Van a poner pasto
A propósito del excelso meme que divide a Chile entre una distopía aprobista y la utopía del rechazo, Sebastián Pérez escribe este texto para pensar la operación ideológica de poner pasto.
Los cementerios chilenos comparten un paradigma estético en común. No sabría definir con precisión qué compone ese paradigma pero si podría decir algunas características: son cementerios que tienden al eclecticismo, a lo múltiple y la superposición. Sus partes forman retazos que no necesariamente buscan dialogar entre sí, pero conforman un mosaico que de algún modo termina de representar a la sociedad chilena con sus desigualdades e intereses.
De lo que sí estoy seguro es que el cementerio chileno no tiene nada que ver la tipología moderna de camposanto que es, literalmente, un campo con grandes extensiones de pasto verde y lápidas seriadas que se pierden en el horizonte. Digo que este tipo de cementerio es un hecho moderno porque si bien la combinación entre pasto y lápida no es nueva, su proliferación alrededor del mundo es un hecho de nuestra época. Este tipo de cementerios llegaron a Chile hace un tiempo ya, pero recién hace un par de décadas se volvieron una opción competitiva de la mano de la gestión de empresas privadas.
Reconozco que tengo un problema con estos cementerios. No por su régimen de administración o porque sean una moda importada: es porque parecen resorts. Son cementerios que si bien cumplen la función de un cementerio, no quieren parecerlo. Por eso no se llaman a sí mismos cementerios sino “parques”.
Mi hipótesis de esta transformación es que los mausoleos, las lápidas, los nichos y pabellones pertenecen a otro tiempo que interrumpe visualmente la forma de vida contemporánea centrado en el flujo acelerado y el tránsito infinito. De ahí que ya no se construya sobre la superficie sino bajo ella. El procedimiento estético termina por ocultar la muerte de la vista mediante grandes extensiones de pasto, generando la ilusión de eternidad. Con pasto se puede ocultar la muerte. Por eso el pasto no es solo pasto, es una operación ideológica.
Otra forma de ocultar la muerte con pasto está en la famosa escena de la película Caluga o menta donde un funcionario municipal se encuentra con los jóvenes protagonistas que a esa hora de la tarde están tirados a todo sol en el erial que son los patios de los blocks donde viven. “Llegó la democracia”, dice burlonamente uno de ellos, dando cuenta de que el funcionario pertenecería a la Concertación, pacto político que gobernó ininterrumpidamente Chile entre el 1990 y 2010. El funcionario se limita a preguntarles en qué andan. “Nosotros aquí, esperando que nos pongan el pasto”, le responden.
Lo que retrata brillantemente la película es la pretensión del nuevo gobierno de llegar con áreas verdes y juegos infantiles a sectores reprimidos durante la dictadura e históricamente marginados del progreso: “vamos a poner áreas verdes y juegos”, dice el funcionario. “Sí, bonito, ¿se imaginan? Todo verde…”, le responden con sarcasmo.
Para vidas como las suyas la democracia y el progreso se mide en la cantidad de pasto que prometan poner y ellos parecen saberlo. Los parques-cementerios y los gobiernos concertacionistas comparten eso de usar el pasto como una forma de ocultamiento. Mientras los primeros ocultan la muerte, los segundos ocultaron la vida mínima, precaria, marginal.
Hasta octubre del año pasado, el pasto de la Concertación también estaba plantado en la ex Plaza Italia. Después de cientos de concentraciones que han tenido lugar desde el inicio de la revuelta de octubre, ese pasto se terminó por desgastar dando lugar a una plaza desértica posteriormente renombrada como Plaza de la Dignidad. Para los partidarios del orden neoliberal esto es sencillamente una aberración. Ellos quieren el pasto porque eso implica mantener las cosas como están.
Pero Caluga o Menta nos muestra que prometer pasto, plantarlo, regarlo y mantenerlo verde es la metáfora de administrar el modelo tal como está. Cambiar esa lógica de cementerio resort implica deshacerse del pasto, dejarlo morir. No para vivir en un páramo seco, sino para plantar nuestro propio pasto.