insulto. Es decir, da lo mismo si hay o no insulto, si me siento insultada, insultado, insultade, ya se configura la agresión. Aparece entonces la inminente amenaza de reemplazar el argumento (lugar de encuentro con el otro) por la sensibilidad (lugar de repliegue sobre sí mismo).

El peligro acá es evidente. Transformar la propia experiencia en medida de las cosas del mundo, clausurando el lugar de encuentro, al Otro, el afuera, aquel espacio donde realmente ocurre la política. En esta nueva censura, ya no es el Estado, ni los grupos de poder económico o religioso los que operan fiscalizando lo que se puede o no decir-hacer-pensar. Son personas del «propio bando», fuego amigo. Incluso hasta una, uno, une, misma, mismo, misme, uf.

Tiendo a creer que la proliferación de prácticas individuales que vienen a cubrir el vacío que deja la ausencia de política, genera una exacerbación de estas fiscalizaciones. Algo así como una reafirmación del propio vacío político a través de una práctica policial, muy parecido a la acción directa, como seguro piensan o desean obrar, pero sin acción más que la virtual y, por lo tanto, no directa, mediada.

Y, claro, casi está de más decir que una, uno, une puede escribir con «lenguaje inclusivo» las cosas más horrorosas, enunciados odiosos, palabras que hacen cosas de verdad, agreden, objetivamente, no en el plano de la afectación de una sensibilidad más o sensibilidad menos. Otra vez el peligro de la relativización, de la banalización de la violencia.

Entre algunas feministas que he oído en conversaciones en torno a este asunto, hay quienes proponen «feminizar» el lenguaje, buscando las variantes escriturales que les permitan enriquecer el texto desde ese ejercicio, transformar el lenguaje en algo nuevo, en otro modo de relaciones y de pensamiento, no sólo enunciados llenos de parches con «e», «@» o «x». Quizás esa sea una de muchas alternativas para hacerle trampas al lenguaje, buenas trampas, también al “inclusivo”.

__

Imagen: Peter Capusotto en Padre Progresista

Estudió Cine y audiovisual, es Actor (IP arcos), Magíster en Artes con mención en Dirección Teatral y Dr. - PHD (c) en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte (U. de Chile - Universität Leipzig, Alemania).