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El Príncipe Desolado: Edén Santiago

Fuimos a ver El Príncipe Desolado, obra con que debuta en chile del director nacional Alejandro Quintana, quien trae a escena la obra escrita por Juan Radrigán el año 98′, con un elenco de reconocidos actores locales. Primero en Santigo Off, ahora nuevamente en temporada en Matucana 100, la puesta en escena pone en crisis del mito judeocristiano del origen, cuestiona la moralidad religiosa, y lanza una aguda crítica a la paradoja de un dios bueno pero castigador.

 

Lilith, mujer de Luzbel padece una terrible enfermedad que pronto acabará con su vida. Por ello y por el terror a una solitaria vida eterna donde el amor siempre será fugaz, Luzbel decide viajar al Edén para encontrar la medicina que la curará. Pero el retorno al lugar desde donde fue desterrado conllevará consecuencias fatales no sólo para ella, sino también para sus tres hijos, Sélem,Yalad y Naara, quienes hoy residen en la ciudad de Dios. Por otra parte, la legión de apostatas que se acercan al Edén siguiendo el ejemplo de Luzbel, complejizará aún más el panorama, poniendo en jaque el poder de Dios y las pretensiones de Luzbel.

Pero Luzbel, Lucifer, el Diablo, Satanás, la encarnación del mal supremo, es en el Príncipe Desolado, más humano que fuerza opuesta a Dios. Y por el contrario, el todo poderoso, el que todo lo puede, resulta cuidar de su rebaño con más crueldad que el propio demonio. Sélem, el guardián del Edén, lo reafirma: “a la vida hay que amarla con mano de hierro”.

La inversión de los polos en El Príncipe Desolado permite tomar distancia del mito del origen del hombre y de siglos de doctrina religiosa, para prefigurar un Edén sin paraíso, más cercano a un feudo o un fuerte, que a una promesa de salvación y vida eterna. Y si bien es presumible desde un inicio que la conclusión última a partir de la obra es que no hay mito posible para explicar el origen y el fin de la humanidad (y que por tanto hay que buscar más acá y no más allá), la dislocación del mito invirtiendo antagonismos permite evidenciar el sinsentido de una moralidad cristiana antojadiza e irracional.

Para ello la obra recurre a una visualidad (crédito para escenógrafos y vestuaristas) que dialoga fluidamente con la palabra blasfema de Radrigán, construyendo un Edén que más parece Gaza. Las referencias al estado policial moderno son directas. Se levanta entonces un cierre perimetral al estilo Guantánamo, en cuyo remate cuelgan los cuerpos ensangrentados de los desterrados, pero también los de los propios compatriotas considerados pecadores. Dicha frontera es custodiada en todo momento por centinelas armados, que se constituyen en la obra bajo la imagen prototípica del marine norteamericano en cuyo vacío discurso nacionalista, no se sabe si vigila y castiga al enemigo o a sus propios coterráneos.

Las fronteras suelen ser, voluntaria o involuntariamente, lugar de cruce e intercambio. Pero en tanto el reino de Dios cree bastarse a sí mismo, lo que hay a extramuros no es más que tierra yerma por donde deambula Luzbel y sus semejantes. Mas él advierte a sus hijos: “tu dios no es más que el terror a la libertad”. Dicho y hecho. El Edén lentamente se transfigura en la utopía nazi fascista (el propio Sélem viste con similitudes a la oficialidad de la SS) donde no hay medias tintas: existen buenos y malos, salvados y condenados, ciudadanos y vagabundos en cola para el exterminio.

La construcción de un Edén sombrío, lúgubre fábrica de cuerpos humanos y al mismo tiempo cruel industria de la muerte, dialoga nuevamente con el maniqueísmo bíblico para develar su dudosa moralidad, lo que en un momento de nuestra sociedad en que se ha normalizado aceptar/tolerar/ lo otro en tanto que propiedad/espacio privado, significa el restablecimiento de una querella no sólo contra la religión, sino también contra la expresión de lo diferente como pura individualidad, donde lo común, lo público, no tienen lugar (baste recordar que el Congreso por donde actualmente se pasea un tocado pastor evangélico, sesiona a diario en nombre de Dios).

Reaparecen en la memoria del espectador esos pálidos cuerpos envueltos en abrigos negros del inicio de la obra. Es la legión de apostatas expulsados del Edén. Edén que es dictadura civico-militar, pero también espejismo de democracia pactada. Para esos desterrados no hay moralidad posible desde Dios, en tanto han padecido el horror en su nombre, y en su nombre han visto como se defienden guerras, fundamentalismos, totalitarismos y más recientemente, «democracias imperfectas».

Naara acaba con el juicio de dios: «si luzbel es un ser despiadado y nosotros actuamos despiadadamente ¿Qué nos diferencia de él?”. La lección final de El Príncipe Desolado es que la única moral posible será la que provenga de nosotros mismos, una vez que el desterrado sea Dios.[/vc_column_text][/vc_row]

Ficha Artística

Dramaturgia: Juan Radrigán
Dirección: Alejandro Quintana
Asistencia de dirección: Juan Radrigán
Dramaturgista: Iván Fernández
Elenco: Francisco Melo, Daniel Alcaíno, Daniela Lhorente, Pepe Herrera, Silvia Marín, Andrés Céspedes, Claudio Riveros, Miguel Ángel Acevedo y David Hernández.
Diseño Escenográfico e iluminación: Eduardo Jiménez
Diseño de Vestuario: Jorge “Chino” González
Composición Musical: Alejandro Miranda
Producción General: Rienzi Laurie

¿Cuándo?

Funciones
Del 22 de abril al 16 de Mayo

Mi – Sá 21 h

Lugar
Matucana 100

Precios
Entrada general $5.000.
Estudiantes y tercera edad,$3.000.
Miércoles Popular $2.000 .

¿Dónde?

Actor, Universidad Mayor. Magíster © Teoría e Historia del Arte U. de Chile.