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La viuda de Apablaza: esto no es un cuadro de costumbres

Federico Zurita Hecht fue a ver para Ágora Chile «La viuda de Apablaza», un montaje dirigido por Rodrigo Pérez que revisita aquel emblemático texto escrito por German Luco Cruchaga en los años 20′ del siglo pasado.

 

Una de las lecturas habituales del texto dramático La Viuda de Apablaza, de Germán Luco Cruchaga, consiste en identificar la conformación de un cuadro de costumbres del campo chileno con pretensiones de reflejo artístico. Las imágenes formuladas por la Compañía de Evaristo Lillo en 1928 y por el Teatro de la Universidad de Chile en 1956, en diálogo con sus contextos de producción, apuntarían a dar forma a estas lecturas también en el teatro.

En cambio, el nuevo montaje de esta obra, que se está presentando en la sala A2 del Centro GAM bajo la dirección de Rodrigo Pérez, busca distanciarse de las formas criollistas y apunta, más bien, a una conformación simbólica que mapea su referente en lugar de intentar generar la ilusión de un reflejo. Este mapeo se realizaría con el fin de presentar la evolución de una estructura de poder articulada por sujetos que gesticulan para ascender al interior de ésta.

El mundo en el que transcurre la historia en que la Viuda se enamora de su hijastro y se desencadena la desgracia, se presenta, en la versión teatral de Pérez, mediante la articulación de un espacio lúgubre. La sencillez tanto en el frente (una vegetación escueta y la fachada de una vivienda adornada con herramientas no tecnológicas) como en el fondo (un telón de colores invernales) apuntan a que sea más importante dar forma a los movimientos del mundo (las relaciones de poder, por ejemplo, entre los grupos sociales representados por los personajes) que a los objetos de éste.

Esto, porque los objetos, en lugar de participar de la conformación de un reflejo, están al servicio de la configuración del estado de ánimo de quienes llevan a cabo los movimientos de la Historia y la transforman (y aquí la escribo con mayúscula, porque no me refiero a la historia que compone la acción dramática, sino la Historia de Chile que funciona como referente de estos acontecimientos ficcionales). Junto a la escenografía (que prioriza por los movimientos de las fuerzas por sobre los objetos), la música contribuye a anunciar la próxima ocurrencia de la desgracia.

La consideración de estas formas tendría como propósito mapear, desde el hoy, las transformaciones características de la Historia de Chile en el tránsito desde una fase de producción a otra, que es, también, una interpretación posible de formular a partir de la lectura crítica del texto de Luco Cruchaga, el que se centra en el paso desde la lógica de un capitalismo precario en Chile en el siglo XIX hacia la nueva estructura del siglo XX. En relación con esto, las decisiones, en el montaje de Pérez, parecieran valorar esta perspectiva histórica y desechar la del cuadro de costumbres, dialogando, así, con las necesidades discursivas habituales del teatro chileno actual, que desde la década de 1990 (con algunas interrupciones) ha necesitado formular preguntas sobre la memoria y la identidad social.

Como intensificación de esto, la conmemoración, en 2010, de los doscientos años de vida independiente de Chile y la conmemoración, en 2013, de los cuarenta años del golpe de estado de 1973 han producido un contexto en que la reflexión sobre el pasado y su evolución se presenta como una necesidad para el entendimiento del presente. Con esto, La Viuda de Apablaza, de Pérez (a partir del texto de Luco Cruchaga) contribuye a advertir cómo operaron las transformaciones del Chile que ingresó al siglo XX y que, a su vez, gestó nuestro presente.

En vínculo con el ejercicio de subrayar la importancia de los movimientos sobre los objetos, y de presentar estos últimos al servicio de la concreción de aquellos, tras avanzar la acción y modificarse la estructura de poder en las tierras del finao Apablaza, el mundo parece intacto en su precariedad, en su falta de técnica en la producción de la materia prima (a propósito de la presencia de las herramientas en la fachada de la casa) y en su condición de espacio lúgubre. Sin embargo, aquellos que llevan a cabo los movimientos (los personajes) han cambiado, y aunque al comienzo de la acción dramática la estructura de poder ya era groseramente vertical, la verticalidad del final conduce a la desgracia.

La escenificación de los cambios en la estructura de poder de las tierras que dejó el finao es exagerada (no como un problema que atente contra la verosimilitud, sino como parte de la estrategia del alejamiento del reflejo realista), y apunta, además, a manifestar que tanto el mundo anterior a las transformaciones como el posterior a ésta se caracterizan por la tendencia a las gesticulaciones. Los rostros siempre son falseados en la Historia de Chile, solo cambian, en las distintas fases, los sujetos que gesticulan. La Viuda de Apablaza, en la versión de Pérez, insiste (en algo ya presente en el texto de Luco Cruchaga) en que, en la estructura de poder, el abandono de unos gestos se realiza solo para adoptar otros.

*Crítica realizada en la temporada de agosto 2016.

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FICHA ARTÍSTICA

Autor: Germán Luco Cruchaga
Dirección: Rodrigo Pérez
Elenco: Catalina Saavedra, Francisco Ossa, Cristián Carvajal, Jaime Leiva, Marcela Millie, Carolina Jullian, April Gregory, Guillermo Ugalde y Marco Rebolledo
Diseño integral: Catalina Devia
Música y diseño sonoro: Juan Pablo Villanueva
Asistencia de escenografía: Nicolás Jofré
Realización escenográfica: Rodrigo Iturra
Realización de vestuario: Sergio Aravena

¿CUÁNDO?

Centro Cultural Gabriela Mistral

Sala A2 (edificio A, piso 1)

20 de abril al 06 de mayo del 2017

Miércoles a Sábado a las 20.30 hrs

¿DÓNDE?