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Editorial: la divulgación científica del teatro

Durante el siglo XX el campo científico ha vivido un desarrollo sin precedentes históricos. Formidables avances e inéditos descubrimientos han marcado nuestra época a tal nivel que podríamos afirmar que nunca antes habíamos generado mejores condiciones de vida para la humanidad.

Sin embargo, hacia fines del siglo, Carl Sagan[1], el afamado astrofísico, divulgador científico y conductor de Cosmos: un viaje personal, nos hizo una advertencia. Meses antes de morir, en su última entrevista televisiva, Sagan llamó la atención respecto de ser una sociedad basada en ciencia y tecnología, que no sabe nada sobre ciencia y tecnología.

Tal nivel de desconocimiento de nuestro propio desarrollo podía ser, -a juicio de Sagan-, una seria amenaza, no tanto para para el planeta como para la propia humanidad (mal que mal, el planeta seguirá aquí a pesar de nosotros). La mezcla entre ignorancia y poder podía dar -y lo está dando- como resultado una combustión explosiva a la hora de tomar las decisiones (in)correctas en torno al desarrollo tecnológico de la sociedad.

Hoy, por ejemplo, podamos mapear satelitalmente cada rincón del planeta y generar precisas geolocalizaciones para escoger la ruta más disponible al momento de realizar un viaje, pero al mismo tiempo, podemos usar esa tecnología para masacrar pueblos enteros desde el aire. Sumado a ello, desconocemos cómo es que llegamos a tener tal tecnología así como el modo en que opera –al menos básicamente- cualquier dispositivo inalámbrico capaz de ejecutar procesos, codificaciones y ecuaciones con satélites que orbitan la tierra, todo en cuestión de segundos.

Sagan no buscaba construir una nueva sociedad basada en el positivismo científico y expertos en teoría de la relatividad, simplemente quería que nuestra sociedad fuera capaz de re-conocer el valor de la ciencia ya no solo como un campo de investigación, sino como un modo de pensar e interrogar «escépticamente al universo» siempre con «un fino entendimiento de la falibilidad humana».

De ahí que fuera tan importante el espacio de la divulgación científica. Por una parte, para dar a conocer las investigaciones de los expertos en el campo, por otra, para suscitar un modo de comprensión de la realidad que superara el lastre teológico heredado de largos siglos de teocentrismo primero y antropocentrismo después.

En Revista Hiedra desde un inicio definimos que queríamos imitar estos principios de la divulgación científica. Nos hacía sentido recurrir a la idea de divulgación de las artes escénicas para instalar un cuestionamiento respecto de nuestra propia práctica. Pero, ¿es posible hacer este trasvasije al campo de las artes?

Creemos que sí. En tanto lo que entiende Sagan por divulgación científica implica una revisión crítica de la realidad, la noción puede ser ampliada. Pero para ello requerimos diferenciar dos conceptos que en realidad son sinónimos: difusión y divulgación. La difusión en el campo de la cultura hoy puede ser asociada a la práctica del eventismo y el marketing cultural, a la acción de publicitar obras, crear carteleras, ser una agenda de panoramas y espectáculos, etc.

Al hablar de divulgación, hemos querido hacer un énfasis y una detención en el entendimiento del arte como una forma de conocimiento: nos interesa hablar del arte, la cultura y el teatro ya no solo como gran tema, sino como problema político. Politizar un campo, claramente, no es solo hablar de política, sino generar las condiciones para pensar y cuestionar lo dado. De ahí que le pongamos apellido a la divulgación y le llamemos divulgación crítica.

Nada de esto quiere decir que no valoremos la existencia de medios dedicados a la difusión, simplemente, somos críticos a la hora de observar cómo el presentismo, el exitismo, la necesidad de hablar de la novedad del momento, de la nueva joven promesa del teatro y del panorama de fin de semana, son formas de anular otros modos de entendimiento y experiencia sensible del arte.

Queremos, tal como Sagan respecto a la ciencia, que la divulgación crítica del arte se entienda como un modo de interrogar nuestro presente, nuestra realidad. Que el arte no sea simplemente entendido como un pasatiempo ejercido por emprendedores románticos dispuestos a sufrir una vida precaria con tal de ser felices «haciendo obras».

Queremos que se visibilicen las condiciones de producción de este campo y los esfuerzos diarios de quienes viven de esto. Queremos cuestionar los discursos dulcificados que desde un optimismo infundado –pero muy estratégico- buscan entender el arte y la cultura –exclusivamente- como un pasatiempo, un momento de esparcimiento, una pausa en el tiempo de la vida dedicado a la producción.

Hoy, tal como en el campo científico, se están formando investigadores especialistas que pueden tener mucho que decir sobre nuestro presente. Las investigaciones que ellos realicen se harán –tal como hoy lo es- con fondos públicos. Esto significa que la sociedad en su conjunto es la que financia estos trabajos, y por tanto, tiene el derecho de conocer lo que se hace en el campo de las artes escénicas.

Pero para eso, es necesario romper con la relación entre arte y sociedad predominantemente subordinada al ocio, a la entretención y el espectáculo. Sin una intervención efectiva en ese espacio, la desconexión entre los fenómenos artísticos más contemporáneos y la sociedad, continuará. Es evidente que hoy, para lograr un vínculo entre ese arte más reflexivo y complejo y el público, se requiere trabajo, es decir, tiempo, entrega, voluntad.

De esa voluntad, hemos buscado ser intermediarios, allanando el espacio, insistiendo en el libre acceso al conocimiento (por eso desde el primer día trabajamos bajo la ética del copyleft y el código abierto) desde donde sostener un régimen de criticidad, hoy diezmado por la celebración del arte como cultura, como si de lo que se tratase fue de defender el arte porque sí.

Pero no es el futuro del arte el que está hoy en duda, sino su sentido y sus posibles usos en manos de quienes toman las decisiones del futuro del nuestra sociedad. Llevamos dos gobiernos seguidos, -uno conservador y otro progresista- con un mismo presupuesto estatal para cultura mezquino y cortoplacista.

Tal como en la ciencia, en el arte la mezcla entre ignorancia y poder puede peligrosa. Y toda vez que el arte y la cultura implican procesos interpretativos y sensoriales que tienen lugar a escala social, puede ser aún peor. De ahí que hoy hablemos de capitalismo cultural para referirnos ya no solo a un modelo sino a una nueva forma de subjetividad. Por ello es que es importante la divulgación crítica de las artes: porque fomenta el sentir, el pensar, y si las condiciones lo permiten, actuar.


[1] Este editorial es publicado en conmemoración de los 83 años del nacimiento de Carl Sagan un 9 de noviembre de 1934.